miércoles, 4 de enero de 2017

De Bauman a Diamanti, viaje al fin de la democracia

Wlodek Goldkorn

Avanza (y se profundiza) la idea de que con la globalización ha terminado una era que comenzó con el Iluminismo. ¿Y después de eso? Aquí el diagnostico de Wlodek Goldkorn

Como la novela y la burguesía, los dos mejores productos de la modernidad occidental, tambien la democracia desde su existencia está en crisis: en consulta siempre y continuamente sobre sí misma, mientras lucha por su (no segura) existencia. Esta vez, sin embargo, en el cuarto lustro del Vigésimo primer siglo, tal vez ya no estamos para algunas corrección de rumbo y de ajustes de procedimientos.

La mayoría de los estudiosos coinciden ya de que estamos en el "después de la democracia". O mejor dicho, que avanza la idea de que aquí en Occidente haya terminado la democracia como la hemos conocido e imaginado desde el siglo de las luces hasta la globalización. Desde la irrupción de los partidos de masas en la escena política (una forma de "proceso parlamentario" de la lucha de clases, de otra manera sangrienta debido a que los trabajadores eran tratados como "salvajes" como los pueblos colonizados; basta solo pensar en Bava Beccaris o en la matanza de los comuneros de París) de la entrada de los partidos socialistas en el juego parlamentario, por lo tanto, estábamos convencidos de que había una estrecha relación entre las siguientes categorías: progreso, libertad, democracia, el crecimiento económico, la educación de masas, de emancipación. Las cosas iban juntas, más libertad y más consumo; más democracia y un mayor crecimiento económico y personal y adelante conjugando. Por supuesto, las guerras mundiales y los fascismos han marcado unos pasos atrás, pero desde 1945 reinaba en Occidente una especie de convergencia estable y creciente entre el liberalismo y la socialdemocracia (dos oponentes históricos): más beneficios y más igualdad, más libertad y más garantías de los trabajadores, y hasta la apoteosis, casi hegeliana, los derechos humanos en 1989. 

Entonces, de repente, todo ha terminado. Nuestros hijos vivirán peor que nosotros; el voto no establece el vínculo entre los elegidos y los ciudadanos; el trabajo es precario cuando existe; y el futuro se ve como una amenaza aterradora y no como una prometedora e magnifica imaginación. Del progreso nadie habla excepto para decir que se trata de "perro muerto" y la ilusión del pasado, el sol del futuro está apagado y los políticos parecen figuras grotescas, dedicada a la celebración de rituales vacíos desde el punto de vista semántico, ya que no logran generar un lema de identificación con los que se supone representan. ¿Así que es lo que viene? 

Le preguntamos a los estudiosos, filósofos, politólogos. A partir de Zygmunt Bauman. Antes dos premisas. En 1991 Christopher Lasch, historiador estadounidense fallecido hace veintidós años, en un libro "El paraíso en la Tierra", en el que daba la despedida a la ilusión de progreso, citó una observación de George Orwell (1940) por lo que mientras las democracias ofrecían comodidad y ausencia de dolor, Hitler ofrecía lucha y muerte; y, en los últimos años del siglo XIX, Georg Simmel, sociólogo alemán, cantor de la metrópoli con su caos y el dinero como la medida de todo, dijo todavía entender los laudatorios de los valores antiguos y de las gestas heroicas. ¿Así que, incluso hoy en día, frente a la Babel del mundo globalizado, estamos empezando (bajo el disfraz del populismo) a revaluar el valor de la comunidad cerrada, aislada y gobernada por un hombre fuerte? La respuesta de Bauman es sí. El sociólogo parte de la noción de "retrotopia", utopía retroactiva: apelación a un pasado mítico, inventado y que se presenta como la oportunidad más atractiva para escapar de la angustia de un presente incierto. La retrotopia por ejemplo, explica el éxito de Trump. El presidente electo no ha ofrecido, de hecho, ninguna visión de un futuro mejor, de progreso de la condición de la gente (como Roosevelt o Kennedy): su mensaje es más bien para restaurar el pasado "glorioso" de los Estados rurales y proletarios, no contaminado por el lenguaje políticamente correcto de la elite globalizada, atento a las "reglas"; reglas incomprensibles para el hombre común que de esta manera se siente excluido y no a la altura para competir por su lugar al sol.

