jueves, 1 de marzo de 2012

LA MISION DE LA MUJER


Adela Zamudio

He aquí un concepto humano cuya evolución, a través de los siglos, constituye una historia llena de vicisitudes.

Desde la compañera del hombre de la edad de piedra hasta la ciudadana de Esparta i la matrona romana, recorrió innegablemente mucha distancia; pero el patriotismo femenino en Grecia i la influencia de la madre en Roma, no tenían otro fin que estimular al hombre hacia las virtudes cívicas. La mujer se educaba para el hombre, no para sí misma.

El cristianismo le dio un destino personal, como criatura racional llamada a conquistar una vida superior para la perfección del espíritu. La igualdad de las almas ante Dios, sin distinción de clases ni de sexos, es concepto esencialmente cristiano.

Pero su eterno enemigo, el orgullo ciego del hombre, no tardó en combatirla en el seno mismo de la Iglesia. Los Santos Padres, viendo en ella la personificación del pecado carnal, la cubrieron de anatemas a tal punto trascendentales, que hubo Concilio en que se trató de averiguar si verdaderamente era criatura racional i tenía un alma.

Los padres cristianos, convencidos de la debilidad de su voluntad para el bien, i su incurable inclinación al mal, la condenaron a la ignorancia i al encierro.

En el transcurso de los siglos, la ley irresistible del progreso obró en su abono, i le fueron concedidas algunas preeminencias sociales, de pura apariencia, por no hallarse basadas en el reconocimiento ilustrado i sincero de sus legítimos derechos. En los siglos caballerescos, el hombre se inclinó galantemente ante las damas, pero siguió pensando mal de ellas.

Es incalculable el número de libros que posteriormente se escribieron en contra suya i son increíbles las inconsecuencias del código del honor de los dos sexos, sustentado por las preocupaciones sociales.

Porque el hombre es fuerte, se le perdonaban todas las debilidades; porque es valiente, le eran permitidas todas las cobardías. En la suma de responsabilidades recíprocas resultantes de sus relaciones íntimas, lo que en él era triunfo i motivo de vanagloria, era en ella oprobio y caída. Débil por su sujeción a voluntad ajena; ciega por su ignorancia era no obstante responsable ante la ley en igual grado que el hombre i a veces más que él………

La tribu errante marcha en la forma prescritas por el egoísmo del más fuerte. La creadora de la especie humana, por serlo, no se halla eximida de otras obligaciones; por el contrario, le están encomendadas las más duras. Doblegada bajo el peso de los utensilios domésticos lleva en los brazos el fruto de sus entrañas i así abrumada sigue a su compañero que. Libre de todo embarazo se abre paso arrogante i satisfecho a través del desierto. Encargado del sustento de la familia, debe llevar las manos libres para el manejo del arma en el ataque o la defensa.

Al hombre civilizado no le faltaron razones igualmente especiosas para hacer de su compañera una especie de acémila recargada de un cúmulo de obligaciones morales que él rehuía. En la distribución de los deberes, se adjudicó los más hacedores, los que importan acciones exteriores i le asignó las más difíciles, las que requieren vencimiento de las propias pasiones.

Cuando la Iglesia la hacía responsable del pecado original, i por el de todas las miserias de la humanidad; cuando los legisladores le negaban derechos al propio tiempo que le imponían deberes; i los sabios pesaban su cerebro para comprobar su inferioridad intelectual, i los moralistas la escarnecían en todos los tonos, la mujer, bien pudio defenderse con argumentos incontestables; pero no discutió. Obró. La lógica de los hechos le señaló el camino.

El hombre, regido por sí mismo, se había descarriado, con tanta frecuencia; eran tantos los que habían faltado a su deber, que el hambre en los hogares consiguió se permitiera a la esposa, a la hija, a la hermana, reemplazarle en trabajos que resultaron casi tan mecánicos como los quehaceres domésticos.

Fue preciso pensar en prepararlas para el caso frecuente en que la hija sin padres i la esposa privada del auxilio de su compañero por la muerte, la enfermedad o el vicio se ven obligadas a luchas solas por el propio sustento i el de los suyos.

