El Estado es una condición, una cierta relación entre seres humanos, una forma de comportamiento humano; que destruimos estableciendo otras relaciones, comportándonos de manera diferente, con uno y con el otro” (Gustav Landauer).
jueves, 10 de marzo de 2011
Autonomía Saludable
Colin Ward
Tengo un fuerte sesgo a favor de los resultados de investigación, siempre y cuando apoyen mis prejuicios ideológicos. [1] Por ello, en octubre de 1996 entusiatamente reporté en esta columna un tema del Canal 4 Equinoxio que mostró como los mandriles dominantes y los altos funcionarios tienen menos problemas de corazón y viven más que los mandriles subordinados y los funcionarios inferiores [2].
Un epidermiólogo, Richard Wilkinson, del University College de Londres, estudiando archivos de salud que cubren un largo período de tiempo descubrió que "un alto rango lleva consigo el privilegio de control, libertad de la censura y poderes de delegación, mientras que el enfasis que sobresale en la vida de los subordinados de la sociedad desvía la energía vital para alimentar las funciones naturales del cuerpo".
Luego se enteró de estudios de largo plazo en California de los mandriles y otro estudio de monos que señalaban que los monos de baja categoría que más sufrieron fueron solitarios aislados. Aquellos que, a pesar de su posición inferior en la jerarquía, se involucraban plenamente en actividades sociales como el acicalamiento mutuo, relaciones sexuales fuera de la pareja y juego con los menores, tenían muchas más mejores oportunidades de vida. Yo, por supuesto, extrapolé al concepto de control de los trabajadores a través de los hallazgos de psicólogos industriales acerca de la satisfacción dependiendo del "alcance de la autonomía” y la evidencia de que los trabajadores por cuenta propia, aunque pobres e inseguros pero tomando decisiones continuamente por si mismos, son más felices y viven más tiempo. Lamentablemente, ese programa de televisión del 15 de septiembre de 1996 trajo escasa discusión pública, pero espero que el libro resultante lo haga. Es “The Social Determinants of Health”, por Michael Marmot y Richard Wilkinson, a ser publicado en agosto a £ 26.50. Describiendo sus conclusiones en The Guardian el 6 julio de 1999, Jane Feinmann describe cómo su trabajo en los registros de salud de 17.000 funcionarios públicos fue seguido por un estudio posterior que "profundizó aún más y encontró que no se tiene que ser enormemente rico e importante para disfrutar de una salud óptima, aunque ayuda. Es el poder de controlar todos los aspectos de la vida – el trabajo en particular -.que la riqueza y el estatus tienden a conferir que es el determinante clave de la salud. Los hombres que tienen escaso control del trabajo se enfrentan a un riesgo del 50% más de nuevas enfermedades: ataques al corazón, diabetes o simplemenmte infecciones ordinarias.Las mujeres tienen un riesgo ligeramente menor, pero el bajo control del empleo seguía siendo un factor para que se enfermen o no”.
A este fenómeno ya se le ha otorgado una etiqueta: "la biología de la desigualdad social", y el profesor Wilkinson agrega que, "como seres humanos somos muy sensibles a nuestra posición en la jerarquía, a las humillaciones, ser excluidos o no ser valorados. Simplemente, estar en la parte inferior del montón produce un agudo estado de ansiedad - que explica por qué las glándulas suprarrenales de los pobres son más grandes que de las clases medias".
En el mismo artículo Jane Feinmann también informa que la Health Education Authority (HEA) pondrá en marcha una campaña de Personas en el Trabajo a finales de este mes. Desconozco quien financia el HEA, pero su nuevo folleto Personas en el Trabajo identifica la falta de control sobre el trabajo como un factor de estrés importante. También anima a la gente a levantarse contra la intimidación, formar alianzas con sus colegas, afiliarse a sindicatos e involucrarse en programas que promueven la participación del personal.
Sin embargo, estas no son las tendencias que se observan en los entornos de trabajo de hoy. La afiliación sindical ha disminuido en una proporción enorme en los últimos veinte años, y la participación de los trabajadores no es una frase que se oye en estos días. Alianzas con los colegas dificilmente se encontrarán en la precarización del trabajo que se ve en todos los aspectos de la vida. Jane Feinmann cita también la opinión de la profesora Pamela Gillies, directora de investigación del HEA, que "la pobreza no significa necesariamente mala salud".
En aquella entrevista televisiva de 1996, el profesor Wilkinson tocó el mismo ligeramente diferente. Dijo: "La riqueza no determina la salud ¿Cual es la brecha entre ricos y pobres? A mayor brecha, más enferma la sociedad”. Ahora sabemos como la brecha se hizo más ancha a lo largo de la década de 1980 y ahora está de nuevo creciendo. El informe de la Fundación Joseph Rowntree Monitoring Poverty and Social Exclusion: Labour’s Inheritance encontró a finales del pasado año que el número de personas en Gran Bretaña viviendo con ingresos bajos en relación con la media es mucho mayor de lo que era hace veinte años, con el número de hogares con menos de la mitad de los ingresos promedio elevándose de cuatro millones en 1982 a once millones en 1992. Aunque el número cayó a mediados de los l990s, entre 1996-1997 mostró un aumento significativo de más del 9%, a 10,5 millones de personas. Uno de ellos soy yo, y supongo que el otro eres tú.
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[1] Publicado por primera vez en Freedom, 24 de julio 1999
[2] ’Affairs of the Heart’, Freedom, 5th October 1996
fuente: http://raforum.info/spip.php?article1073
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