lunes, 22 de febrero de 2021

LA CHICHA DE “LAS GARRAFAS” SEGÚN CLAUDIO FERRUFINO -Carlos Crespo Flores-

 Cuando vivía por Cochabamba, Víctor Hugo Viscarra, a pesar de conocer las chicherías que relata Claudio Ferrufino en su novela MUERTA CIUDAD VIVA, en sus escritos alcohólicos hay pocas referencias a estos ambientes. Uno de ellos era “Las Garrafas”. Ubicado muy cerca al local UTCH, cerca de la calle Antezana (“todo ahí cerca, a unas cuatro calles se reduce la frontera”, afirma el narrador), el nombre se debía a “unas hermanas todas pequeñas, monstruosas, con condiciones enanas y obvias discapacidades”.

Pero, antes de seguir a Claudio en su etnografía alcohólica, leamos su (casi) declaración de principios para beber chicha:

Inclino la jarra. Muchas veces me han preguntado el por qué bebo chicha. Asuntos económicos de Estado, les respondo. Pero fuera del pragmatismo de beber en exceso por muy poco dinero, le he hallado gusto. En el rictus de asco que a veces su sabor invita hay tanto de vida.” (pp. 128)

En efecto, era la bebida más barata que los estudiantes, a principios de los 80’s, podíamos acceder; pero también había placer, pues en la chicha, aun en sus sabores más horribles, “hay tanto de vida”. Economía y cultura, yo diría.

¿Y cómo era la chicha de “Las Garrafas”? Horrible, pero contundente: “…a veces es incolora, otras tomando a naranja; excrementos, químicos, veneno, escupitajos sonoros de la Garrafa mayor que anda metiéndose el dedo, mirándose los mocos, tragándoselos”, y es la “más letal de la ciudad, hedionda (chicha adelantada con caca), tanto que hay que taparse la nariz con los dedos de una mano mientras se seca con la otra”, declara el escritor cochabambino. Parte de la mitología chichera es que en algunas de ellas se introduce excrementos para dar “fuerza” a la bebida, y Ferrufino lo sabe.

El ambiente del boliche era intenso y sucio:

Siempre está lleno. Siempre nos sentamos en sus sillas húmedas…. Y las Garrafitas moviéndose entre las mesas. Ni para decir de su amabilidad, que cargan una cara de culo con pesadez de sentencia”.

Las “chupas” podían ser de largo aliento: “Dormimos allí. Yo, a salvo en un espantoso banco de madera, con chicha seca de contextura de barniz”. Son las típicas bancas de las chicherías rurales del valle, que pervivían en estos bares chicheros marginales.

Seguramente, al amanecer, “una (de “Las Garrafas”)… me trae un vaso pestilente, me despierta. Desayuno, dice, y me cubro la nariz e impulso el brebaje hasta el fondo de mi estómago vacío. Me vienen gárgaras y corro al baño para vomitar aire, aire y sonidos”. (129). Otro detalle de la cultura alcohólica, el “mañanero”, aquel primer trago, sin comer, que beben los borrachos, duro, amargo, pero que estabiliza el cuerpo.

Las “Garrafas” estaban a media cuadra del Forúnculo, otro boliche de la época: “Saltamos de un infierno a otro, a veces comidos porque le robamos unas papas huayco a la casera del otro bar, mientras sus grandotes hijos se sentaban en la taza para hacerse espacio.” (128-29). Acá aparece otro patrón de comportamiento del borracho valluno: la comida, en este caso unas papas arenosas cocidas (el “papa huayco”). El culto por la gastronomía local junto con los excesos etílicos atraviesa la novela. Volveré sobre ello.

IMAGEN: Frontis actual de LAS GARRAFAS -hoy cerrado-.




2 comentarios:

tarek dijo...

Algunas ves cai en ese antro, famosa las garrafas

tarek dijo...

Algunas ves cai en ese antro, famosa las garrafas