El hombre civilizado conoció al fin que en el camino de la vida, debía compartir con su compañera, tanto el peso de las nimiedades domésticas como las armas necesarias para la provisión i la defensa, a fin de que la familia tuviese dos protectores en vez de uno.

Los primeros colegios mixtos dieron por resultado un hecho curioso: La mujer, apta para las matemáticas, igualmente que para otras ciencias, era inferior como cultora de las bellas artes.

El vulgo de los hombres había vivido siempre dominado por dos preocupaciones que encierran contradicción palmaria: La convicción de la inferioridad mental e la mujer, i su incapacidad para los estudios profundos, por una parte i por otra, el temor incesante de que una vez instruida, superara al hombre en conocimientos.

A despecho de los intransigentes que discutían indignados contra el abandono del hogar, se calculó que el porcentaje de las que, en el momento del trabajo no tienen a su cargo un niño pequeño es inmenso i que excepción hecha de ese caso, la mujer trabajadora bien podía organizar su hogar de manera que sus ausencias no produjeran trastorno en él. Ausencias que nunca serían tan prolongadas como las ocasionadas por las preocupaciones del gran mundo.

Los hombres verdaderamente superiores se pusieron de parte suya i triunfó la gran idea feminista: La emancipación económica de la mujer por el trabajo. Oficinas, despachos. Almacenes se llenaron de empleadas asiduas, inteligentes i animosas.

La mujer moderna debía reformar su indumentaria adecuándola al género que había emprendido. La muñeca humana, que ocupaba una mano en manejar el abanico o la sombrilla y la otra en recoger la cola del vestido, desapareció de la escena. La falda fue recortada alrededor del pie dejando el paso libre en la marcha decidida i firme. El pesado edificio de trenzas i rizos fue reemplazado por el nudo que sujeta simplemente la cabellera sobre la nuca i el sombrero recargado de plumas i flores sustituido por el ligero de ala corta. Hubo un momento en que la mujer unió en sí, al supremo atractivo de un espíritu cultivado, la gracia suprema de la sencillez en el vestir….

Pero su eterno enemigo, el orgullo celoso del hombre, se sublevó ante tan completo e inesperado triunfo. Ingenios esclarecidos esgrimieron plumas finísimas para herirla en el más arraigado de sus sentimientos.

No os masculinicéis, dijéronle. El estudio os afea; el saber os despoja del más poderoso de vuestros atractivos. No seríais tan seductoras si no fueseis tan ignorantes. Sed siempre cándidas, irreflexivas i seguiremos adorándoos.

Qué os importa la conquista del dinero ni la de la ciencia si perdéis el dominio de los corazones?

A estas hábiles insidias unió su acción otro poder imperioso y despótico. La Reina Moda, no podía ver con indiferencia la disminución enorme de sus esclavas. Aguzando su ingenio inagotable imaginó las más audaces extravagancias i las exhibió en las ferias del gran mundo, en donde su éxito es seguro ….

…..I entre tanto que mujeres eminentes, orgullo de su sexo, luchaban en pro de los derechos de toda una mitad de la humanidad, triunfando en la palestra del pensamiento, la criatura vulgar, la Eva de la tradición sagrada, fue nuevamente seducida por el demonio de la Vanidad. La muñeca humana, no ya reclusa en los salones, sino libre, por efecto de las costumbres modernas, se presentó en las calles, realizando prodigios de equilibrio sobre dos tacones; orgullosa de su semidesnudez provocativa; cándidamente satisfecha de las miradas de extrañeza del transeúnte ante su rara i antiestética silueta.

I quedaron comprobados dos hechos nada honrosos:

El pudor de la mujeres es relativo y convencional, pues que, lo que en otro tiempo hubiera sido desvergüenza es hoy simple capricho, i su celo religioso lo es también puesto que el sacerdote la amonesta en vano i se ha visto más de una vez obligado a cerrarle el paso a fin de evitar que se presente en la casa del Señor en traje de baño.

Cochabamba, abril de 1922

(*)Originalmente publicado en la Revista Arte y Trabajo, No 36, 1922, pp.7-9.

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