miércoles, 23 de octubre de 2013

El anarquismo ante la crisis de las ideologias



EDUARDO COLOMBO
1993

Voy a comenzar el debate con una pequeña consideración antes de entrar de lleno en el problema. El tema general de nuestros debates, en estos dos días y medio es “el anarquismo ante las crisis de las ideologías”; y al comenzar, una precisión (tal vez, si alguien quiere, se podrá discutir después). Creo que la formula que se ha generalizado después de los años 60, en que Daniel Bell, sociólogo norteamericano, escribió su libro sobre “El fin de las Ideologías”, es que las ideologías de más en más están en crisis, lo que es absolutamente falso, si se piensa cual es el concepto genérico de ideología. Se puede decir que está en crisis, o más bien, que se ha agotado la fuerza expansiva de las utopías, o de las contra-ideologías revolucionarias, lo que ha dejado en pie una sola ideología reinante: la ideología dominante, la ideología en la que vivimos todos los días; de donde resulta el problema fundamental de nuestra época, que es la pasividad general de los individuos frente al reino absoluto de la ideología dominante.

Se pudo creer, en ciertos momentos pasados que frente al capitalismo no había más que el capitalismo de Estado, y que en esa lucha entre dos facciones el anarquismo se encontraba en situación tercera tratando de abrir un camino diferente. Hoy resulta que hay una sola ideología reinante y nosotros ni siquiera tenemos la posibilidad de abrirnos un camino entre dos, sino que estamos de nuevo en la base de una lucha frontal con la única ideología dominante.

Frente a esta situación y habiendo definido la pasividad individual como rasgo dominante de nuestra sociedad, yo diría que para combatir esta pasividad habría que reclamar, poner de nuevo en primer plano, un derecho inalienable del individuo, que es el derecho a la blasfemia. Blasfemar es tal vez el primer punto de partida de la rebelión contra el orden establecido. Y lo digo por dos razones que ustedes verán después. La primera de estas razones es la definición misma de la blasfemia. Si buscamos en un diccionario la palabra blasfemia leemos: expresión injuriosa contra Dios, o las cosas sagradas. Evidentemente los diccionarios aman citar autores más o menos clásicos o conocidos y el diccionario que yo consulté pone como ejemplo, “los hombres impíos que desprecian toda dominación, blasfeman la majestad”.

¿Qué es la majestad? La majestad es el atributo inherente a la realeza, por el que se impone respeto, admiración y sumisión. La majestad se atribuye a los reyes o soberanos y a Dios. Yo digo que frente a esto blasfememos.

Porque la posibilidad de blasfemar nos llevará de la mano a tomar en consideración el elemento fundamental de la situación humana que, en general, queda oculto dentro de las instituciones de dominio en que vivimos. Este elemento oculto, porque está generalmente desplazado y concentrado en la apariencia formal de lo religioso, es el elemento sacral, de lo sagrado. Lo sagrado tiene que ver de una manera directa , o de origen con la idea del más allá, de Dios, de la palabra que viene de afuera, del mandamiento que se nos impone. Lo sagrado, si buscamos alguna definición reconocida, puede ser entendido según Mircea Eliade, como una definición positiva y violentad de Dios. Mircea Eliade dice que para un creyente el Dios viviente no es el Dios de los filósofos, el Dios de un Erasmo, por ejemplo, no es una idea, no es una abstracción, no es una simple alegoría moral; es una terrible potencia, una fuerza que se manifiesta en la cólera divina, experiencia aterradora e irracional, y todos los epítetos que siguen luego definiéndolo sagrado tienen que ver con esto, con este sentimiento de fondo del hombre frente a lo inexplicado, el sentimiento de espanto frente a lo sagrado, frente a ese misterium tremendum, frente a esa Majestad de la que emana una aplastante superioridad. Como ustedes ven, todas estas definiciones nos soliviantan a los anarquistas porque lo sagrado es la fuerza fundamental que aplasta al hombre, lo aplasta porque lo deja sometido a una potencia exterior sobre la que él no tiene ningún control, por la que es determinado, por la que es creado, por la que es definido, por la que es llevado a la muerte o al fin. Lo sagrado es la esencia de la religión, pero además, y esto es importante, es también el elemento base de Poder Político, de la dominación, está oculto en el Estado está presente en las instituciones de dominio. Si buscamos en la etimología la palabra jerarquía, por ejemplo, vemos que viene del griego hieros, hierarchie en francés, jerarquía en español, hieros: sagrado; arquia, todo el mundo conoce la palabra anarquía, es decir, a: privativo de arknê, que tiene que ver con la ordenación política de la sociedad. El elemento que está directamente incrustado en el Poder, el elemento sagrado, está en el centro de la relación entre el individuo y la sociedad, porque las sociedades son, desde su origen hasta hoy, sociedades heterónomas, es decir, no existen sociedades autónomas, como no existen individuos totalmente autónomos, porque la relación entre sociedad e individuo es una relación de interacción permanente.

