I. Cualquier docente,
estudiante universitario no puede no reconocer y admitir, si está ubicado
(es decir, claro está, si sabe dónde está), que su vida universitaria
transcurre en un espacio de intelectualidad, de ciencia y estudio (al
menos, hay que decirlo, en el concepto, en la Idea). Sabe que no está en un
ministerio o repartición públicos o en una empresa privada o negocio familiar.
Que la universidad, entonces, es un colectivo de inteligencias estudiosas: que
unos (los docentes) estudian para generar, descubrir, producir conocimiento y
transmitir saberes; y, que otros (los estudiantes) estudian para formarse,
educarse: todos pues son iguales, por el estudio; y, se reconocen como
tales (estudiosos) frente a otros colectivos civiles o estatales.
Primera conclusión: No existen docentes de
base ni estudiantes de base. En la comunidad de inteligencias estudiosas
solamente podemos encontrar buenos o malos docentes; buenos
o malos estudiantes. Es decir, docentes y estudiantes que sí
estudian y otros que no estudian! Que estudian más o que estudian menos.
Que estudian apropiadamente o no. Que estudian para comprender y explicar y no
solamente para aprender y repetir.
Las diferencias entre
docentes y las diferencias entre docentes y estudiantes, que las hay, son pues diferencias
cualitativas (que se ‘miden’ ante el saber y en términos de saber): son
diferencias de estado, de grado y de categoría, de mérito. De estado: los
docentes ya están formados; los estudiantes están en proceso de formación; es
más, los docentes ya poseen un grado académico, los estudiantes aún no
(diferencia de grado). Diferencias entre los docentes : de grado, unos tienen
mayor grado académico que otros; de estado, unos mayor experiencia en los
quehaceres (de investigación, creación y de enseñanza) universitarios, tienen
un curriculum académico más extendido; de categoría, unos son asistentes, otros
son adjuntos y unos terceros son catedráticos. La diferencia de categoría es un
dispositivo de organización y regulación administrativa de los quehaceres
universitarios y, también, un mecanismo de reconocimiento y remuneración
económica…
Segunda conclusión: Las diferencias no son el
resultado de ningún tipo de discriminación, ya sea etaria, social, cultural,
político o económica.…
II. Decíamos que no somos
« docentes de base », ni tampoco los estudiantes son
« estudiantes de base ». Vamos más allá: tampoco somos
« recursos humanos », « capital humano »,
« personal », « expertos », « consultores »,
« empleados o empleados públicos », « subalternos »,
« afiliados », etc.; ni los estudiantes son « clientes » o
simples discentes o aprendices.
Pues entonces, docentes y
estudiantes, somos simplemente, universitarios, sujetos universitarios,
somos la universidad, la « universitas studii ». Unidos
por/para el saber para « hacer (ser) universidad » y no otra cosa.
Pero, a lo que iba, es a
esto: detrás de las anteriores adjetivaciones se revelan, al menos, dos ideologemas
que intentan « normalizar » (y lo han logrado en gran medida) a los
sujetos primarios universitarios (docentes y estudiantes) desde racionalidades
sucedáneas y discursos espurios como los de la ideología educativa neoliberal y
la político-sindical (dizque estamental).
- Normalización
neoliberal que propugna una « reingeniería de la universidad », a
través del control y devaluación de las disciplinas científicas, en el plano de
la enseñanza y de la formación profesional (cuyo dispositivo es el currículum
por competencias); y, a través de la « investigación por objetivos »
y la lógica de los « proyectos concursables », en el plano de la
investigación (cuyo dispositivo es el llamado « sistema de gestión de la
ICyT »). Efecto mayor y persistente de tal « normalización »: la
profundización y consolidación del divorcio, la disociación de larga data, de
investigación y enseñanzas, de generación/producción de saberes y cultura y
transmisión de saberes y cultura.
- Normalización
político-sindical, supuestamente « democrática », que anclada a
una arcaica ideología reformista, propugna medidas de « cambio
universitario » de corte puramente normativo y administrativo, animadas
por intereses puramente laborales o de « bienestar estudiantil »
(cuyo dispositivo es el estamentalismo corporativo institucional y académico a
ultranza). El efecto en el « ethos universitario » de esta perversa
« normalización » es una suerte de « feudalización » de la
universidad.
