viernes, 5 de marzo de 2021

LA VIRGEN DE LA MERCED EN LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA, SEGUN Juan de la Rosa -Carlos Crespo Flores

 El templo y convento de Nuestra Señora de las Mercedes, estaba ubicado en la primera cuadra de la calle de su nombre, hoy calle Sucre. Fue construido entre 1600-1604, y es considerada una arquitectura “renacentista, de líneas sobrias”. En 1826 el convento fue sustituido paulatinamente como mercado, hasta el actual mercado de comida 27 de mayo. Fue demolido en 1969 por la entonces empresa Teléfonos Automáticos, y utilizada durante  años como depósito, cancha deportiva y parqueo (Byrne de Caballero & Mercado, 1986: 41-42).

 La virgen de la Merced es patrona de la ciudad de Cochabamba, y como tal aparece en la novela Juan de la Rosa: “las señoras principales solían obsequiarle todos los años lujosísimos vestidos de lama y las joyas más valiosas” (p. 168). Desde la revuelta del 14 de septiembre, la llamaban “la patriota, por haber sido su fiesta la ceremonia religiosa más solemne que se celebró después del primer grito de Independencia” (p. 168).

 Durante la derrota de Amiraya, el “abigarrado y mal traído” ejército independentista,

“tenía un estandarte singular, resplandeciente de oro, de plata, de perlas y de fina pedrería… Era la imagen de la Virgen patrona de la ciudad, venerada desde la fundación de esta en el templo de la matriz… Estaba en sus andas, sobre los hombros de cuatro colosales vallunos, en medio de la columna de los arcabuceros” (p. 168).

 Llega “un grupo de mujeres de las rancherías inmediatas de Suticollo, Amiraya y Caramarca”, y la inundan de “flores campestres recogidas en sus faldas, y le decían en quíchua:

—¡Madre piadosa, estrella de los afligidos, extiende tu hermoso manto sobre los patriotas!” (p. 168)

 Cuando empieza la huida “por la escabrosísima serranía de su retaguardia”, Juanito recuerda “haber distinguido un objeto reluciente que conducía uno de los jinetes y que debió ser la imagen de la Virgen, salvada, con los dedos de la mano derecha rotos de un balazo” (p. 171).

 Antes de ingresar a la ciudad, el victorioso Goyeneche, “conde de Huaqui”, envía una carta a la Junta Provincial (o lo que quedaba de ella), anunciando su ingreso al día siguiente, de donde se dirigiría al “convento de nuestra señora de las Mercedes, donde en reunión de todo el clero se celebrará el sacrificio de la misa con un sencillo Te Deum.” (p. 180).

 Meses después, antes de subir a la trágica colina de san Sebastían, las mujeres, cuenta la novela, “al pasar por la puerta de la Matriz…, pidieron a gritos la imagen de la Virgen de las Mercedes” (p. 267), herida ya en Amiraya. Como el párroco no podía contener el clamor, interviene Fray Justo, y le dice al párroco:

“—¡Sí, señor cura!... ¡tienen razón!, ¡que se lleven a la Virgen cuanto antes!

—¡Viva Fray Justo! –exclamaron las mujeres.

El cura miró con asombro a mi querido maestro.

—No hay remedio –continuó este–; ¡que se lleven a Nuestra Señora de las Mercedes!, ¡que la hagan ver sangre humana!, ¡que la madre del Redentor, la reina de los ángeles vaya a oír blasfemias y aullidos de rabia y desesperación! ¡Como ella es igual a estas pérdidas, nada importa que las balas la despedacen y le quiten la cabeza! ¡Ya se llevaron dos dedos de su mano en Amiraya!

A estas palabras inesperadas las mujeres bajaron humildemente la cabeza. Mi maestro conocía el secreto de reducir a la razón a las turbas populares. Había fingido ponerse de su lado para llamar su atención, y usaba ahora del lenguaje irónico que más le convenía” (p. 267).

 De esta manera, logra convencerlas que la virgen sea ubicada en la puerta del templo, para bendecir a “los que van a morir por la patria” (p. 268). Y una escena conmovedora emerge:

“La imagen fue expuesta en la puerta del templo sobre sus andas, sostenidas por cuatro de aquellas mujeres; el cura y el Padre agustino se arrodillaron a uno y otro lado de ella; la multitud se postró en tierra, y el canto dulce y tiernísimo de “la salve” resonó en medio del silencio que había sucedido a todos los gritos de furor, de muerte y venganza.

—¡Idos! –exclamó levantándose mi maestro–. Es una locura… ¡Dios os bendiga, hijas mías!” (p. 268)

 La importancia de la virgen de la Merced en el imaginario popular también se observa en tres escenas. La primera, es el 27 de mayo, previo a la masacre de San Sebastián; llegan 10 o 12 mujeres del mercado donde la Abuela, aterrorizadas por la inminente llegada del ejército de Goyeneche: “Dicen que matan a todos los que encuentran… que han quemado las casas… ¿qué va a ser de nosotras, Virgen Santísima de las Mercedes?” (pp. 263). Segunda escena, Ese mismo día, cae malherido Luis, el amigo de Juanito. Doña Martina, amiga beata de la señora Teresa, le cuenta a Juanito la gravedad de la situación: “Dice que su herida es muy grave… que si vive será un milagro. Ahí tengo encendido un cirio bendito a Nuestra Señora de las Mercedes, y no me canso de encomendarle, aunque no soy más que una indigna pecadora” (pp. 326). Tercera escena, Doña Genoveva y don Anselmo, cuidan al moribundo Carlos, padre de Juanito; esta, frente a la oposición de aquel, para ir a descansar, le dice: “! Lo que va a resultar de tus caprichos –¡ya se ve que eres vizcaíno!–…, es que en lugar de uno tendré que velar a dos, y entonces yo no respondo de mí, y… ¡la Virgen de las Mercedes tenga piedad de todos nosotros! (pp. 333). En los tres casos son mujeres del valle quienes llaman el nombre de la virgen por ayuda a sus temores y pesares, retratando, sin duda, la tradicional religiosidad de las mujeres en la colonia. Más aún, este sentimiento atraviesa a cholas del mercado, mestizos rurales o criollos.

IMAGEN: Iglesia de la Merced (1966) y plano.




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