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Lucas Cranach the Elder - Adam and Eve |
Carlos Crespo Flores
En la cuenta larga del valle
cochabambino, uno de espacios más valorados y admirados por su belleza y
fertilidad ha sido la campiña de Cala
Cala. De hecho, cuando el inca Tupac Yupanki consolida este territorio para el
imperio, Cala Cala es el lugar donde construye un “pequeño patrimonio” personal,
incluyendo un aqllawasi (casa de
mujeres vírgenes del inca) y baños. Innumerables
arroyos y vertientes de agua la atravesaban, convirtiéndola en una zona húmeda
y exuberante.
Cala Cala ha sido celebrada por
poetas, cronistas e historiadores. Alcides
D’Orbigny, quien estuvo por la ciudad en 1832, la definía como “el bonito
caserío de Calacala, con sus árboles verdes, lugar de cita de los paseantes,
sitio elegido para los paseos campestres de los ciudadanos”. Julio Rodríguez, prócer de la élite local, en una biografía
familiar recordando la década de 1860, hablaba de los recorridos para “k’uquear” por las huertas de Calacala”. A
fines de 1910, el protagonista de la novela de Demetrio Canelas, “Aguas
Estancadas”, organiza una fiesta en las "suaves frondas del verdeante
bosque de naranjos de Calacala"; y describe: "Nada más bello y amable
que aquella floresta de Calacala, reclinada a las faldas de la cordillera del
Tunari”. La misma Adela Zamudio tenía una pequeña casa de campo en Cala
Cala, donde se refugiaba los fines de semana para escribir, atender a los
sobrinos y su jardín.
La magnificencia de la campiña
calacaleña impulsó a Nataniel Aguirre proponer a esta parte del valle como el
probable escenario del bíblico paraíso terrenal. En una escena de la novela
Juan de la Rosa, el protagonista, Juanito, está a punto de enfrentar a Padre
Arredondo, por sus inclinaciones a favor de los patriotas. A punto de recibir
un duro castigo, Juanito reflexiona sobre el clima y el paisaje valluno de Cala
Cala:
“¡Benditos
meses de marzo y abril! ¡De cuánta gala sabéis revestir vosotros la hermosa
tierra en que he nacido! Si los demás meses del año se os pareciesen, si a lo
menos los de septiembre y octubre no fueran tan mezquinos de lluvias y
quisieran estimularse con el ejemplo del generoso febrero, para impedir que el
sol sediento se beba toda el agua del Rocha y de las lagunas, yo sostendría con
muy buenas razones que Eva cogió el fruto prohibido en Cala Cala, aunque me
trajesen juramentado al Inca Garcilaso de la Vega, para que declarase a mi
presencia que los españoles hicieron venir de la Península el primer árbol de
manzanas; porque el Génesis no dice que fue aquel fruto precisamente una
manzana, y pudo ser una chirimoya, una vaina de pacay o cualquier otro de los
deliciosos frutos de nuestros bellísimos árboles indígenas.”
Aguirre está situando un mito
cosmogónico según la tradición judeo cristiana, en el valle, pues está
emplazando en Cala Cala el origen de la creación del mundo, otorgando a la
campiña, por tanto, un sentido más allá del tiempo histórico. Este es un mito
bioregional, pues está articulado a la ecología de la zona, y el novelista escribe
desde el conocimiento de su hábitat.
Los mejores meses del año en Cochabamba
han sido los de la temporada lluviosa, entre febrero a abril particularmente,
donde el valle, en este caso Cala Cala, se torna verde y florido; época de
abundancia de frutas, maíz, trigo, papa. Es el momento paradisíaco. Mientras
que, entre agosto a noviembre, la lluvia está ausente, la humedad disminuye y
el agua (incluyendo el del río Rocha) es escasa. Aguirre sabe y lo retrata
Respecto a la fruta prohibida,
efectivamente en Génesis 3:1-3 leemos: “La
serpiente era el más astuto de todos los animales del campo que Yahvé Dios
había hecho. Dijo a la mujer: «¿Cómo os ha dicho Dios que no comáis de ninguno
de los árboles del jardín?» Respondió la mujer a la serpiente: «Podemos comer
del fruto de los árboles del jardín. Más del fruto del árbol que está en medio
del jardín, ha dicho Dios: No comáis de él, ni lo toquéis, so pena de muerte.»
El texto bíblico no explicita que haya sido una manzana la fruta que sedujo a
Eva y Adán (especie introducida por los españoles, como Garcilazo de la Vega
podría atestiguar), imagen construida por el cristianismo oficial. Pudo haber
sido alguno de los sabrosos “árboles indígenas" del valle cochabambino,
como el pacay o la chirimoya.
Hoy, Cala Cala, como en el pasado, continúa
siendo una zona donde habitan las elites de la ciudad, aunque los cambios son
evidentes. La sensación de Juanito respecto a la sequedad del valle durante una
época del año, hoy es lo normal: el “sol sediento se ha bebido” las aguas
superficiales y subterráneas, las áreas de cultivo y la masa arbórea han
desaparecido en pro del cemento y la urbanización kitsch. Tal el paisaje dominante cala caleño. Solo nos queda la
memoria literaria de este hermoso mito de creación valluno.