En una carta de Augusto Céspedes a su
tío, el también escritor Man Césped, le decía “España es la Bolivia de Europa”.
Realizando seguimiento al comportamiento de la alianza social comunista entre
el PSOE y PODEMAS, hoy en el gobierno de España, y comparando con el felizmente
extinto régimen del MAS-IPSP, se verifica que la observación del Chueco estaba atinada. Veamos algunos
estambres de conexión entre ambos, relacionados con el control y vigilancia del
país.
En primer lugar, aprovechan una
situación de shock, creada o no, para dividir el país y fortalecerse. En
Bolivia, el montaje plurinacional durante situaciones críticas, que generaron
convulsión social, de la cual el MAS y su líder salieron con todos los poderes
posibles. En la España de Sánchez e Iglesias, hoy están aprovechando la
pandemia para confrontar al país, dividirlo, al mismo tiempo limitando
libertades democráticas y concentrando poder como nunca antes.
Implementan un sistema de inteligencia
que organiza la política del país alrededor del control, vigilancia de la
sociedad y la represión, criminalización de disidentes. Como en los países del
“Socialismo del siglo XXI”, es el criterio para administrar el país.
Despliegan una estrategia de control de
los medios de comunicación. Hoy, RTVE se ha convertido en un abierto operador
comunicacional del gobierno izquierdista español. El guion oficial de la crisis
es reproducido acríticamente. Recuerda a la BTV plurinacional, definitivamente.
Paralelamente, se ha desplegado un dispositivo para prostituir a los medios
privados; en Bolivia se instrumentalizaba la propaganda oficial, compraban
medios de comunicación, o el estado los financiaba directamente, en España se acaba
de aprobar un presupuesto multimillonario a la televisión privada para
“compensar sus pérdidas” por el coronavirus, un mecanismo de cooptación. La
tercera pata de esta estrategia, como en Bolivia, es perseguir a periodistas
independientes, de aquellos que tienen voz propia, son críticos del régimen.
El control de la opinión pública,
particularmente de las redes sociales. Para ello crean ministerios de la
Verdad, que buscan regular el acceso y uso de lo que la gente dice en el
internet. Asimismo, se observa la criminalización, represión, ilegalización de
disidentes; la persecución se amplía a todo aquel que piense y actúe de manera
diferente a lo establecido por el régimen autoritario, calificado como la
“derecha”.
Pero, ya en el terreno, la capacidad y
competencia de ambos gobiernos “progresistas” deja mucho que desear. El manejo gubernamental
plurinacional del primer deslizamiento en la cuenca Taquiña fue pésimo, desde
el uso político electoral y corrupción de la ayuda humanitaria, los
ofrecimientos populistas (el vicepresidente ofreciendo terrenos y viviendas a
los afectados), pasando por no tomar medidas previsorias/precautorias frente a
una nueva eventualidad. Como efectivamente sucedió.
La España social comunista frente al
coronavirus no ha sido mejor. Por el contrario. Tanto que se halla entre los
países con más contagios y fallecidos en el mundo. Como en Bolivia, vemos mucha
grandilocuencia verbal, ideologizada, y menos actuación efectiva,
centralización de la toma de decisiones en el manejo de la pandemia, aplicar el
principio de “no aceptaremos presiones” frente a cualquier crítica. Convocan a
una marcha feminista –como en nuestro país, movimiento hoy manipulado por los comunistas-
cuando ya no se debían realizar concentraciones de gente. Tampoco se observa
capacidad de autocrítica en el régimen Sánchez-Iglesias, frente a las metidas de pata; echar la culpa al otro
es lugar común: compran kits de medición truchos
de China, y lo atribuyen a los chinos; el gran número de sanitarios
contagiados no lo atribuyen a las deficientes condiciones laborales, sino que “se
contagian cuando van a sus casas”.
En fin, la cultura política
patrimonialista autoritaria española se reproduce en aquel país y en Bolivia acabamos
de sufrirlo en su forma descarnada estos catorce años. Es parte de una cuenta
larga que nos conecta.
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