viernes, 26 de febrero de 2021

EL CRUCE TAQUIÑA, CUANDO ERA DE TIERRA -Carlos Crespo Flores-

 A principios de los 80’s, el Cruce Taquiña era una zona en transición. Ese periodo, gran parte de la cuenca había sido loteada, entre otros, a los sindicatos mineros, y con la relocalización empezaron a poblarla. En ese tiempo se halla la narración de Claudio Ferrufino, en MUERTA CIUDAD VIVA.

 Con sus amigos se están haciendo pasar como abogados de DIRME (Dirección Regional del Menor), y como toda escena de corrupción en nuestro país, los interesados organizan un “q’araqu” a los “doctores”. “La reunión es a las dos. Tomaremos el colectivo 3 que nos dejará en el Cruce”. Otra barriada sin recursos”, nos confía Claudio. Pero, el paisaje de transición está ahí: 

La zona no se ha liberado de su estigma rural. En los charcos nadan patos con los picos llenos de fango. Los sapos empiezan a croar en refugios de baba blanca con puntitos negros: sus huevos. Las hojas afiladas de los eucaliptos dan la sensación de árboles con cientos de puñales colgantes”. (pp. 63).

 Seguramente es temporada de lluvias, por la presencia de sapos y patos nadando en las q’ochas temporales, en un ambiente casi rural, se podría decir. Por otro lado, el texto nos recuerda que hasta los 80’s en el Cruce había un veterano bosque de eucaliptos, hoy desaparecido con las urbanizaciones.

 Mientras, en la casa, la chupa está animada. “El doctor Nano conversa con altanera sabiduría con un grupo de profesantes. Nadie baja el tocadiscos que suena a todo volumen y cuya música se pierde en las estribaciones pedregosas que llevan a una famosa cervecería” (pp. 64).

 Nano, funcionario de DIRME, es el protagonista de la bacanal y está haciendo negocios con la familia, con el fondo de la música que llega hasta la Cervecería Taquiña.

 La zona del Cruce como espacio en transformación rural-urbana, aparece en otro gracioso momento de la novela, con el Jallalla, un migrante boliviano de retorno (de Suecia), quien es conducido por Claudio y su amigo, hacia su casa, pues “desde la avenida Aroma se puede tomar un colectivo hasta más allá del Cruce”. Seguramente tomaron el colectivo 10 que llega hasta Tiquipaya, por la Av. Ecológica, nombre actual de la ruta hacia el oeste, luego del Cruce.

 ¿Y que observa, huele e imagina el escritor?

A las seis de la mañana los colectivos están vacíos. Ya llegaron de los pueblos cercanos y descargaron a vendedoras que traen temprano sus productos a la ciudad. Colas de verde cebolla desparramadas por el piso de madera del bus. Y olor a k’allu, una ensalada de cebolla, tomate y quesillo que se usaba en los boliches populares.” (pp.125)

 Los campesinos de estos valles cercanos, históricamente alimentaron a la ciudad. Las vendedoras son cholas, mestizas. Antes transportaban en burros sus productos, seguramente; a principios de los 80’s lo hacían en el colectivo, en este caso cebolla. Y la cebolla nos lleva a un platillo valluno muy popular, donde constituye uno de sus protagonistas, el k’allu, infaltable como sajra hora. Ferrufino, como buen cochabambino, es sensible a la comida, aun en la extrema borrachera. Salud por ello.

IMAGEN: El Cruce Taquiña, hoy.




El Anderlecht y el “Gordo” Soriano -César Soto Santiesteban-

 

  

In memorian Yves Froment (+)

Poeta belga

 

 Hace algo más de un año, un día sábado en la tarde, por esas suertes de la vida, me tocó ver parte importante de una entrevista del “Negro” Fontanarrosa al entrañable escritor argentino Osvaldo Soriano, ya finado para entonces, en un canal argentino. El popular “Negro” Fontanarrosa, narrador, cuentista y uno de los emblemas del cómic argentino (Inodoro Pereyra, Boggie el Aceitoso), monopolizó un poco la charla porque, además, es un impenitente hincha de Rosario Central (la mejor camiseta de la Argentina, después de Boca y Chacarita) y gran conocedor del fútbol.