La problemática a la que quiero llegar es que ésta heteronomía de la sociedad es, por definición misma, la consecuencia de lo sagrado, es decir, las sociedades son heterónomas porque la ley, la norma, la costumbre, no están organizadas desde adentro, por los individuos que en una sociedad viven, sino que están organizadas desde el más allá por los antepasados muertos, por los héroes, por los Dioses, por los que constituyen un tiempo primordial en el que la ley fue dictada de una vez para siempre, y los hombres en su tiempo histórico no hacen más que obedecer a una minoría dominante, que es la representante en la tierra de ese elemento sagrado puesto en el más allá, en el altar de lo social.

Lo sagrado significa una desposesión originaria y fundamental de la capacidad instituyente del hombre. Y ahora entraremos más claramente en la definición de Poder. Nosotros utilizamos frecuentemente la palabra poder con una eficacia simbólica enorme y al mismo tiempo con una impresición prácticamente total. Pero no porque nuestro lenguaje sea impreciso, sino porque la palabra poder contiene, por una estrategia milenaria del Poder mismo, una contradicción, o tal vez podría decir, más que una contradicción, elementos dispares que funcionan juntos y que uno utiliza en función de las necesidades de la causa para decir una cosa o lo contrario.

Cuando nosotros decimos poder, si lo decimos en una asamblea anarquista, la primera imagen que aparece es el Poder Político y su denominación es el Estado, pero la palabra poder no quiere decir esto solo, fundamentalmente quiere decir capacidad, capacidad de hacer, yo puede hacer algo, nosotros juntos podemos hacer más cosas, nosotros podemos hacer infinidad de cosas y una de las cosas que podemos hacer, y no solamente podemos hacer, sino que hacemos necesariamente, es darnos las normas y las leyes con las que vivimos. Es la propia sociedad y los hombres que viven en ella, los que determinan cuales son las formas institucionales y políticas de su representación social, de su interacción social. Es esto, no hay otro Poder, Dios no existe. Desde este punto de vista la heteronomía de lo social es la primera desposesión, que hace creer a los hombres que no son ellos los que organizan su sociedad, los que dictan la ley, sino que hay una fuerza exterior que los determina. No importa cómo se llame esa fuerza, no importa que sea el Dios de las sociedades ”primitivas”, o algún antepasado nuestro, no importa que sea el Dios de las religiones positivas como el cristianismo o el islamismo o el judaísmo, no importa que sea el Estado, no importa que sea la ley de la historia, no importa que sea la creencia que nos lleva necesariamente a un fin predeterminado, a una escatología. Ocurre lo mismo cuando el marxismo en su posición escatológica coloca al proletariado como redentor de la humanidad, y postula un fin que debe llegar necesariamente, y al hacerlo está desposeyendo al hombre de la capacidad de decir no, sí, para este lado, para este otro, para dónde yo quiero, porque somos nosotros los que organizamos nuestra vida, los que organizamos nuestra sociedad. Este elemento
heterónomo que constituye lo social está directamente ligado a la expoliación, se podría decir, a la desposesión del hombre de su capacidad simbólico-instituyente. Yo llamaré simbólico-instituyente a esta capacidad de organizar la propia sociedad.

