GONISMO Y CIENCIAS SOCIALES EN BOLIVIA
Los usos prácticos del discurso de la crisis del estado del 52 y el Nacionalismo Revolucionario
Carlos Crespo Flores
Salamandra Radio
http://salamandraradio.blogspot.com/A lo largo de la década de los 80’s y parte de los 90’s, desde las ciencias sociales oficiales se desarrollaron dos argumentos sobre los rasgos discursivos de la crisis del país: por un lado el discurso sobre la debacle del llamado “Estado del 52”, y por otro el discurso de la crisis del “discurso del nacionalismo revolucionario” (NR). Como operaron estos discursos? Que efectos de verdad produjeron en los procesos políticos y sociales del país? Que función ocuparon en la (re)constitución de las relaciones de poder en Bolivia?
Mi argumento es que el discurso acerca de la crisis, tanto del Estado del 52 como del NR operó como un dispositivo de saber-poder, para legitimar el “gonismo”, entendido como el régimen de dominación instaurado en 1985, basado en la aplicación del neoliberalismo como pilar económico, la democracia liberal representativa como modelo político universal, y el consensualismo y el multiculturalismo como dispositivos de estructuración de la sociedad, en el marco de un Estado racista y corrupto. Es decir, el "gonismo" va más allá del mismo Gonzalo Sánchez de Lozada.
La caída de Carlos D. Mesa, en junio del 2005, significó también la debacle del “gonismo”, como régimen de dominación, así como ideología política; es este último aspecto el que me interesa analizar, pues detrás del “gonismo” hubo una construcción discursiva desarrollada por intelectuales bolivianos, muchos de ellos formados en el marxismo y la llamada “izquierda nacional”, que fueron cooptados por el “Plan de Todos” y su apuesta de modernización del país, vía neoliberalismo y democracia liberal representativa. El presente texto constituye una genealogía preliminar acerca de la articulación de las ciencias sociales bolivianas al “gonismo”, en el marco de un debate dentro el Movimiento Cesáreo Carriles, del cual esta publicación es resultado.
LA RELACIÓN DE LOS CIENTISTAS SOCIALES CON EL “GONISMO”
Existen trabajos mostrando como la crema de la intelectualidad oficial boliviana, en sus distintas tendencias, círculos e instituciones
[1], fue cooptada por el “gonismo” (Rodas, 2005; Rivera Cusicanqui, 2005), y sus expresiones son diversas:
- Legitimaron las políticas neoliberales a través de informes oficiales que celebraban los “avances de la democracia boliviana” y los “logros de nuestra economía de mercado”; al respecto, bastaría leer los Informes de Desarrollo Humano del PNUD, de los últimos doce años.
- Definieron a su líder, Gonzalo Sánchez de Lozada, como “lo más lúcido de la nueva derecha emenerrista” (Toranzo, 1989:64), como un “demócrata y liberal”, además de “un empresario moderno, acaso el más exitoso de todos” y “un especialista en manejo equipos tecnocráticos” (Mayorga, 1996:70). Hoy, luego de sufrir el neoliberalismo y la “democracia pactada”, las masacres de febrero y octubre del 2003, solo vemos en “Goni” al sujeto que “vive del país, pero lo desprecia”, como decía Sergio Almaraz refiriéndose a la rosca minero feudal.
- Elaboraron los soportes teóricos, conceptuales y metodológicos de las principales reformas “gonistas”, como la reforma educativa (Amalia Anaya), la ley INRA (Miguel Urioste Fernández de Córdova), la Participación Popular (Carlos Hugo Molina), la política de “coca por desarrollo” (Roberto Laserna), la noción de “democracia pactada” (Toranzos).
- Armaron la ingeniería institucional del régimen "gonista", asesorando en la elaboración de marcos institucionales, pero también eligiendo funcionarios y candidatos; como dice Silvia Rivera:
“Cooptación y mimesis, mimesis y cooptación, incorporación selectiva de ideas, selección certificadora de cuáles son más válidas para alimentar ese multiculturalismo de salón, despolitizado y cómodo, que permite acumular máscaras exóticas en el living y dialogar por lo alto sobre futuras reformas públicas. ¿Pueden creer que hasta los nombres de los ministerios en la reforma estatal del primer gobierno de Gonzalo Sánchez de Lozada -incluida la adopción del emblemático vicepresidente indígena Víctor Hugo Cárdenas- salieron de las oficinas del PNUD y de las tertulias que organizaba Fernando Calderón? (Rivera, 2005:10).
- Desde la cooperación internacional, centros de investigación y ONGs, a los que nuestros intelectuales están articulados, celebraron el consenso y la concertación como valor fundamental de la política boliviana, hablaron sobre él hasta el cansancio, y lo promovieron como política pública.