En el plano de la
administración universitaria (académica y financiera), ambos ideologemas
(históricamente herederos de la « Reforma Universitaria » y de la
« Recuperación Democrática ») se desarrollan y hacen operativos, a
través de un modelo de administración paraestatal antiautonomista,
gerencialista, planificacionista, normativista, eficientista, controlador y
evaluador.
Sobre el estamentalismo
aberrante
Ver la Introducción
al libro « La autonomía universitaria y otros escritos afines de José
Antonio Arze »
Dos ideas en torno a las
dificultades y obstáculos que impiden hacer de la universidad una “colectividad
cultural”, “colectividad de (profesores y alumnos) porque ambos tienen un
objetivo común: el estudio, …”:
1) la primera, en torno a
una suerte de “statu quo” negociado para lograr un equilibrio aparente de los
componentes de la Universidad, gracias al cual nadie asuma su dictadura y ambos
“se despojen de sus atribuciones esenciales”.
Equilibrio entre,
a) por una parte,
posiciones docentes, unas autoritarias, en nombre de la “soberanía de la
cátedra”, otras defensivas y “por lo tanto complacientes respecto de los
estudiantes”;
b) y por otra, posiciones
estudiantiles, que van de la pasividad (“que tiene mucho de domesticación”) a
la radicalización intolerante que proclama el “poder estudiantil”, en el afán
de “volcar los términos de la dictadura”.
2) La segunda idea que
denuncia la “ingenuidad o ignorancia” de referirse a los componentes de la
Universidad como “estamentos”: que son “una aberración que debe
desterrarse”; puesto que la “única diferencia es la de catedrático y alumno que
pertenecen a un mismo grupo, es decir al colectivo universitario”.
Los “estamentos” significan
pues solamente una acentuación de las diferencias clasistas y comprenden
posiciones formalmente rígidas que llevan a diferenciar a los componentes de la
Universidad, hasta en sus “derechos” “excluyentes para servirse de los objetos
y bienes sociales secundarios”.
Sobre la “IDENTIDAD
COLECTIVA DEL CUERPO PROFESORAL”
Transcripción de la
anécdota reportada por S. Leys y que podemos leerla en las páginas 8 y 9 del
artículo de V. Descombes (2009)
¿Qué es un profesor
universitario? ¿cómo dar con la “identidad colectiva del cuerpo profesoral”?
Debido a la amplitud de este tema y al no poder desarrollarlo convenientemente
aquí, nos contentaremos con mencionar dos cosas: 1) el reconocimiento de que,
materialmente hablando, los perfiles, roles y figuras, tanto de profesores como
de estudiantes han ido transformándose en los últimos tiempos (por efecto, en
gran medida, de las presiones adaptativas externas y también como consecuencia
del enorme cambio tecnológico que estamos viviendo); y, 2) la toma en cuenta de
esta diversidad de perfiles, roles y figuras, a la hora de transformar la
universidad, no de mutarla.
Ahí va la anécdota:
“Estamos en Inglaterra. Un
joven ministro de la Educación que está de visita en una grande y muy antigua
universidad, se dirige al cuerpo profesoral reunido para escucharle, en
estos términos: «Señores, como todos ustedes, aquí presentes, son empleados
de la Universidad…». Prontamente, uno de los universitarios le interrumpe:
«Disculpe, Señor Ministro, no somos los empleados de la Universidad,
nosotros somos la universidad».
S. Leys concluye que los
administradores, en buena doctrina, no son los empleadores de un personal que
comprendería, entre otros, a los profesores; sino que, al contrario, ellos son
y están, buenamente, al servicio de la universidad, la cual, se define por su cuerpo
profesoral. ¿Esta conclusión es «corporativista»? Es en todo caso
literalmente exacta: nuestro colega británico no eleva una pretensión
discutible, se ha limitado a recordar lo que es, históricamente, la definición
misma de la palabra universitas: reunión de profesores. El único punto
que puede dar lugar a debate es aquel de saber si hay razones, hoy en día, para
modificar esta definición…. «Nosotros somos la universidad». Señor Ministro, lo
que usted quiera decir de la Universidad, usted debe decirlo justamente al cuerpo
profesoral enseñante del establecimiento concernido; puesto que, es de
nuestras peticiones que usted habla cuando evoca las peticiones de la
Universidad a aquellos que la sirven, no hay deberes que tendríamos en
relación de un empresa de la cual seríamos los empleados”.
IMAGEN: Círculos dentro de círculo (1911) – Kandinsky