sábado, 16 de noviembre de 2013

DE POLÍTICA

Rafael Barrett

Una ilusión común es la de las formas de gobierno. Se cree disminuir la tiranía suprimiendo al tirano, y establecer la libertad por un decreto. Se supone que la figura de la vasija cambia la naturaleza del líquido, y que una constitución y un parlamento sirven para algo. Se asombra la gente de que sea exactamente tan imposible ejercer los derechos cívicos ahora, que se reconocen y recomiendan por la ley, como en la época de un despotismo concentrado en un hombre y consagrado por el pueblo. Es que el sentimiento de la dignidad personal no es obra de políticos. No es en los convenios de los conspiradores con suerte donde nace la justicía, sino en los hogares. No es en las costumbres públicas donde empieza el progreso, sino en las privadas. Cuando los corazones siguen intactos, las reformas escritas se reducen a un detalle grotesco.

Hemos descubierto la conservación de la materia y la conservación de la energía, en las regiones de lo físico; añadamos, en el terreno social, la conservación del coeficiente bárbaro. Agitad con el viento vano de las revoluciones queridas la superficie del mar de la patria; no se alterará en un milímetro el nivel medio de los instintos y de las pasiones. Los seres viven y se transforman de adentro afuera. No hay decoración, por hábil y brillante que se pinte, capaz de producir un futuro duradero. Los gobiernos, y las costumbres administrativas, no son una causa, sino un resultado. Parecen reinar, porque están situados en la cumbre. Pero ni los pararrayos inventan la electricidad, aunque en ellos se desplome el rayo, ni los palacios burocráticos engendran un átomo de potencia colectiva. Equivocación suprema la de los que van a la política para salvar a su país.

Existe una política fecunda: no hacer política; una manera eficaz de conseguir el poder: huir del poder y trabajar en casa. Un grupo de personas que no han traído a la ciencia una verdad nueva ni al arte ni a la moral una modalidad nueva de nuestras emociones, es impotente; de la nada nada se saca. Gobernar es distribuir y redistribuir lo viejo por los viejos canales. Única labor útil: componerlos, construir otros, enriquecer y purificar el líquido circulante. ¿Es posible eso desde arriba? Nunca. El tabique del oficinismo y de la adulación oficial es imperforable: la savia viene de abajo, de las raíces. No nos ocupemos de política, sembremos nuestro campo y no llamemos a las puertas doradas. La vida nacional nacerá en nuestro cerebro y en nuestras manos, y no en las mesas polvorientas y los expedientes apelillados de los escritorios a presupuesto. Nos olvidaremos de la política; continuará tal vez visible, como una cascara flotante, mas sólo alcanzará la influencia de una asociación parcial y parsimoniosa: la política será un club extenso, una masonería semi-inofensiva, lo que es en los Estados Unidos, en Inglaterra, en Bélgica, en Suiza, en los países habitables. Al aislarla, al volverla la espalda, la politica se marchitará para siempre y recobraremos el timón de nuestros destinos. Somos dueños de desviar las corrientes vitales, de conseguir que rieguen y fructifiquen nuestra huerta, y no el vacío desierto de las ambiciones borgianas. Hagámoslo.

¿Democracia? Un fraccionamiento de la crueldad y de la intriga; eso es todo. He mirado estos días a nuestros jóvenes electores, revólver al cinto y pañuelo al cuello, contar las descargas que les hacían entre los árboles. Política. La buena fe de los que comienzan a pensar y a luchar es evidente; sin embargo, su error es un error fundamental. ¿Quieren corregir la política? Desprecíenla. Estudien en silencio, edifiquen su espíritu y su nido; forjen en su rincón el pedazo de armadura que les toque, y la nación, reunidas sus vértebras, será fuerte. Un buen médico, un buen ingeniero, un buen músico, he aquí algo mucho más importante que un buen presidente de la República.
 
Originalmente publicado en El Dolor Paraguayo; 1909.

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