LA INVENCIÓN DEL PROCESO DEL 52, SU CRISIS Y EL ELOGIO DE LA SALVACIÓN “GONISTA”
Pero, todos estos fenómenos fueron inscritos en un cuerpo discursivo, que les permitió legitimar, aprobar y/o articularse al “gonismo”, organizados en torno al discurso acerca de la existencia de un proceso hegemónico iniciado con la revolución de 1952 (Zavaleta, 1983), la “matriz del 52”, entendida, como un “conjunto de percepciones, valoraciones y lógicas de acción respecto a la economía, la política y los comportamientos colectivos…un modelo de sociedad; un modelo de Estado y sociedad civil” (Lazarte, 1993:3), visibilizada fundamentalmente en una forma estatal, el “Estado del 52” (Zavaleta, 1983) una ideología, el “nacionalismo revolucionario” (Antezana, 2007), además de unos sujetos sociales y políticos (la COB y las FFAA) (Mayorga, 1996:41). Este proceso, de acuerdo a sus teóricos más importantes, entró en una crisis irreversible (Zavaleta, 1983; Antezana, 2007).
Pero, veamos el funcionamiento del discurso de “la crisis del 52” en la práctica, es decir, su aceptación en las ciencias sociales bolivianas, y las aplicaciones que ha tenido en la producción de sentidos y la formulación de políticas públicas.
La aceptación total del discurso de “la crisis del 52”
El discurso acerca de la “matriz del 52” y su crisis, tanto de su Estado como su ideología, ha tenido una influencia aplastante en las ciencias sociales bolivianas; se establecieron como “discursos de verdad”, constituyendo categorías o conceptos dominantes, que articularon una red de saber-poder, e incluyó desde la formulación de enfoques teóricos, metodológicos, definición de agendas de investigación y creación de instituciones de formación e investigación. Surgieron los expertos en gobernabilidad, participación popular, interculturalidad, gestión municipal, planificación participativa, evaluación ambiental, y un largo etcétera. El discurso sobre el 52 produjo verdades y realidades, como el “gonismo”.
Los cientistas sociales bolivianos no pusieron en duda el discurso de la crisis del Estado del 52 y el nacionalismo revolucionario; sean de izquierda o derecha, lo aceptaron como verdadero. Quedaron obnubilados con la “historia corta” y olvidaron la “historia larga”, en el caso boliviano, acaso la más importante a considerar, pues como se sabe, el racismo y la corrupción, son dos rasgos presentes en esta “historia larga”, se retroalimentan mutuamente, e históricamente han constituido a los poderes dominantes en Bolivia, incluido el Estado, (Crespo, 2007). Utilizando estos dos dispositivos de poder, el Estado y sus elites dominantes, desde la Colonia, han buscado destruir “los comunes”, es decir todas las estrategias y formas de acceso, uso de los recursos naturales y sus servicios, basados en sistemas comunitarios, de reciprocidad, ayuda mutua, solidaridad y bien común (Harvey, 2003). Por tanto, no es posible construir “otro país” mientras no se resuelva el contenido de estos poderes y los dispositivos con los que opera. El “gonismo” constituyó un momento más de la historia larga de los regimenes de dominación fundadas en el racismo y la corrupción en el país, hecho absolutamente ignorado por nuestros cientistas sociales.
Los usos prácticos del discurso sobre la crisis del Estado del 52’ y el NR
Existen afirmaciones claves desarrolladas por los maestros pensadores criollos, que deseo mostrar en sus aplicaciones prácticas.
La matriz del 52 está en crisis
Como gran parte de los cientistas sociales, J. Antonio Mayorga considera que el origen del “gonismo” se inscribe en la crisis del NR y su Estado (Mayorga, 1996): “la resolución de la crisis del Estado del 52 pasa por la consolidación del sistema de partidos…, por el establecimiento de un nuevo modelo de funcionamiento del Estado y la economía… y por la acción de nuevos sujetos en el manejo del poder…” (Idem, 1997:43-44). Toranzos afirmaba que el derrumbe del proceso iniciado el 52 no solo fue de su economía, de base estatalista, sino también la “caída o erosión de su Estado” (Toranzos, 1995:144), así como en la incapacidad de las FFAA y la COB para dirimir, pues estos actores fundamentales del Estado del 52 salieron del escenario político (Toranzos, Carlos & Arrieta, Mario, 1989), crisis que también se refleja en la misma COB (Paz, n/n).
El Gonismo llena el vacío, sustituye y/o reemplaza la crisis del 52.
Parte de la legitimación del “gonismo” pasó por edulcorar las transformaciones que sufrió el MNR, hacia el programa neoliberal; Mayorga señala que a mediados del 80’, el MNR se desprendió del “dogma nacionalista revolucionario”, que “permitió la aparición de sectores democráticos en su interior” (Mayorga, 1996: 13-14), es decir la corriente “agonista”.
