viernes, 28 de agosto de 2009

La época y el despertar del anarquismo

LA EPOCA Y EL DESPERTAR DEL ANARQUISMO

Daniel Barret
amigo del GAMS
grupodeapoyobolivia@yahoo.com
Hagamos nuestra una frase de Oscar Wilde: “Es malo que hablen mal de mí pero es mucho peor que no digan nada”. Esto viene a propósito del hecho que ha comenzado a hablarse con mayor frecuencia y mayor energía del anarquismo y del movimiento que lo encarna. Hoy se puede hablar de un tiempo nuevo para el movimiento anarquista, pues existe un escenario internacional que de un tiempo a esta parte ha ensanchado las posibilidades de desarrollo de las corrientes libertarias. Esquemáticamente, puede decirse que todo ello adquiere su simbólico reconocimiento internacional en Seattle, en diciembre de 1999, y se constituye en el telón de fondo del actual despertar anarquista.
Pero esta constatación optimista impone algunas precisiones. En primer lugar, hablar de un despertar anarquista no quiere decir que estemos frente a una revolución inminente de signo libertario y ni tan siquiera frente a la rápida conversión del movimiento social en ese sentido sino apenas ante un escenario propicio al desarrollo y el despliegue de minorías activas capaces de extender el radio de influencia de nuestras propuestas y de nuestras prácticas. En segundo término, lo que se ha abierto es un campo de oportunidades pero éstas no se convierten en realizaciones por generación espontánea sino que las mismas esperan todavía por un movimiento anarquista en condiciones de asumirlas como su tarea propia. Por último, este jubiloso despertar no debería empañar la percepción de nuestras debilidades y carencias sino que, al contrario, tendría que estimular una adecuada visualización de las mismas y un trabajo consecuente sobre ellas. Asumir o no estas cosas colectivamente es, tal vez, la diferencia entre reforzar el optimismo o hacerlo desembocar en una nueva decepción.
Por otro lado, parece que no hay demasiada discusión en cuanto al despertar anarquista y a que éste puede constatarse en al menos seis planos diferentes: las presencias en las grandes concentraciones del movimiento internacional “anti-globalizador” o “alter-mundialista”; la proliferación de grupos de composición básicamente juvenil; la relativa recuperación de influencias en espacios más o menos “tradicionales” de actuación social; la multiplicación de actividades editoriales clásicas y en formato web; la floración de encuentros de discusión e intercambio de todo tipo; y, por supuesto, la renovada preocupación de los organismos represivos que ya no ven en el movimiento anarquista a una vertiente pintoresca y poco preocupante sino a un factor real de “perturbación”. Nada de esto ocurría a esta escala y a nivel mundial hace 10, 15 o 20 años atrás y es por eso que podemos hablar de un despertar libertario y entender el mismo como un fenómeno históricamente reciente.
Ahora bien; siendo el despertar anarquista un fenómeno reciente, el movimiento que lo encarna no puede menos que ser básicamente juvenil, carente todavía de experiencia histórica prolongada y de la templanza o el fogueo que se derivan de la misma. En circunstancias de ese tipo, el movimiento resultante no puede menos que ser aluvional y variado, donde se combinan los compromisos más profundos con las meras concesiones a la moda. Aceptándolo de ese modo -aun a regañadientes y sin aplaudirlo o auspiciarlo-, los anarquistas que lo son solamente dentro de las cuatro paredes de su casa resultan preferibles a los enemigos declarados.
Por otro lado, un movimiento anarquista aguerrido y capaz de hacer resonar su voz en todas las ocasiones que lo requieran no surge de un día para el otro ni de un año para el siguiente. Observemos las experiencias disponibles en nuestra propia historia. La respuesta que dio el anarcosindicalismo español en julio de 1936 no comenzó a gestarse ni en junio ni en mayo del mismo año sino en 1868, cuando la formación del primer núcleo internacionalista. Entre una fecha y la otra hubo insurrecciones, cárceles, muertes, sufrimientos, decisiones insobornables y una interminable sucesión de heroicidades. La historia nunca se repite textualmente pero igual podemos sentir y decir que estamos en un nuevo y parecido comienzo y que el movimiento que hoy tenemos frente a nuestros ojos también tiene que pagar el precio correspondiente. Sea como sea, yo creo y espero que habrá de ser así.
Finalmente, uno de los rasgos más notorios del actual despertar anarquista es que el movimiento no cuenta con un paradigma de organización y acción ampliamente extendido y aceptado como los que hubiera un par de veces en nuestra historia. Es un momento de búsquedas y de confusión que ha dado lugar también a algunos hallazgos y a algunos re-descubrimientos. Entonces, toda vez que quienes han realizado estos hallazgos y estos re-descubrimientos se afirman en los mismos como si se tratara de la solución definitiva a nuestras carencias, desarrollan un discurso sectario y una práctica del mismo tono respecto a otros nucleamientos anarquistas, lo cual no hace más que reforzar un clima general internamente turbulento; aunque no en todos los países se manifiesta con la misma intensidad.
Creo que estas cosas se plantean de este modo como contrapartida libertaria de la propia fragmentación de la sociedad y también porque nos encontramos en un momento especialmente fermental. También pienso que algunas de las diferencias internas al movimiento anarquista están artificialmente amplificadas y no sobrevivirán al actual momento histórico. La línea de fuga de esta conflictiva pienso que reside en el trabajo de renovación teórico-ideológica y político-práctica que reubique al movimiento anarquista no en un tiempo y en unas sociedades que ya no existen y que no volverán sino aquí y ahora. Pero, claro, una cosa es decirlo y otra cosa es hacerlo; y hacerlo ya no depende de una o varias mentes inspiradas sino de un movimiento que forme parte de las luchas que distinguen esta época en la que nos ha tocado vivir.

(originalmente publicado en el periódico Opinión de Cochabamba, el 2005)

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