César Soto
Santiesteban (Canario)
Poética del Espacio
Claro, cómo no. El
escribía en el campo de juego y dejó todo el material para hacer una “teoría
del enganche” con marco teórico y mode
d’emploi.
Como en la
construcción de caligramas en la poesía, Román jugaba con la pelota-pluma y los
espacios en blanco, aquellos que tú podías ver en big picture desde afuera de la cancha o en la tele, los espacios
que tienes el privilegio de ver y señalar (“tirala pa’ allá, cambiá de frente,
levantá la cabeza pelotudo…”) antes que los jugadores pero no de Román, que te
descubría espacios que no habías visto ni sospechado y que los creaba para ti,
como un regalo sin reciprocidad posible, un potlach,
no sin antes bailar tango en la cancha y mimar a la pelota-mina como un compadrito sabedor. Esos pases, “entre
líneas” justamente, que ora desplegaban espacios ora los replegaban,
devolviendo al terreno de juego su plasticidad originaria. Con Román, el campo
de fútbol era como un fueye, lo
apretaba lo extendía a placer, sacando
melodías que te suspendían la idea del tiempo y te hacían recordar el viejo
oficio de potrero, de esa manera
divertida del dolce far niente
barrial que es la base del fútbol que amamos y que pocos como él (Messi) nos
hacen recordar cuando se olvidan del público, del técnico, de los dirigentes,
del árbitro, de los premios, del negocio horrible y mediocre en que han
convertido al fútbol los mercaderes de la FIFA, los nuevos fenicios del
espectáculo.
Reflexión sobre la lentitud: Aquiles y la Tortuga
Sobre todo el
periodismo argentino, insufrible con raras excepciones, ha reprochado a Román
que “lentificaba” (sic.) el juego. Estos periodistas copiones, sin mencionar
fuente por lo demás porque viven engreídos en el autoctonismo de que los
porteños lo han inventado todo, se basaban en los juicios, sobre todo, de los
técnicos holandeses que habían pasado por el Barça.
Así como muchos
otros siempre se equivocaron endilgando vicios de lentitud a Romario, quien
parecía que trotaba al desgano pero que, en el momento apropiado, aceleraba
como nadie dejando a metros de distancia a los defensores dentro de los escasos
metros cuadrados del área chica
anunciando el inevitable gol.
La velocidad en el
fútbol es la visión, la inteligencia, la picardía, la lucidez. Alfio Basile
decía que Román era el único jugador que tenía ojos en el culo. La velocidad no
se mide por el kilometraje recorrido, ahora que ya todo lo miden y cronometran
con computadoras y los analistas se han vuelto estadísticos truchos. Los
periodistas deportivos, cacatúas mediáticas, lo único que han aprendido son las tácticas aritméticas
del 4-4-2, del 3-5-2, etc., como decía hace un tiempito el loco Bielsa, pero cada
vez entienden menos de fútbol.
Parafraseando a Paolo
Virilio, si la velocidad se expresa en el espacio del automóvil, Riquelme condensa
en él la velocidad. Y si el tiempo es el costo del espacio, Riquelme sería el
más eficiente: no sólo crea espacios como ya dijimos sino que los ocupa al menor costo. En realidad ofrece y dá
(dona) más que lo que recibe
(contradon) a la manera del potlach.
El hombre rebelde
Riquelme no es un
ser ni fue un jugador “pacificado”. Encarna el polemos griego. Separa, divide opiniones y comportamientos. En el camarín y fuera de la cancha, él como
pocos creó a su alrededor empatía pero también resentimientos. Su ética es la
ética del guerrero que no se inclina. Así lo probó cuando renunció a la
selección de Maradona porque “no compartían los mismos códigos”. Es muy
conocido su compañerismo con los pibes de la cantera a quienes siempre ha
alentado dentro y fuera de la cancha y además defendido para que ganen
dignamente. Es muy conocida también su actitud intransigente cuando defiende la
estética y la gestalt futbolística de
la cual fue heredero. Renunció a Boca varias veces porque no dejó que los
dirigentes mafiosos los manejen como mercancías en la bolsa de valores de las
piernas futboleras y al final acabó jugando por el club del cual vino, el Bichito,
para darle el empujón anímico y volver a la primera división.
CODA: La levedad del ser
Su aire taciturno y
su discreta elocuencia provoca equívocos frecuentes. Tienen los conceptos
claros y por ello se fue convirtiendo en un outsider,
un heredero del fuego sagrado de los grandes: Bochini, Maradona, Alonso.
El canon futbolero es la celebración del juego.
Celebra, poeta. Comulga cada domingo a
las doce para sacar el alma y volver -como cantaría el Zambo Cavero-“después de
la misa”, a sacudir las campanas de la Bombonera, en eterno repique para los
corazones bosteros que seguirán soñando con tu gambeta larga y pausada, tus
amagues, tus pisadas de bola, tus caños inolvidables y tus pases de “sólo sabe
Dios”. Nos enseñaste el deber de ser
elegantes, dentro y fuera de la cancha.
Un abrazo desde la Llacta.
Marzo
2015