La idea de que las reformas neoliberales del Estado habían sustituido el Estado del 52, esta presente una y otra vez en las ciencias sociales nacionales (Oporto, 1998:31). Rene A. Mayorga hablaba de una “crisis ideológica y política del marxismo y el nacionalismo revolucionario”, pero al mismo señalaba el desplazamiento que estaba sucediendo en el país, con las reformas estructurales "gonistas", en la correlación de fuerzas “…a favor de alternativas que resuelven la crisis irreversible del Estado surgido en la revolución de 1952” (Mayorga, 1991:10); es decir asistíamos al reemplazo del “52 y el conjunto de sus mediaciones corporativas… por un sistema político marcado por la democracia representativa y su correspondiente sistema de partidos políticos” (Toranzos, 1995:144).
Toranzos, aplicando Zavaleta al pie de la letra, afirmaba que la Nueva Política Económica cerraba el ciclo del 52, y que “en la Bolivia contemporánea, la fase histórica iniciada en 1952 se cierra en 1985”, expresado en el “desmontaje del estatismo económico y el populismo político” (Toranzos, 1995:144).
En el mismo uso práctico, la noción zavaletiana de “abigarrado”, se convirtió en el discurso multiculturalista de lo “multiétnico” y lo “pluricultural” en la Constitución Política del Estado (Art. 1), y el enfoque intercultural de la reforma educativa (Art. 1.5), legitimando de esta manera un racismo de la diferencia, basado en la afirmación de la irreductibilidad de las diferencias culturales (Crespo, 2007)
[2].
Los cambios producidos por la nueva política económica, implementada desde 1985, eran considerados una verdadera reforma intelectual y moral, transformada en proyecto estatal, “a través de la modificación y sustitución del principio hegemónico del NR” (Mayorga, 1989:166) y su ideologuema (Costa, 2004:68), articulando neoliberalismo, “una adscripción consensual de la sociedad civil” (Mayorga, 1989:166), que permitieron la consolidación de la democracia (Costa, 2004:68); mas aún, “…la vigencia de la democracia representativa y la economía de mercado”, decían intelectuales como Henri Oporto, “son los pilares sobre los que el país debe construir su desarrollo y con respecto a los cuales el Estado debe adecuar su desenvolvimiento” (Oporto, 1998:31).
En suma, la noción de la crisis del 52 lleva directamente a justificar el régimen de dominación “gonista”.
El discurso sobre la “crisis del 52” en el “Plan de Todos”
El principal documento elaborado por el equipo técnico-intelectual de “Goni”, que guió la segunda parte del ajuste estructural boliviano, reconocía que “el nacionalismo revolucionario ha sido sin lugar a dudas la matriz ideológica en la Bolivia de los últimos 50 años y sigue siendo la doctrina central de nuestro accionar político” (n/n,1993:16), pero, destacaba los “cambios…en la sociedad boliviana y en el mundo en los últimos tiempos”, incluyendo la emergencia de “nuevos actores sociales y políticos” (n/n, 1993: 15), haciendo necesario, por tanto, “enriquecer” la concepción nacionalista (n/n, 1993:16).
Si bien no hace referencia explícita a la necesidad de una salida a la “crisis del Estado del 52”, lo asume implícitamente al plantear que en Bolivia se ha implementado una nueva revolución “democrática y responsable”, a partir de 1993 (n/n, 1993:110). El contenido de esta “revolución”, basada en el neoliberalismo, democracia liberal representativa, consensualismo y multiculturalidad, indudablemente fue considerado una resolución al proceso iniciado en 1952, en el contexto del capitalismo global.
EL FENÓMENO EVO MORALES: CONTINUACIÓN O RUPTURA DEL NR?
Pero, la tentación por utilizar el discurso del Estado del 52 y el NR, para justificar la emergencia de nuevas elites de poder continua, esta vez dentro de la agenda “postneoliberal” y “post Guerra del Agua”.
Pablo Stefanoni hace referencia al nuevo ciclo de acción colectiva que permitió el desborde electoral de los movimientos sociales y la constitución de un nacionalismo plebeyo, articulado en torno al “fenómeno MAS y Evo Morales”; con la emergencia de nuevos actores sociales, “Esta vez con rostro indio, por fuera del “paraguas” del Nacionalismo Revolucionario (NR) y movilizando una fuerza social fundamentalmente rural: cocaleros del Chapare y los Yungas de La Paz, y comunarios aymaras del Altiplano. Más aún, “la pérdida de capacidad articulatoria del NR entre los diferentes grupos sociales” (Stefanoni, 2003: 60), habría sido importante en este nuevo proceso de constitución de una “nación plebeya” (Idem, 2003:63). En suma, el MAS sería la nueva salida a la crisis del NR.
