viernes, 1 de septiembre de 2017

Sin autonomía universitaria no hay saber

Carlos Crespo Flores
Hace unos días, el presidente Evo Morales insufló una nueva invectiva contra la autonomía universitaria: “Lamentablemente siento que algunos estudiantes universitarios dan el mal uso de la autonomía universitaria. Parece que en algunas universidades la autonomía nos está perjudicando”.
La autonomía universitaria, debe entender el señor presidente, constituye una práctica social y un método organizativo, pues la relación maestro-alumno es entre dos sujetos autónomos, que piensan e interactúan autónomamente, y donde la construcción de una comunidad académica es un proceso también autónomo.
La autonomía universitaria permite que los investigadores y docentes definamos, de manera independiente, lo que investigamos y enseñamos, y ello no siempre es del gusto del Poder, sea este de tinte plurinacional o neoliberal. Estudiar la fumigación del cultivo de coca, por ejemplo, es un tema que el Estado no promoverá su investigación, o se lo encomendará a organismos externos afines (la cooperación cubana, por ejemplo), a riesgo de poner en evidencia el envenenamiento masivo que sufre la población acullicadora, por parte de los productores cocaleros, afines al gobierno, debido a que están consumiendo coca fumigada. En el CESU, como centro académico autónomo hemos iniciado este estudio. Más aún, la autonomía universitaria permite que investigadores de San Simón estudien y reflexionen sobre el Tipnis, y desde el saber expongan los graves riesgos de construir una carretera por medio de este territorio indígena y área protegida. Finalmente, es en un ambiente autónomo que, en mi caso, puedo reflexionar sobre el concepto mismo de autonomía y sus articulaciones con la cooperación y la filosofía ácrata.
Pero, también es cierto que a políticos y autoridades universitarias no les interesa defender la autonomía, menos practicarla, pues se fortalecen el centralismo y la planificación de arriba-abajo. De ahí que hayan aceptado la intervención estatal, inicialmente política, luego financiera, posteriormente administrativa, y hoy académica –si no, ¿que otro sentido tiene incorporar el Plan Nacional de Desarrollo y la Agenda Patriótica en los planes de formación, investigación e interacción universitaria?–.
Si la autonomía crea el hábitat para que florezca el saber, el cogobierno docente-estudiantil lo impide y hoy constituye el dispositivo organizativo que no sólo ha desplazado al conocimiento como función principal de la universidad pública en favor de la política, sino que ha promovido la corrupción y el clientelismo como rasgos de la estructura organizativa universitaria. No es la autonomía, sino el cogobierno lo que está en crisis y debe ser repensado en su integridad.
En esta perspectiva propongo algunas acciones institucionales de corto plazo que orienten a la UMSS hacia una transformación académica de San Simón, desde el saber y la autonomía:
Organizar el congreso universitario de la UMSS, desde eventos precongresales en las carreras, para discutir los objetivos y organización de las unidades académicas, en un proceso de abajo hacia arriba y descentralizado. Los consejos de carreras son el espacio naturales desde el cual impulsar tales procesos.
Suspender la creación de nuevas facultades, pues ellas son resultado de acuerdos políticos y clientelares antes que criterios académicos.
Suspender la contratación de personal administrativo y docente como parte de “deudas electorales” por parte de las autoridades.
Planificar las actividades académicas desde las necesidades de conocimiento identificadas por la comunidad académica, antes que aplicar la agenda gubernamental o de otros actores externos a la universidad.
Si la UMSS de manera independiente no modifica su organización y reglas de juego académicas e institucionales, el Estado intervendrá de manera directa y pondrá en “su lugar” a la universidad pública, a nombre de los “movimientos sociales”, proceso que de hecho se ha iniciado.

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