Guido
de la Zerda Vega
Las universidades recuerdan sus
orígenes, sus hitos más importantes, pero no siempre alcanzan a comprenderse así
mismas, en la profundidad de sus procesos. Las instituciones normalmente no se
preguntan, cómo y por qué se transformaron en el tiempo, o dónde deben situarse
frente a los cambios externos, son demasiado dependientes de lo que ocurre en
su entorno, y muy difícilmente se anticipan a los contextos cambiantes, para
finalmente reproducirse inercialmente.
Históricamente es comprobable que la
universidad es una de las instituciones más polítizadas de la sociedad
(Brunner, 1990; Luna Díaz, 1985; Ordorika, 1999; Perkin, 1984, 1997). La
conflictividad política de las instituciones de educación superior se vuelve
cada vez más relevante dada la centralidad de estos espacios educativos en el
mundo globalizado (Gonzáles Casanova, 2001). La comprensión y percepción sobre
el carácter político de estas luchas y conflictos pueden ayudar a reflexionar
la gestión y el gobierno universitario. [Sin embargo], son pocos los estudios clásicos sobre
los problemas políticos de la educación superior (Kogan, 1984).
No obstante de que
en las universidades latinoamericanas han existido tradiciones más políticas
“en sus dinámicas internas y en los estudios sobre la universidad, las
investigaciones tienden a seguir los patrones establecidos en los países
anglosajones y omiten la dimensión política de la vida universitaria” (Levy,
2000).
La complejidad de las confrontaciones,
el manejo discrecional del sistema de toma de decisiones, las discrepancias con
la gestión, el carácter estacionario que ha tomado la cultura universitaria frente
a los cambios de la sociedad; las tensiones frecuentes entre el gobierno
central y las instituciones de educación superior por temas de financiamiento,
los conflictos de inoperatividad y contradicciones en las nuevas dinámicas
políticas de los órganos de gobierno, los cambios en el tejido social (externos
e internos), el contexto global, los desafíos tecno-económicos, informacionales
y las competencias y exigencias del mercado, son algunos de los hechos más
relevantes que necesitan ser estudiados para enfrentar la crisis institucional
actual.
El statu quo
en la gestión y el carácter corporativo perverso que compromete al gobierno
universitario, parecen ser nodulares y los más problemáticos, y a la vez inevitables
para impulsar el debate en esta época de reformas, sobre todo dentro de un contexto
de transición de una universidad de elite hacia una universidad de masas.
A esto se suma
un contexto global, donde, “el principal objetivo de este proceso es adecuar
las universidades e instituciones de educación superior a la nueva economía
cultural y del conocimiento” (Gamport, 2000). En este nuevo contexto, el
aprendizaje tiende a alejarse de la vieja cultura humanística y convertirse en
sinónimo de una habilidad técnica.
En este
escenario, -consolidado sobre todo como capitalismo académico en el primer
mundo-, las universidades bolivianas todavía se ven como meras instituciones
receptoras, adaptativas y con problemas serios de gobernabilidad y de gestión.
La gestión y el gobierno de la universidad pública se propusieron a finales de
los ’90, desplazarse a las lógicas del mundo del mercado, de los negocios y de
la productividad, con un sistema de gobierno que suplantase a los cuerpos
colegiados por la experticia. La gestión sustentada en cierto gerencialismo que
corrigiese la ineficacia, alcance el éxito de sus metas, medido por su
productividad, tampoco calo en la cultura universitaria boliviana. El
experimento se fue desvirtuando en la medida que las universidades fueron
constatando que sus culturas organizacionales no funcionan como una empresa.
“Las instituciones de educación superior no son empresas y por tanto no pueden
ser gobernadas bajo las premisas de la calidad total (TQM) ni evaluadas por su
productividad, como si ‘producir’ graduados fuese igual que hacer calzados”
(Rodríguez, 2002). [Las] universidades
son, como dicen algunos que las han estudiado, instituciones de base pesada,
anarquías organizadas o sistemas débilmente acoplados. En estas condiciones, es
importante comenzar a ponernos de acuerdo que la salida no es elaborar un
modelo de universidad, ni tampoco sólo un modelo de gestión. Por eso todas
estas complejidades deben ser investigadas a detalle para abrir potenciales
soluciones a la crisis universitaria.
El autor es profesor de la UMSS.
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