A continuación, se reproduce el Editorial de esta nueva edición:
«A estas alturas, seguir hablando sobre el
conflicto en Venezuela como un enfrentamiento entre “chavistas” y “opositores”
es repetir el lenguaje del Poder que permite el mantenimiento de un proyecto de
dominación en base, entre otras cosas, a una falsa polarización. Rojos y azules
son solo matices de las mismas cadenas, cada uno con una cúpula cuyos
espejismos y pirotecnias permiten disciplinar a un grueso sector de la
población, chavistas y opositores, oprimidos por igual, detrás de cada uno de
sus patrones. En primer lugar, hoy, denominarse “chavista” u “opositor” remite a
categorías vaciadas de contenido, ausentes de cualquier proyecto realmente transformador
y de ruptura con las tradiciones económicas, políticas y sociales del país. En
segundo lugar porque ambas expresan, apenas con matices, la continuación de un
modelo de desarrollo basado en el control de la renta energética y la
profundización del extractivismo, a espaldas de las consecuencias sociales y
ambientales que genera, y ambas apostando por una mayor militarización de los
territorios y los cuerpos que hagan posible, sin traumas, los flujos de
capitales hacia el mercado mundial. Y, como demostraron ayer los acuerdos
Chávez-Cisneros y más recientemente la junta Maduro-Mendoza, con capacidad y
flexibilidad para lograr acuerdos y pactos
que mantengan la gobernabilidad y hagan recaer el peso de cualquier
crisis económica en las espaldas de asalariados y asalariadas. Desechando las
ilusiones, hay que denunciar a ambas oligarquías como representantes de una
falsa alternativa.
El gobierno de Nicolás Maduro ha aumentado la
militarización social para esconder la fragilidad de su liderazgo, la ausencia
de proyecto, las consecuencias de la devaluación de la moneda y el alto e
insostenible gasto estatal para la compra de lealtades. En una huida hacia
adelante, intentan llevar la estatización de la vida cotidiana hasta sus
últimas consecuencias. La militarización de la seguridad ciudadana, acompañado
de la aplicación de una Ley Antiterrorista aprobada para asegurar los flujos del
capitalismo global, intentan disuadir cualquier disidencia expresada en el
espacio público. El anuncio de la creación de “milicias obreras” tiene como
objetivo enfrentar las huelgas y manifestaciones de trabajadores mediante
esquiroles uniformados, enfrentando a pobres contra pobres, mientras los Maduro
y los Mendoza puedan seguir haciendo acuerdos que garanticen sus privilegios.
La corrupción generalizada del régimen ha llegado a un punto tal que han tenido
que montar el circo mediático de la captura de algunos peces chicos del
desfalco del erario público, mientras los peces gordos florecen a la sombra del
Estado petrolero, mientras riquezas súbitas son hechas en minutos en la
especulación del dólar paralelo. El acceso a los dólares oficiales de Cadivi y
el Banco Central de Venezuela han engordado a una nueva burguesía, mientras el
gobierno neutraliza a sus falsos críticos otorgando selectivamente divisas extranjeras
a sectores de la oposición, ganando tiempo político en aras de una nueva
contienda electoral que le permita recuperar tanto la legitimidad como el
espacio perdido.
El chavismo y la oposición coinciden en el doble
movimiento de incluir a las mayorías en sus discursos y excluirlas de cualquier
posibilidad real de incidir en las decisiones sobre sus vidas. Estos
administradores de la pasividad intentan canalizar permanentemente cualquier
movilización popular que desborde sus canales partidistas e institucionales.
Mientras algunos sectores están comenzando a recordar cómo era movilizarse por
sus derechos, con todas las posibilidades que hay cuando los oprimidos comienzan
a reconocerse en la calle, los políticos rojos y azules coinciden, y no
casualmente, en promover una vez más la electoralización de las agendas de los
de abajo, intentando hipotecar las aspiraciones de la gente a después del
momento electoral. ¿Lo permitiremos una vez más?
Nuestra propuesta, ahora más que nunca, es romper
la falsa polarización impuesta y comenzar a reconocer quienes son los opresores
y los victimarios, cuáles son las fuerzas y actores que impiden la realización plena
de hombres y mujeres en este territorio llamado Venezuela. Entre Mendoza y
Cabello hay más coincidencias que las que hay entre Maduro o Capriles y quien
lee está publicación. Insistimos que no se puede combatir la alienación de
manera alienada. No es posible reproducir en nuestras relaciones y prácticas
las mismas dinámicas de dominación a las que estamos enfrentados. Es por ello
que estamos por la autoorganización de las luchas, por seguir reconociéndonos
peleando por lo que es nuestro y no abandonar la calle ahora que la crisis
económica y política nos ha obligado a retomar el espíritu de lucha que
habíamos abandonado, delegándolo en nuevos o viejos mesías. Turquía y Brasil
nos han recordado el camino, es hora de retomarlo.»
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