martes, 14 de junio de 2016

TRANSFORMAR LA UNIVERSIDAD

Estamos anclados en una “crisis” no solamente del orden del saber; sino, masivamente, del orden del poder. Crisis que responde a una vieja estructura de gobierno universitario hipotecada, subordinada a intereses corporativistas sectarios, tanto del estamento docente como del estudiantil. Estructura que solapa y anima el “hacer sindicato” corrompiendo el “hacer universidad”. Estructura obsoleta que ha desnaturalizado los fines de la universidad llevándonos a vivir “como si la universidad tuviera sentido” cuando ya casi no lo tiene. La ilustración la encontramos en el conflicto del 2015 que nos ha llevado al borde de la stasis, con estamentos atrincherados en posiciones que violentan la norma, paralizan la vida académica, desestabilizan y debilitan la institucionalidad. Arrastrándonos a ser menos colectivo de docentes y estudiantes, menos comunidad de estudios, menos universitas studii. Es pues imperativo, “hacer un alto” para salir del “como si…” y volver a la sensatez de un cierto sentido común universitario. Pero, ¿dónde está ese “sentido común universitario”? ¿Ese sentido que connota nuestro “ser y quehacer” cotidianos como específicamente universitarios? Pues está en el Estatuto orgánico, que nos instituye históricamente como “cosa universitaria”, en la letra y el espíritu del mismo y en las resoluciones del Primer Congreso Institucional del 89. 

 ¡Hagamos pues del Estatuto nuestro programa! Ahí están los elementos, los criterios y términos (criticables y perfectibles), para cambiar drásticamente la “cara de la universidad”, para reconfigurar su ethos y demos en una perspectiva de reinstitucionalización y refundación de la universidad, cuyo actor protagónico sea el saber: única riqueza, única materia orgánica de los quehaceres estudiosos.

Entonces, transformar la universidad, reinstitucionalizarla, refundarla ya, más acá y más allá del actual tema eleccionario y, al mismo tiempo, preparar un congreso formal que recoja en un nuevo estatuto los cambios realizados. Ir a un congreso después de resolver nuestros problemas, tanto académicos como institucionales y gremiales. Antes, sería un suicidio y acabaríamos en una situación de abierta stasis.

1) Transformación desde los consejos de carrera ampliados, “empoderando” (término inestético, ni modo) a los sujetos universitarios primarios (verdaderos ejecutivos universitarios en las aulas, laboratorios, bibliotecas, archivos, institutos y departamentos académicos), que modifique y mejore radicalmente las condiciones materiales de trabajo cotidiano, de “hacer universidad” para llegar a ser, simplemente, una “universidad normal” (con estructura meritocrática que subordine lo administrativo, lo político y gremial a lo académico e institucional y una gran mayoría de docentes-investigadores ordinarios y estudiantes regulares dedicados plenamente al estudio, por ejemplo).

2) Preparación que comporte una valoración sincera de todos los cambios efectuados entre 1989 y 2016; y, una valoración crítica y justa de la letra y el espíritu del actual estatuto. Si queremos cambiar algo, habrá que saber a ciencia cierta qué es eso que queremos cambiar, ¿verdad? De paso, no olvidemos que muchos de tales cambios fueron animados por racionalidades sucedáneas e ideologías espurias (aún activas en todas las candidaturas del reciente proceso electoral clausurado), como la neoliberal y por intereses corporativistas y partidistas sectarios poco, casi nada universitarios.

Lo anterior obliga a todo universitario a asociar “letras y compromiso” con el fin de lograr que “el saber pueda y el poder quiera saber” ¿Cómo? Pues blandiendo la libertad intelectual y la autonomía universitaria interna (y no solamente política, frente al estado y la sociedad) en tanto sujetos y actores universitarios primarios y no como “docentes de base” o “estudiantes de base” (pseudoexpresiones indignantes e insultantes) frente a los poderes estamentales de turno, frente a la ocupación “democrática” (como la denomina Barnadas) de la universidad por parte de militantes de partidos políticos y frente a un cogobierno e instancias de autoridad burocráticos, irrespetuosos de la norma y pusilánimes a la hora de cambiar la universidad. Y no dejando de “hacer universidad” en los espacios “auténticamente universitarios” de la universidad, con los instrumentos que nos toca, a cada cual, ejecutar, es decir, con los saberes y conocimientos que generamos, transmitimos, publicamos en nuestros campos disciplinarios y en otros, inter, multi, trans (como gusten). Para esto no necesitamos directores, jefes, patrones, dirigentes, líderes, consultores o expertos: Porque todos somos rectores, ¿no es cierto?


Nelson G. Ferrufino R. (UMSS)

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