Las sociedades se organizan en función de una serie de atribuciones, de significados, de símbolos, de signos, de utilización de códigos que nosotros creamos. El lenguaje es la primera institución de la sociedad, el primer código con que organizamos nuestra interacción mutua, nuestra intercomprensión a nivel simbólico o significativo. Esta institución del lenguaje la crearon los hombres. Si la hubiera sido dada desde el exterior ellos estarían ya desposeídos. Esta desposesión de la capacidad humana, social, instituyente, creadora de la sociedad, es la esencia de lo religioso la que forma parte de la dominación política.

Y forma parte de la dominación política por lo siguiente: porque el poder cuando pasa del lado político, cuando se constituye como Poder Político, es ya dominación política, en una sociedad heterónoma, es fundamentalmente la expropiación de una minoría, de la capacidad simbólico-instituyente que corresponde al total, al colectivo global de esa sociedad. En cuanto aparecen las sociedades humanas grupos especializados que detentan la posibilidad de distar la ley aparece ya un elemento particular, por el cual el Poder Político deja de ser la capacidad global, del grupo humano, para convertirse en la capacidad de una minoría de imponer a los otros, a la mayoría su decisión. Es decir, que la capacidad de manejar el mundo, las relaciones con los otros, la creación socio-histórica, se transforma en la capacidad de unos, de algunos, de pocos, de una oligarquía, para imponer a los otros la obediencia.

En la medida en que esta transformación aparece en la sociedad, se constituye lo que llamamos Poder Político; nosotros lo reproducimos, como decía hace un momento, en la palabra poder porque, por ejemplo, si uno le dice a un chico, no puedes subirte a la mesa, bien, me preguntará, pero ¿cómo no puedo si ya me subí?. No, no puedes subir quiere decir que no debes subir a la mesa, que el deber está incluido en la concepción de poder, ¿por qué?, porque esta misma heteronomía de lo social incrusta en la definición de poder este elemento de exterioridad, del deber de obediencia.

Y como no tengo mucho tiempo, sobre este aspecto me contentaré con mostrar de qué manera el deber de obediencia es uno de los aspectos centrales de la dominación política, o de las sociedades jerárquicas. La sociedad no es, como ingenuamente se suele decir, algo que se opone al individuo. El individuo puede sentir la sociedad como oponiendo una resistencia a lo que él desea, pero este sentimiento es subjetivo y es ajeno a una comprensión real de las relaciones entre los hombres. Me voy a basar en esto, a pesar de que haya una larga bibliografía sociológica, socio-psicológica, que se podría utilizar para explicarlo, y ya que estamos entre anarquistas voy a utilizar la definición que hace Bakunin de la libertad. Bakunin dice que hay tres momentos esenciales de la libertad del hombre.

Estos tres momentos son: primero el hecho enorme y positivo de la creación social, el hombre vive en sociedad, el hombre adquiere humanidad con los otros, sin su relación con los otros el hombre no hubiera llegado a su hominización, o si se prefiere, antes que el hombre, el autralo-pitecus, el homo-habilis, o el homo erectus, no hubieran llegado a construir un útil, un instrumento, a utilizar la palabra, a crear un código o instrucciones, si no estuviera haciendo algo con otro, si no estuviera en relación con otro; este aspecto sociológico de la interacción, la sociedad como tal, es un elemento central y positivo de la libertad humana. Es un absurdo, dice Bakunin, creer que el hombre es libre antes de entrar en sociedad, como mantiene el credo liberal, según el cual cada individuo renuncia a una parte de su libertad para pactar con otros un Contrato Social, posición que va necesariamente a la dominación política. El hombre no es libre antes de entrar en sociedad, es la sociedad que le hace libre, el él en relación con los otros, es la autonomía del individuo en la sociedad la que permite la aparición de la libertad. Por otro lado, es la sociedad la que permite también la aparición del Poder; antes de la vida en sociedad no hay ni bien ni mal, no hay ni Poder ni Libertad, son las construcciones del hombre en la sociedad lo que hacen que la libertad tenga un valor positivo.