 No sé por qué azares esa tarde no estaba con la libertaria pandilla salvaje de mis amigos, disfrutando del habitual encuentro sabatino post-fulbito, en “El Solar”.  Fiel a la causa y al ritual, estaba tomando unas chelas en mi propia –no aconsejable, por larguera- compañía. Seguramente los menesteres familiares y la férula femenina habían complotado aquella tarde de sol y paz de aldea contra el cometido de la tertulia fraterna, contingencia que fue debidamente recompensada con la entrevista que paso a contar.

 Luego de hacer un largo repaso literario-futbolero (sus novelas, el amor por San Lorenzo de Almagro…), el “Negro” le pregunta al “Gordo” qué le parecía el fútbol belga, dado que era conocido que el “Gordo” viajaba con frecuencia a Bruselas, que además de tener las mejores cervezas del mundo (lo dijo el “Gordo”), tenía la calurosa y entrañable compañía de un amigo belga. Momento en el cual supe inmediatamente que se trataba de Yves Froment. Poeta enamorado de las muchas lenguas que vivía, hablaba y escribía, entre ellas la nuestra.  Cinéfilo patológico y semiólogo del cine, publicó un par de extraordinarios ensayos sobre Buster Keaton y Chaplin.  Fundador de  “TXT” la  revista de la vanguardia literaria belga de los 70’s,   Yves, entrañablemente solidario y atado al destino militante latinoamericano que le arrebató en Teoponte a uno de sus grandes amigos, el Chino Navarro;  infatigable night-walker de la conversación por su cariño a Johnny, en sus versiones negra y roja;  Yves  nuestro lowriano  cónsul, maestro y amigo que  vivió al menos  dos de sus vidas en Cochabamba -en los 60 y en los 90- los últimos años felices de su vida dando clases de cine y semiología.  De pronto surgió,  como un relámpago de Urzagasti,  la constatación de que un muerto me  hablaba de otro muerto y me dio un brinco en el corazón e inflamado por el bermejo del alcohol, me brotaron las lágrimas.

 Yves le había hecho conocer el fútbol belga llevándolo, obviamente, al estadio a beber schnaps y cerveza, una tras de la otra de un saque, dizque para combatir el inmisericorde clima, muy plausible con los fríos de esa ciudad brumosa donde llueve nueve meses al año. Y ahí, como buen hincha,  lo invitó a ver un partido del Anderlech, que tuvo una época de gloria a mediados de los setentas donde ganó dos Recopas europeas y posteriormente, y a inicios de los ochentas,  una copa UEFA, equipo  en el cual jugaba el mítico Bobby Rensenbrink, puntero izquierdo holandés –recordarán- que estrelló un disparo en el poste de Fillol a los 90 minutos cuando iban uno a uno con los gauchos, en la final mundial del 78, enmudeciendo el Monumental. Uno de los hijos de Yves, Alex, un  zurdo extraordinario, llegó a jugar inclusive en la primera juvenil del Anderlecht, mauve et  blanc.

 El “Gordo” Soriano no dijo su nombre pero yo sé que se trataba  de Yves, porque Yves me contó que eran grandes amigos y se visitaban con mucha frecuencia  entre París y Bruselas, cuando todavía el escritor argentino hacía sus primeras armas y vivía en la luminosa pobreza de un exilio verdadero. La historia de la camiseta de San Lorenzo clavada en su pared ( no sé si era la camiseta del Lobo Fischer…) y sus angustias de fin de semana para conocer los resultados del Metropolitano argentino lo desvelaban. El “Gordo” acechaba de madrugada -cerca de las oficinas de los periódicos- los cables de Reuter con los resultados del fútbol para alegrarse o rabiar la suerte esquiva del equipo de sus amores, que incluso llegó al descenso. Bueno, todo ello y otras cosas más, me contó el Yves de Soriano.

 Nacido en Namur, Bélgica, el año 1938, hace un poco más de tres años murió Yves Froment Debroux, en su cuartito, en Bruselas, triste, solitario y final, como el nombre de la novela del “Gordo” Soriano, quien, premonitoriamente, escribió este título para la oscura tumba donde yace un amigo, en el cementerio de Ixelles.

