viernes, 3 de febrero de 2012

U$A: Indignados, anarquistas y estallido democrático


David Graeber

Tomado del portal web
www.anarchistnews.org/node/18271.
Traducción del inglés: S.C.

Como la historia de los movimientos sociales ha mostrado claramente, nada aterroriza más a quienes dominan en Estados Unidos que el advenimiento de una verdadera democracia. Como se ve en Chicago, Portland, Oakland y ahora en Nueva York, la respuesta oficial inmediata a una chispa de desobediencia civil organizada democráticamente, aunque sea modesta, es una combinación temerosa de mínimas concesiones y brutalidad represiva. Nuestros gobernantes, de cualquier modo, parecen tener la creencia persistente de que si un número significativo de estadounidenses se enteran de lo que el anarquismo es en realidad, bien pueden decidir que sus líderes no sirven para nada.

Casi cada vez que fui entrevistado por periodistas de los grandes medios de difusión sobre Occupy Wall Street, recibí de ellos las mismas expresiones, la misma lectura: «¿Cómo quieren llegar a algo si se niegan a crear una estructura de dirección o a hacer una lista concreta de sus demandas? ¿Qué son todas esas tonterías anarquistas del consenso o los “dedos brillantes”? ... ¡Usted nunca será capaz de llegar al estadounidense promedio con ese tipo de cosas!»

Es difícil imaginar peores consejos. Después de todo, desde el año 2007, casi todos los anteriores intentos para dar inicio a un movimiento nacional en contra de Wall Street tuvieron exactamente el curso que personas semejantes han recomendado ¡y fracasaron estrepitosamente! Sólo se avanzó cuando un pequeño grupo de anarquistas de Nueva York decidió adoptar el enfoque opuesto: negándose a reconocer la legitimidad de las autoridades políticas ya existentes; despreciando las reglas del orden jurídico imperante mediante la ocupación de un espacio público sin pedir permiso; repudiando la elección de dirigentes que podrían ser sobornados o cooptados; declarando, sin violencia, que todo el sistema era corrupto y lo rechazaban; con la disposición a mantenerse firmes contra la inevitable respuesta violenta del Estado. Fue así que cientos de miles de estadounidenses de Portland a Tuscaloosa comenzaron a darles apoyo directo, y la mayoría de los demás les declaró sus simpatías.

Esta no es la primera vez que un movimiento basado en los principios anarquistas fundamentales – acción directa, democracia directa, rechazo de las instituciones políticas existentes y tratar de crear las alternativas – ha surgido en los Estados Unidos. El movimiento de derechos civiles (por lo menos, en sus ramas más radicales), el movimiento anti-nuclear, el movimiento de justicia global... todos tomaron la misma dirección. Nunca, sin embargo, se ha crecido una velocidad tan sorprendente. Para entender por qué, tenemos que percatarnos que siempre ha habido una brecha enorme entre lo que los gobernantes de Estados Unidos quieren decir con «democracia», y lo que esa palabra significa para la mayoría. Según la versión oficial, por supuesto, la «democracia» es un sistema creado por los padres fundadores, sobre la base de controles y equilibrios entre el Presidente, el Congreso y el Poder Judicial. De hecho, en ninguna parte de la Declaración de Independencia o la Constitución se dice nada acerca de los EE.UU. como una «democracia». Para esos «próceres», la democracia se veía como autogobierno colectivo por las asambleas populares, y, por tanto, fueron totalmente en contra de ella, argumentando que sería perjudicial a los intereses de las minorías (la minoría particular que tenían en mente eran los ricos). Sólo vinieron a redefinir su propia república (no en el modelo de Atenas, sino el de Roma) como una “democracia” porque a los estadounidenses comunes pareció gustarles mucho la palabra.

Alentando el estallido
Pero ¿cuál es el significado de la palabra “democracia” para la gente promedio? ¿Un sistema en el que se puede opinar sobre cómo los políticos manejan el gobierno? Eso es lo que nos dicen hoy en día, pero parece poco plausible. Después de todo, la mayoría de los estadounidenses detestan a los políticos, y tienden a ser escépticos sobre la idea misma de un gobierno. Si universalmente se propone como un ideal político, sólo puede deberse a que el pueblo de este país lo percibe, aunque sea vagamente, como auto-gobierno, eso que los padres fundadores tienden a denunciar como “democracia”, o a veces llegaron a llamar “anarquía”.

A falta de otra cosa, esto ayudaría a explicar el entusiasmo con que tantos han adoptado un movimiento basado en los principios de la democracia directa, a pesar del rechazo uniformemente mentiroso de los medios masivos de difusión y de la clase política. La mayoría de los estadounidenses son políticamente muy conflictivos. Tienden a combinar un profundo respeto por la libertad con una identificación, cuidadosamente inculcada pero real, con el ejército y la policía. Pocos son los anarquistas reales, pocos saben lo que «el anarquismo» significa. No está claro cuántos, en última instancia, desean deshacerse del Estado y el capitalismo por completo. Pero una cosa que un número creciente de personas sienten aquí, es que algo va terriblemente mal en el país, que las principales instituciones son controladas por una élite arrogante que retrasa un cambio radical. Están en lo cierto. Es difícil imaginar un sistema político deshonesto de forma tan sistemática, en el que la corrupción en todos los niveles ha sido por completo legalizada. La indignación es lo adecuado.

El problema residía en el hecho de que, hasta el 17 de septiembre, el único lado del espectro político dispuesto a proponer soluciones radicales era la Derecha. Pero Occupy Wall Street ha cambiado eso: tenemos un estallido de democracia.

Fuente: El Libertario No 65 pp. 12
2012

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