Rafael Barrett
Una ilusión común es la de
las formas de gobierno. Se cree disminuir la tiranía suprimiendo al tirano, y
establecer la libertad por un decreto. Se supone que la figura de la vasija
cambia la naturaleza del líquido, y que una constitución y un parlamento sirven
para algo. Se asombra la gente de que sea exactamente tan imposible ejercer los
derechos cívicos ahora, que se reconocen y recomiendan por la ley, como en la
época de un despotismo concentrado en un hombre y consagrado por el pueblo. Es
que el sentimiento de la dignidad personal no es obra de políticos. No es en
los convenios de los conspiradores con suerte donde nace la justicía, sino en
los hogares. No es en las costumbres públicas donde empieza el progreso, sino
en las privadas. Cuando los corazones siguen intactos, las reformas escritas se
reducen a un detalle grotesco.
Hemos descubierto la
conservación de la materia y la conservación de la energía, en las regiones de
lo físico; añadamos, en el terreno social, la conservación del coeficiente
bárbaro. Agitad con el viento vano de las revoluciones queridas la superficie
del mar de la patria; no se alterará en un milímetro el nivel medio de los
instintos y de las pasiones. Los seres viven y se transforman de adentro
afuera. No hay decoración, por hábil y brillante que se pinte, capaz de
producir un futuro duradero. Los gobiernos, y las costumbres administrativas,
no son una causa, sino un resultado. Parecen reinar, porque están situados en
la cumbre. Pero ni los pararrayos inventan la electricidad, aunque en ellos se
desplome el rayo, ni los palacios burocráticos engendran un átomo de potencia
colectiva. Equivocación suprema la de los que van a la política para salvar a
su país.
Existe una política
fecunda: no hacer política; una manera eficaz de conseguir el poder: huir del
poder y trabajar en casa. Un grupo de personas que no han traído a la ciencia
una verdad nueva ni al arte ni a la moral una modalidad nueva de nuestras
emociones, es impotente; de la nada nada se saca. Gobernar es distribuir y
redistribuir lo viejo por los viejos canales. Única labor útil: componerlos,
construir otros, enriquecer y purificar el líquido circulante. ¿Es posible eso
desde arriba? Nunca. El tabique del oficinismo y de la adulación oficial es
imperforable: la savia viene de abajo, de las raíces. No nos ocupemos de
política, sembremos nuestro campo y no llamemos a las puertas doradas. La vida
nacional nacerá en nuestro cerebro y en nuestras manos, y no en las mesas
polvorientas y los expedientes apelillados de los escritorios a presupuesto.
Nos olvidaremos de la política; continuará tal vez visible, como una cascara
flotante, mas sólo alcanzará la influencia de una asociación parcial y
parsimoniosa: la política será un club extenso, una masonería semi-inofensiva,
lo que es en los Estados Unidos, en Inglaterra, en Bélgica, en Suiza, en los
países habitables. Al aislarla, al volverla la espalda, la politica se
marchitará para siempre y recobraremos el timón de nuestros destinos. Somos
dueños de desviar las corrientes vitales, de conseguir que rieguen y
fructifiquen nuestra huerta, y no el vacío desierto de las ambiciones
borgianas. Hagámoslo.
¿Democracia? Un
fraccionamiento de la crueldad y de la intriga; eso es todo. He mirado estos
días a nuestros jóvenes electores, revólver al cinto y pañuelo al cuello,
contar las descargas que les hacían entre los árboles. Política. La buena fe de
los que comienzan a pensar y a luchar es evidente; sin embargo, su error es un
error fundamental. ¿Quieren corregir la política? Desprecíenla. Estudien en
silencio, edifiquen su espíritu y su nido; forjen en su rincón el pedazo de
armadura que les toque, y la nación, reunidas sus vértebras, será fuerte. Un
buen médico, un buen ingeniero, un buen músico, he aquí algo mucho más
importante que un buen presidente de la República.
Originalmente publicado en El Dolor Paraguayo; 1909.
No hay comentarios:
Publicar un comentario