 Quiero recordarlo junto a uds. con un poema suyo, un haikú, del cual era un experimentado cultor

 

                                    Voces de mi infancia,

                                    Os escucharé

                                    Más allá de mi muerte

       

César Soto Santiesteban

Agosto 2006

IMAGEN: Anderlech de 1975-76, donde jugaba Bobby Rensenbrink

Yves Froment (1939-2003)

 



 

miércoles, 24 de febrero de 2021

SAN SEBASTIAN Y UN ALEGATO CONTRA LA CORRIDA DE TOROS -Carlos Crespo F.-

 En su informe de gestión como gobernador de Cochabamba (desde 1785), Francisco de Viedma nos recuerda que debido a la “la epidemia que padeció esta ciudad, de una cruel peste, juró por patrón al glorioso San Sebastián, por cuyo motivo se le hace una función muy lucida” (Viedma, 1836:17). Y contaba que había “festejos públicos de toros en la plaza extramuros, que se halla al pie de cerrito, denominado San Sebastián”, donde se podía encontrar una “feria de frutas, dulces secos, helados, etc.” (Viedma, 1836:17-18). Tradicionalmente, la Fiesta del “Patrono San Sebastián” se ha celebrado el 20 de enero. El lugar era la actual plazuela y colina (ver imagen).

 Juanito, el protagonista de la novela “Juan de la Rosa”, visita un año, con el herrero Alejo, a la festividad; ese momento, rememora nuestro protagonista, la corrida de toros lo consideró divertido, pero ya de adulto, lo describe como “grotesco y repugnante por demás” (pp. 62). Puede ser considerado uno de los primeros alegatos locales contra las corridas de toros, sin duda. Ese día, subieron “la suave pendiente del cerrito que se eleva sobre la plaza de aquel nombre” (pp. 62) y disfrutó de un “cartucho de confites en las tolderías de refrescos que allí se ponían” (pp. 62). Hoy quedan restos de las tolderías en las “llanth’uchas” donde se venden confites, principalmente durante la temporada de Carnaval.

 En otro momento, Alejo, recordando el grandioso recibimiento del pueblo orureño a los combatientes de Aroma, destaca la respuesta de los cochabambinos con los “gritos y silbidos de alegría que sabemos dar en la fiesta de toros de San Sebastián, y que se oyen a veces hasta en Colcapírhua” (pp. 115). Asimismo, previo a la tragedia de La Coronilla, Juanito oye el mismo sonido y asocia con el relato de Alejo, cuando una ráfaga de viento trae “un confuso clamor, mezcla de todos los sonidos que puede producir la voz humana” (pp. 270).




lunes, 22 de febrero de 2021

LA CHICHA DE “LAS GARRAFAS” SEGÚN CLAUDIO FERRUFINO -Carlos Crespo Flores-

 Cuando vivía por Cochabamba, Víctor Hugo Viscarra, a pesar de conocer las chicherías que relata Claudio Ferrufino en su novela MUERTA CIUDAD VIVA, en sus escritos alcohólicos hay pocas referencias a estos ambientes. Uno de ellos era “Las Garrafas”. Ubicado muy cerca al local UTCH, cerca de la calle Antezana (“todo ahí cerca, a unas cuatro calles se reduce la frontera”, afirma el narrador), el nombre se debía a “unas hermanas todas pequeñas, monstruosas, con condiciones enanas y obvias discapacidades”.

Pero, antes de seguir a Claudio en su etnografía alcohólica, leamos su (casi) declaración de principios para beber chicha:

Inclino la jarra. Muchas veces me han preguntado el por qué bebo chicha. Asuntos económicos de Estado, les respondo. Pero fuera del pragmatismo de beber en exceso por muy poco dinero, le he hallado gusto. En el rictus de asco que a veces su sabor invita hay tanto de vida.” (pp. 128)

En efecto, era la bebida más barata que los estudiantes, a principios de los 80’s, podíamos acceder; pero también había placer, pues en la chicha, aun en sus sabores más horribles, “hay tanto de vida”. Economía y cultura, yo diría.

¿Y cómo era la chicha de “Las Garrafas”? Horrible, pero contundente: “…a veces es incolora, otras tomando a naranja; excrementos, químicos, veneno, escupitajos sonoros de la Garrafa mayor que anda metiéndose el dedo, mirándose los mocos, tragándoselos”, y es la “más letal de la ciudad, hedionda (chicha adelantada con caca), tanto que hay que taparse la nariz con los dedos de una mano mientras se seca con la otra”, declara el escritor cochabambino. Parte de la mitología chichera es que en algunas de ellas se introduce excrementos para dar “fuerza” a la bebida, y Ferrufino lo sabe.

El ambiente del boliche era intenso y sucio:

Siempre está lleno. Siempre nos sentamos en sus sillas húmedas…. Y las Garrafitas moviéndose entre las mesas. Ni para decir de su amabilidad, que cargan una cara de culo con pesadez de sentencia”.

