sábado, 7 de julio de 2007

LA MALA REPUTACION. Homenaje a George Brassens



La mala reputación
Autor: Georges Brassens
En mi pueblo sin pretensión
tengo mala reputación, Haga lo que haga es igual
todo lo consideran mal,
Yo no pienso pues hacer ningún daño
queriendo vivir fuera del rebaño ;
No, a la gente no gusta que
uno tenga su propia fe,
Todos todos me miran mal
salvo los ciegos es natural.
Cuando la fiesta nacional
yo me quedo en la cama igual,
Que la música militar
nunca me pudo levantar,
En el mundo pues no hay mayor pecado
que el de no seguir al abanderado,
Y a la gente no gusta que
uno tenga su propia fe,
Todos me muestran con el dedo
salvo los mancos, quiero y no puedo.
Si en la calle corre un ladrón
y a la zaga va un ricachón,
Zancadilla doy al señor
y he aplastado el perseguidor,
Eso sí que sí que será una lata
siempre tengo yo que meter la pata,
Y a la gente no gusta que
uno tenga su propia fe,
Todos tras de mí a correr
salvo los cojos, es de creer.
No hace falta saber latin
yo ya sé cuál será mi fin,
En el pueblo se empieza a oír :
Muerte, muerte al villano vil.
Yo no pienso pues armar ningún lío
con que no va a Roma el camino mío
No, a le gente no gusta que
uno tenga su propia fe,
Todos vendrán a verme ahorcar,
salvo los ciegos, es natural.
Versión en castellano de Paco Ibañez, traducida por Pierre Pascal.
BRASSENS, MAESTRO DE CANTAUTORES
Cualquier joven habituado a escuchar la música de su tiempo, se asombraría, se alucinaría, sí claro, al oír el texto de una de las canciones más vigorosas y rebeldes que ha dado el repertorio de lo que se conoce como cantautor. Ya no es precisa la alucinación; Loquillo, el más lúcido y rebelde de los rockeros (¿cantautor?) actuales pidió prestada la inspiración al mayor emblema de la canción francesa, Georges Brassens, para comunicar todo el desprecio que el hombre siente por aquellos que nos quieren sumisos y conformistas. Con seguridad, los seguidores de Loquillo desconocen que La mala reputación nació hace 45 años y que su autor es uno de los pilares de la cultura francesa.

El 6 de marzo de 1952, un Brassens desesperado se acercaba hasta el cabaret de la Patachou para mostrarle alguno de los temas que habían nacido de su guitarra. Eran canciones contracorriente, textos iconoclastas, irónicos, obscenos, divertidos, entonadas por un tipo desmesurado con pinta de oso adormecido. Patachou escuchó La mauvaise reputation y Le Gorille y quedó impresionada; le pidió que volviese al día siguiente para entonar esas canciones. Brassens se negó; nunca había pensado que él debía ser el intérprete de esos textos: "Las traigo para que las cante usted", le dijo. "No, no, estas canciones son tuyas, debes cantarlas tú mismo". Al día siguiente debutó y todo París hablaba del "descubrimiento". Desde entonces, este hombre hosco, desgarbado, atractivo y despegado de las tentaciones mundanas, se convirtió en el ídolo musical y personal que una Francia rendida por el cansancio de las guerras, necesitaba. Hoy día, todos los hogares galos poseen al menos un ejemplar discográfico de Brassens. Alguien debería contar a todos esos jóvenes que alucinan con los textos underground del rap, que encontraron en la voz de Lou Reed la metáfora del derrotado, que se identifican con la sordidez de un Bukowski encarnado en Tom Waits, alguien debería decirles que esa estética del perdedor, que esa simbología de la rebeldía se encuentra desde hace más de 40 años en Georges Brassens. Así de claro. Brassens fue un anarquista declarado. Un hombre que alcanzó la gloria de ser distinguido con el Premio Nacional de Poesía de la Academia Francesa de la Lengua, desde la constestación de sus textos más viscerales. La anarquía, el amor, el sexo, la ironía y la individualidad, fueron los ejes que marcaron no sólo su obra musical y poética, si no el contorno de su propia vida. Aquellos franceses de postguerra, hacinados en las primeras cadenas de montaje de Citroen, y que sonreían con las edulcoradas historias de Chevalier, fueron los primeros en compartir el espíritu corrosivo de los textos de Brassens. Alguien que decía "Al ver que los pobres gendarmes/ estaban a punto de sucumbir/ me alegré, pues los adoro/ en forma de fiambre", estaba cantando en su mismo idioma, con sus mismas palabras. Ese desprecio feroz por toda forma de control, de dominación, encontró terreno abonado en el espíritu galo que no en vano esculpió aquello de "Libertad, fraternidad, igualdad". Brassens se mofaba de todos los burgueses bienpensantes con los peores insultos que en abundancia posee la lengua francesa. Esa forma de rimar sus pensamientos, esa clarividencia para encontrar un lenguaje popular, directo, humano y divertido, le abrieron el corazón y los hogares de todos sus compatriotas. Brassens ha sido -y sigue siendo- un ídolo, un pedazo del patrimonio telúrico de los franceses. Alguien que siempre vivió alejado del relumbrón del "star system", encerrado en la soledad de Crepières y que una vez al año -por navidades- se acercaba hasta el Bobino a presentar sus canciones comprobando año tras año, cómo las entradas se agotaban con meses de antelación. Alguien le preguntó en cierta ocasión por qué salía a cantar siempre con la pipa en la boca. "Porque soy más fumador que cantante" respondió con lucidez. No era cierto. Brassens fue un magnífico compositor, un apasionado seguidor de jazz, de la tradición musical de tantos guitarristas franceses que han poblado los escenarios. El día que se le reprochó que sus canciones eran monótonas, simples y vulgares, Brassens reunió a sus amigos al frente de Moustache y dejó para el recuerdo un doble album con la versión jazzística de sus éxitos, que asombró a todos los músicos. Georges Brassens murió como quiso morir. Solo, sin ayuda, sin dar pábulo a la piedad. Enfermo de gravedad, pidió a sus familiares que no le atosigasen. Cuando el cáncer de hígado amenazaba con minar sus fuerzas, consintió que le instalasen un timbre con el que pedir ayuda en caso de necesidad. La mañana del 29 de octubre de 1981, sus familiares se encontraron con el cadaver de Georges. Murió a los 60 años sin tocar el timbre. Tal como había vivido. Murió solo, pero rodeado del fervor popular que ni aún hoy le ha olvidado. Enterrado en el cementerio de los pobres de su natal Sète, cerca de donde yace su paisano Paul Valèry ("Si sus versos son de más alto nivel/ mi cementerio es más marino que el de él/ Dejémonos de discusiones", Brassens deja un legado de 12 discos donde el francés medio encuentra la voz de su propio testimonio. La voz de un cantante que sólo se consideró un juglar, un contador de historias: "Tengo verdadero talento para unir unas palabras con otras, pero no creo que se trate de verdadera poesía. Es una especie de habilidad, una ternura que pongo en mis canciones". Qué sabía él...
Joaquín CarbonellPublicado en la revista GHAITA-1995

3 comentarios:

Unknown dijo...

me lo robo para mi

Mariano Puerta Len dijo...

Parece que Mariano Rajoy se ha incorporado al club de fans de Brassens

Abraham dijo...

Huy que lindo encontrar esto, no lo digo porque lo conocia, sino porque con este post lo conocí. Gracias perris.