Pero este momento no basta, dice Bakunin. Para que la sociedad evolucione, para que la sociedad cambie, para que este hecho fundamental del hombre que es su humanización en sociedad no se estanque, no quede ahí ligado en su primer momento, se necesita la rebelión, la rebelión del individuo, que es el segundo y fundamental momento de la libertad. Pero la rebelión es al mismo tiempo el momento más difícil desde el punto de vista personal, y también el más fácil de concebir, porque todos sentimos la opresión y espontáneamente tendemos a rebelarnos contra todo lo que nos oprime. El deseo es una fuerza inherente al hombre que va a encontrar un límite, no en el otro, sino en la dominación del otro, en el Poder Político que el otro puede atribuirse para impedirle a uno construir su deseo con los demás, con los otros. El segundo momento de la libertad es esencialmente la rebelión, la negación de lo que existe, para lograr algo que no existe todavía, pero que puede llegar a ser.
Y el tercer momento, el más difícil, es el de rebelarse no contra la sociedad que está fuera, no contra la institución que tenemos delante y que nos oprime, sino el de rebelarnos contra la institución que tenemos internalizada, que tenemos adentro nuestro. Esta necesidad que tenemos contra la sociedad que llevamos adentro es, al mismo tiempo que la confirmación de que el individuo es lo que en relación con los otros, es también ese factor que le impide pensar, o darse cuenta, o comprender, hasta dónde está alienado, hasta dónde está dominado, hasta dónde él responde a una sociedad que se le presenta como externa, como si fuera lo natural, lo dado, cuando la sociedad no es natural, ni nada, sino una construcción humana. La autonomía del hombre, como la libertad del hombre nace en este proceso de auto-construcción.

Voy a extraer sólo dos consecuencias de lo que acabo de decir, la primera: es un absurdo pensar que la libertad, cualquier tipo de libertad, la libertad filosófica, como la libertad política, pueda ser concebida como un deseo ilimitado; la libertad sin límites, sin obligaciones, sin la relación con los otros, es la libertad del tirano: el único que puede hacer lo que quiere y cuando le canta es el tirano. Los hombres respetan a los otros porque viven con los otros, porque necesitan de los otros para ser libres ellos mismos, la libertad de cada una se extiende al infinito con la libertad de los otros. Pero exige obligaciones sociales. La obligación social es el elemento que está en la base misma de la norma social, no hay sociedad sin institución, no existe una sociedad sin norma, no existe una sociedad sin lenguaje. A un niño se le enseña a hablar, lo aprende en una institución funcionante de esta sociedad.

Esta condición de obligación social está totalmente confundida o distorsionada en las sociedades jerárquicas, con Estado, o sea, en las sociedades que todos conocemos, (hasta el momento no han existido prácticamente otras) que son las sociedades de dominación política o construidas sobre la dominación política. Lo que ocurre en todas estas sociedades es que como la norma o la ley está dictada por una minoría que ha expropiado la capacidad simbólica de la totalidad de lo social, la obligación social deja de ser tal, para transformarse en el deber de obediencia.

Nosotros sentimos las normas o las reglas sociales en las que vivimos no como formas de las relaciones entre los hombres que podemos modificar en la interacción con los otros y profundizar en el sentido de la libertad humana, sino que las sentimos como algo que se nos impone. En la sociedad civil las normas son vividas como obligando a la obediencia. El Poder Político, sea totalitario o representativo, nos impone a todos una norma, una serie de normas, de leyes, de reglas, sobre las cuales no hemos decidido nada y sabemos profundamente que no hemos participado nunca en su establecimiento. Es la existencia del poder político o dominación, la que transforma la obligación social en deber de obediencia, transformación que constituye la esencia misma de las sociedades jerárquicas.

Si pensamos crear una utopía para el futuro, para el siglo próximo, y pensamos construir el proyecto de una sociedad libre, tenemos que entender que la anarquía no es falta de normas, -la falta de normas es la anomia o el caos-; la anarquía es una institucionalización anárquica de la sociedad, es decir, la puesta en marcha de instituciones anarquistas en las que los hombres puedan vivir y crear la igualdad, la justicia, y su propia libertad.

(*) Ponencia presentada en el debate internacional: “El anarquismo ante la crisis de las ideologías”. Barcelona, Septiembre-Octubre de 1993. Publicado en: “Anarquisme: Exposició Internacional”. Fundació d´Estudis Libertaris i Anarco-sindicalistes, Ateneu Enciclopèdic Popular, Ateneu Libertari “Poble Sec”; Barcelona, Octubre de 1994.
Fuente: 
 http://www.alasbarricadas.org/noticias/node/26647


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