Las “chupas” podían ser de largo aliento: “Dormimos allí. Yo, a salvo en un espantoso banco de madera, con chicha seca de contextura de barniz”. Son las típicas bancas de las chicherías rurales del valle, que pervivían en estos bares chicheros marginales.

Seguramente, al amanecer, “una (de “Las Garrafas”)… me trae un vaso pestilente, me despierta. Desayuno, dice, y me cubro la nariz e impulso el brebaje hasta el fondo de mi estómago vacío. Me vienen gárgaras y corro al baño para vomitar aire, aire y sonidos”. (129). Otro detalle de la cultura alcohólica, el “mañanero”, aquel primer trago, sin comer, que beben los borrachos, duro, amargo, pero que estabiliza el cuerpo.

Las “Garrafas” estaban a media cuadra del Forúnculo, otro boliche de la época: “Saltamos de un infierno a otro, a veces comidos porque le robamos unas papas huayco a la casera del otro bar, mientras sus grandotes hijos se sentaban en la taza para hacerse espacio.” (128-29). Acá aparece otro patrón de comportamiento del borracho valluno: la comida, en este caso unas papas arenosas cocidas (el “papa huayco”). El culto por la gastronomía local junto con los excesos etílicos atraviesa la novela. Volveré sobre ello.

IMAGEN: Frontis actual de LAS GARRAFAS -hoy cerrado-.




domingo, 14 de febrero de 2021

La Divina Pastora en la novela Juan de la Rosa

 


En la novela “Juan de la Rosa”, el herrero Alejo tiene una suerte de amor platónico por Rosita la encajera, madre de Juanito. En un momento de pasión inocente, le expresa:

—¡Qué hermosa eres, niña mía! Si quisieras hacerte retratar harían un cuadro como el de tu Divina Pastora” (pp. 61). Efectivamente, en una pared del cuarto de Juanito y su madre, había un cuadro al óleo “de la Divina Pastora, sentada con manto azul entre dos cándidas ovejas, con el niño Jesús en las rodillas”. Es probable fuera como el siguiente cuadro, del mismo nombre, de estilo cuzqueño, Siglo XVIII (ver la imagen). De hecho, detrás del cuadro había un secreto familiar importante: “un cabo de cuerda de esparto como de una vara de largo, de un color indefinible como de grasa y hollín, extraño objeto que él (Luis, su amigo) miró con asombro y me pasó en seguida” (pp. 72). Era la cuerda con la que ahorcaron a Alejo Calatayud, de quien Juanito era descendiente.



jueves, 11 de febrero de 2021

LA UTCH, LEGENDARIA CHICHERIA DE LOS UNIVERSITARIOS EN LOS 80’S

A principios de los 80’s, los estudiantes de San Simón teníamos cuatro chicherías cercanas, donde acometíamos duramente a los excesos alcohólicos: la UTCH, las “Garrafas”, el “Osito”, el Libertador.

 Claudio Ferrufino, ese momento compañero en la carrera de Sociología, retrata de manera poéticamente descarnada estos ambientes, en la novela MUERTA CIUDAD VIVA. La siguiente escena es de una chichería, la UTCH, donde los amigos se destruyen con la pésima chicha del local, mientras hablan de política y la revolución.

 “UTCH (Unión de Tomadores de Chicha), siglas que algún imaginativo cochabambino puso para una ruin chichería en la esquina Ladislao Cabrera, casi Oquendo. Lo usual, demasiada bebida, adulterada al extremo, de un amarillo claro que no procesaba proceso normal de fermentación. Baldes de colores, chicos, grandes, los mismos que se utilizaban para tirar agua a los baños y lavar la cagadera que el andrajoso líquido producía con bastante celeridad.

 …Se hablaba de revolución. Cómo no: en esos lupanares del trago se discutía el fin del mundo. Se vivaba al tío Ho y al Che, cuchillo, cuchara, que viva el Che Guevara. Los amigos vomitaban encima de las mesas, sobrecargados.

 …A la salida un borracho besa a una mujer. Hace a un lado la cara y vomita un chorro pestilente y amarillo: como entró salió, del mismo color. Se limpia con la bocamanga y prosiguió el beso. La noche está romántica y la UTCH es la única luz de la cuadra que da a la calle. Los vecinos duermen o se escudan en la propiedad privada. Los jóvenes beben, besan, fornican.”

(pp. 96-97)

 IMAGEN: Ingreso a la UTCH, hoy.