Las élites políticas, a su vez, no son capaces de mantener sus promesas. Y no lo son porque tenemos que ver con "el divorcio entre el poder y la política." El poder está cada vez menos ligado al territorio, cada vez más representado por entidades abstractas e inmateriales (bancos, finanzas, mercados). Todo esto crea frustración, búsqueda del culpable, del chivo expiatorio, deseo de regresar desde la "condición cosmopolita" (ya teorizado hace más de un siglo por austromarxistas y socialistas del Bund judío) hacia una comunidad cerrada adonde es posible una ilusoria y extrema simplificación. Cierre y simplificación (acentuado por el temor de los migrantes) que se transforma en deseo de un "hombre fuerte". Bauman dice: "Tal vez no será abandonada la palabra democracia, pero va a ponerse en tela de juicio la clásica división tripartita de poderes entre el ejecutivo, legislativo y judicial." Adiós, pues, Montesquieu: puertas abiertas para posibles formas dictatoriales. También porque, "hasta la esperanza se ha privatizado." Pero quizás Bauman, crítico de lo existente es demasiado pesimista (de hecho, admite en privado con la esperanza de un renacimiento de la izquierda cosmopolita). Tal vez tenemos que aferrarnos a las palabras de Chantal Mouffe, belga, famosa por sus estudios sobre el populismo y el concepto de hegemonía, cuando habla de la necesidad de volver a una izquierda antagónica y que rechace el compromiso liberal-socialdemocratico. O tal vez tiene razón Pierre Rosanvallon, politólogo francés, que ha estado diciendo que ya no estamos en una democracia (“La contre-démocratie. La politique à l'âge de la défiance”) y propone medidas concretas de resistencia. Estas incluyen: monitorear, supervisar, controlar el poder y "hablar claro y decir la verdad". Y con esta última consigna vuelve a las investigaciones de Michel Foucault sobre la "parresia", el decir lo que se piensa de los griegos en la época de Pericles, virtud del ciudadano y medio de oposición a las tentaciones de toda tiranía. Esto en cuanto a la esperanza, porque Rosanvallon también dice que la vieja idea de un parlamento que legisla y un gobierno que realiza ya no existe, porque el poder político está ahora en las manos del ejecutivo y crece el deseo de presidencialismo en todas partes. Se hizo eco por David Van Reybrouck, un erudito que trata de teorizar el sorteo de personas llamadas en decidir las cosas en la política, lo que precisamente acontecía en Atenas, tanto de haber escrito un libro titulado "Contra las elecciones” (y añade: "Los elegidos son élite "). Donatella Di Cesare, Profesora de Filosofía Teórica de La Sapienza y feminista con fuertes tendencias anarquistas, sostiene que: "La democracia es el último tabú. Nadie se atreve a poner en cuestión, pero hay que empezar a hacerlo si no queremos la catástrofe y si queremos preservar nuestras libertades". Señala América (Estados Unidos de América) para decir: "La democracia se está volviendo dinastía. "Entonces, ¿qué hacer?" Hacer una democracia más femínea y menos macho. Aceptar, en estos tiempos de globalización y de flujos migratorios, la soberanía limitada, condicionada, separada de la obsesión de la identidad, abierta a Otros. Quienes exaltan la soberanía rígida, terminará renunciando a la libertad en nombre de la simple soberanía. Me temo". Así como lo teme Jan Zielonka, docente en Saint Antonys College, Oxford, de la catedra intitulada a Ralph Dahrendorf, durante décadas pontífice máximo del liberalismo. Desde Varsovia, donde se encuentra de vacaciones, en el teléfono confirmó: "Está ganando la contra-revolución. Por supuesto, la ola contrarrevolucionaria progresa a través de las elecciones y no a través de golpes de Estado militares o barricadas, pero pensar que se pueda volver al mundo tranquilizador de la democracia liberal es una locura". En este punto, sólo hay que hacer un poco de orden y repetir la pregunta: ¿qué hacer? La palabra va a Emmanuel Todt, carácter afable, controvertido, multifacético, histórico de "la larga duración" (como se hace llamar), que antes de ejercer su pensamiento es tá dispuesto a presentarse como un continuador de las tradiciones de la "vieja burguesía israelita patriótica". Hace ocho años Todt publicó un libro titulado "Après la Democratie" (después de la democracia). Hoy en día, dice: "La historia de Occidente no coincide con la historia de la democracia". Y también: "La democracia estaba vinculada a la difusión de los conocimientos en materia de alfabetización de las masas," para llegar a decir: "Hoy en día, sin embargo, las élites, ahora amenazadas por un pueblo capaz de leer y escribir todavía está tratando de establecer la diferencia cultural. Y así traicionan la democracia, diciendo que los que votan Trump o Brexit son ignorantes".  Y comenta: "La democracia no existe más. Murió junto con la globalización y el euro, al flujo de la inmigración sin control. Si no soy dueño de la moneda y del territorio, no puedo ejercer mis derechos democráticos". Repite: "No soy un xenófobo, odio el Frente Nacional, pero me gusta decir lo que pienso. ¿"Así que, realmente se acabó la democracia? Concluye Ilvo Diamanti, el cual dice dos cosas fundamentales, en primer lugar que la democracia es una forma de poder, de "cratos", y no puede por lo tanto ser parcial, más bien debe corresponder a un territorio habitado y dirigido por una población de ciudadanos (una observación no del todo evidente para el tiempo del mundo global). En otras palabras: la responsabilidad, el principio de la democracia, prevé la delimitación, y por lo tanto la existencia de fronteras. En segundo lugar, la forma de democracia corresponde a la tecnología de la comunicación. En el momento de los notables, la arena fue el parlamento y los partidos políticos nacieron en los pasillos de las asambleas, elegidos en gran parte por la riqueza. Entonces, han dado paso a los partidos de masas y se trasladó a la plaza y a los periódicos. La siguiente etapa fue la personalización y el liderismo y así a la televisión. Hoy en día a estas formas (ninguna de las cuales ha desaparecido), debemos añadir la Red. Y llegamos a la "democracia híbrida". Y añade: "La Red permite algo parecido a la democracia inmediata, adonde la deliberación y ejecución se producen simultáneamente. 

Pero la democracia necesita la mediación, donde es inmediata y radical (como en la utópica visión jacobina o en la Atenas del siglo V antes de Cristo) tiende a suprimirse a sí misma". ¿Logrará su abolición? "Creo", dice, "que vamos a vivir en una mezcla entre la democracia mediada e inmediata". Y no es un futuro tranquilizador.


Traducción: Maurizio Bagatin

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