Desde otra lectura, leemos interpretaciones que ven en el actual gobierno, el resurgimiento de “todos los significantes y los iconos de esta suerte de ‘nuevo 52’ sin insurrección armada pero con una insurrección electoral, y se afirma que el dispositivo NR “se sostiene” (Soto & Villena, 2006:20). Es decir, el MAS como versión remozada, la cara india del NR.
APUESTA HEGEMÓNICA, SOLIDARIDAD Y PODER
Como explicar estos usos prácticos del discurso, por parte del establishment de las ciencias sociales, acerca de la crisis del Estado del 52 así como su ideología, legitimando un régimen de dominación, el “gonismo”, que reprodujo y al mismo tiempo renovó la historia larga del racismo y la corrupción del Estado boliviano?
Hay un lazo común a todos estos discursos: parten de la hegemonía como centro de análisis (Day, 2005), asumen que la crisis del 52 es una crisis de hegemonía, por tanto se trataba de construir otra hegemonía, y el “gonismo” bajo esta concepción, representaba un nuevo discurso contrahegemónico, que se tradujo en proyecto estatal, pues no hay hegemonía sin poder estatal y no hay poder estatal sin hegemonía (Day, 2004:721). Las ciencias sociales bolivianas, sean de estirpe marxista o liberal los últimos cincuenta años han promovido la creencia que el Estado es el único espacio para un efectivo cambio social, y las alternativas que han propuesto, alrededor de proyectos hegemónicos, han estado orientadas a fortalecer su eficacia como relación de dominación
[3]. Una y otra vez han apostado por el Estado, sin cuestionar su identidad racista y corrupta, lo cual los ha llevado a subordinarse a los poderes dominantes.
Por otro lado, en las ciencias sociales oficiales está presente una visión del poder y el Estado como una posesión, un aparato a capturar, como parte de la construcción hegemónica, llámese “nacionalismo revolucionario”, “gonismo” o “masismo”, con los efectos perversos que ello supone; nuestros intelectuales criollos ignoraron, consciente o inconscientemente, la tradición antiestatalista, no hegemónica, en el pensamiento social y político, que va desde Proudhon, Nietzsche, Kropotkin, Landauer, hoy fundamental en la comprensión de la emergencia de los discursos y movimientos de resistencia anticapitalista a nivel global (Day, 2005). A diferencia de la retórica hegemónico-estatalista, las prácticas no hegemónica entienden el Estado como “una condición, una cierta relación entre seres humanos, una forma de comportamiento humano; que destruimos estableciendo otras relaciones, comportándonos de manera diferente” (Landauer, 1910), por tanto, para lograr el cambio social no es necesario tener como referente articulador el Estado y su construcción hegemónica, sino la construcción y/o implementación de espacios liberados, geografías autónomas (Pickerill & Chatterton, 2005), zonas temporalmente autónomas (o permanentes, si es posible) (Bey, 1991), zonas de esplendor (Soñador Social, 2003), para crear, hoy, una sociedad libre y autónoma.
Por otro lado, Albert Camus hablaba del intelectual solitario pero solidario, como reivindicación del pensar autónomo, sin ligazones con el Poder, pero si solidario con la resistencia a toda forma de dominación intelectual material y espiritual
[4]. La subordinación y legitimación del “gonismo”, por parte de los cientistas sociales bolivianos contradice este principio ético. Apoyar la necesidad de la existencia de relaciones de dominación, bajo el poder estatal y de las corporaciones, se tradujo en la subordinación frente a los poderes dominantes, aceptar ser cooptados por el "gonismo". Hoy asistimos a una nueva generación de cientistas sociales pasando por el mismo proceso con el “masismo”. El eterno retorno de la servidumbre voluntaria frente al Estado y los poderes dominantes.
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[1] Entre ellos debemos mencionar al “pensamiento ILDIS”, los llamados institucionalistas y el “círculo PNUD”.
[2] La idea de relacionar el concepto de abigarrado con el multiculturalismo “gonista” es de Victor H. Calizaya (comunicación personal).
[3] Aún Silvia Rivera, quien ha sido crítica del rol de los intelectuales respecto al “gonismo”, enfatiza la importancia un proyecto hegemónico-estatal, esta vez bajo liderazgo indígena (Rivera Cusicanqui, 2005).
[4] Entiendo la solidaridad como la capacidad de los individuos para responder e identificarse unos con otros, en base al mutualismo y la reciprocidad, sin calcular las ventajas individuales, y por encima de todo, sin obligatoriedad; e incluye una voluntad de compartir el destino del otro, no por ser parte de una categoría a la cual pertenece, sino como una persona única y diferente (Cohen & Arato; cit en Gordon, 2005)