Estamos anclados en una “crisis” no solamente del
orden del saber; sino, masivamente, del orden del poder. Crisis que responde a
una vieja estructura de gobierno universitario hipotecada, subordinada a
intereses corporativistas sectarios, tanto del estamento docente como del
estudiantil. Estructura que solapa y anima el “hacer sindicato” corrompiendo el
“hacer universidad”. Estructura obsoleta que ha desnaturalizado los fines de la
universidad llevándonos a vivir “como si la universidad tuviera sentido” cuando
ya casi no lo tiene. La ilustración la encontramos en el conflicto del 2015 que
nos ha llevado al borde de la stasis,
con estamentos atrincherados en posiciones que violentan la norma, paralizan la
vida académica, desestabilizan y debilitan la institucionalidad. Arrastrándonos
a ser menos colectivo de docentes y estudiantes, menos comunidad de estudios, menos
universitas studii. Es pues
imperativo, “hacer un alto” para salir del “como si…” y volver a la sensatez de
un cierto sentido común universitario. Pero, ¿dónde está ese “sentido común universitario”?
¿Ese sentido que connota nuestro “ser y quehacer” cotidianos como
específicamente universitarios? Pues está en el Estatuto orgánico, que nos
instituye históricamente como “cosa universitaria”, en la letra y el espíritu
del mismo y en las resoluciones del Primer Congreso Institucional del 89.
¡Hagamos pues
del Estatuto nuestro programa! Ahí están los elementos, los criterios y
términos (criticables y perfectibles), para cambiar drásticamente la “cara de
la universidad”, para reconfigurar su ethos
y demos en una perspectiva de
reinstitucionalización y refundación de la universidad, cuyo actor protagónico
sea el saber: única riqueza, única materia orgánica de los quehaceres estudiosos.
Entonces, transformar
la universidad, reinstitucionalizarla, refundarla ya, más acá y más allá del
actual tema eleccionario y, al mismo tiempo, preparar un congreso formal que
recoja en un nuevo estatuto los cambios realizados. Ir a un congreso después de
resolver nuestros problemas, tanto académicos como institucionales y gremiales.
Antes, sería un suicidio y acabaríamos en una situación de abierta stasis.
1) Transformación
desde los consejos de carrera ampliados, “empoderando” (término inestético, ni
modo) a los sujetos universitarios primarios (verdaderos ejecutivos
universitarios en las aulas, laboratorios, bibliotecas, archivos, institutos y
departamentos académicos), que modifique y mejore radicalmente las condiciones
materiales de trabajo cotidiano, de “hacer universidad” para llegar a ser,
simplemente, una “universidad normal” (con estructura meritocrática que subordine
lo administrativo, lo político y gremial a lo académico e institucional y una
gran mayoría de docentes-investigadores ordinarios y estudiantes regulares
dedicados plenamente al estudio, por ejemplo).
2) Preparación
que comporte una valoración sincera de todos los cambios efectuados entre 1989
y 2016; y, una valoración crítica y justa de la letra y el espíritu del actual
estatuto. Si queremos cambiar algo, habrá que saber a ciencia cierta qué es eso
que queremos cambiar, ¿verdad? De paso, no olvidemos que muchos de tales
cambios fueron animados por racionalidades sucedáneas e ideologías espurias
(aún activas en todas las candidaturas del reciente proceso electoral clausurado),
como la neoliberal y por intereses corporativistas y partidistas sectarios poco,
casi nada universitarios.
Lo anterior
obliga a todo universitario a asociar “letras y compromiso” con el fin de
lograr que “el saber pueda y el poder quiera saber” ¿Cómo? Pues blandiendo la
libertad intelectual y la autonomía universitaria interna (y no solamente
política, frente al estado y la sociedad) en tanto sujetos y actores
universitarios primarios y no como “docentes de base” o “estudiantes de base” (pseudoexpresiones
indignantes e insultantes) frente a los poderes estamentales de turno, frente a
la ocupación “democrática” (como la denomina Barnadas) de la universidad por
parte de militantes de partidos políticos y frente a un cogobierno e instancias
de autoridad burocráticos, irrespetuosos de la norma y pusilánimes a la hora de
cambiar la universidad. Y no dejando de “hacer universidad” en los espacios
“auténticamente universitarios” de la universidad, con los instrumentos que nos
toca, a cada cual, ejecutar, es decir, con los saberes y conocimientos que
generamos, transmitimos, publicamos en nuestros campos disciplinarios y en
otros, inter, multi, trans (como gusten). Para esto no necesitamos directores,
jefes, patrones, dirigentes, líderes, consultores o expertos: Porque todos
somos rectores, ¿no es cierto?
Nelson G.
Ferrufino R. (UMSS)
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