El templo y convento de Nuestra Señora
de las Mercedes, estaba ubicado en la primera cuadra de la calle de su nombre, hoy
calle Sucre. Fue construido entre 1600-1604, y es considerada una arquitectura “renacentista,
de líneas sobrias”. En 1826 el convento fue sustituido paulatinamente como
mercado, hasta el actual mercado de comida 27
de mayo. Fue demolido en 1969 por la entonces empresa Teléfonos
Automáticos, y utilizada durante años como depósito, cancha deportiva y
parqueo (Byrne de Caballero & Mercado, 1986: 41-42).
La virgen de la
Merced es patrona de la ciudad de Cochabamba, y como tal aparece en la novela Juan de la Rosa: “las señoras
principales solían obsequiarle todos los años lujosísimos vestidos de lama y
las joyas más valiosas” (p. 168). Desde la revuelta del 14 de septiembre, la
llamaban “la patriota, por haber sido su fiesta la ceremonia religiosa más
solemne que se celebró después del primer grito de Independencia” (p. 168).
Durante la derrota
de Amiraya, el “abigarrado y mal traído” ejército independentista,
“tenía
un estandarte singular, resplandeciente de oro, de plata, de perlas y de fina
pedrería… Era la imagen de la Virgen patrona de la ciudad, venerada desde la
fundación de esta en el templo de la matriz… Estaba en sus andas, sobre los
hombros de cuatro colosales vallunos, en medio de la columna de los
arcabuceros” (p. 168).
Llega “un grupo de
mujeres de las rancherías inmediatas de Suticollo, Amiraya y Caramarca”, y la
inundan de “flores campestres recogidas en sus faldas, y le decían en quíchua:
—¡Madre piadosa,
estrella de los afligidos, extiende tu hermoso manto sobre los patriotas!” (p.
168)
Cuando empieza la
huida “por la escabrosísima serranía de su retaguardia”, Juanito recuerda “haber
distinguido un objeto reluciente que conducía uno de los jinetes y que debió
ser la imagen de la Virgen, salvada, con los dedos de la mano derecha rotos de
un balazo” (p. 171).
Antes de ingresar
a la ciudad, el victorioso Goyeneche, “conde de Huaqui”, envía una carta a la
Junta Provincial (o lo que quedaba de ella), anunciando su ingreso al día
siguiente, de donde se dirigiría al “convento de nuestra señora de las Mercedes,
donde en reunión de todo el clero se celebrará el sacrificio de la misa con un
sencillo Te Deum.” (p. 180).
Meses después, antes
de subir a la trágica colina de san Sebastían, las mujeres, cuenta la novela, “al
pasar por la puerta de la Matriz…, pidieron a gritos la imagen de la Virgen de
las Mercedes” (p. 267), herida ya en Amiraya. Como el párroco no podía contener
el clamor, interviene Fray Justo, y le dice al párroco:
“—¡Sí,
señor cura!... ¡tienen razón!, ¡que se lleven a la Virgen cuanto antes!
—¡Viva
Fray Justo! –exclamaron las mujeres.
El cura
miró con asombro a mi querido maestro.
—No hay
remedio –continuó este–; ¡que se lleven a Nuestra Señora de las Mercedes!, ¡que
la hagan ver sangre humana!, ¡que la madre del Redentor, la reina de los
ángeles vaya a oír blasfemias y aullidos de rabia y desesperación! ¡Como ella
es igual a estas pérdidas, nada importa que las balas la despedacen y le quiten
la cabeza! ¡Ya se llevaron dos dedos de su mano en Amiraya!
A estas
palabras inesperadas las mujeres bajaron humildemente la cabeza. Mi maestro
conocía el secreto de reducir a la razón a las turbas populares. Había fingido
ponerse de su lado para llamar su atención, y usaba ahora del lenguaje irónico
que más le convenía” (p. 267).
De esta manera,
logra convencerlas que la virgen sea ubicada en la puerta del templo, para
bendecir a “los que van a morir por la patria” (p. 268). Y una escena
conmovedora emerge:
“La
imagen fue expuesta en la puerta del templo sobre sus andas, sostenidas por
cuatro de aquellas mujeres; el cura y el Padre agustino se arrodillaron a uno y
otro lado de ella; la multitud se postró en tierra, y el canto dulce y
tiernísimo de “la salve” resonó en medio del silencio que había sucedido a
todos los gritos de furor, de muerte y venganza.
—¡Idos!
–exclamó levantándose mi maestro–. Es una locura… ¡Dios os bendiga, hijas mías!”
(p. 268)
La importancia de la virgen de la Merced en el imaginario popular también
se observa en tres escenas. La primera, es el 27 de mayo, previo a la masacre
de San Sebastián; llegan 10 o 12 mujeres del mercado donde la Abuela,
aterrorizadas por la inminente llegada del ejército de Goyeneche: “Dicen que
matan a todos los que encuentran… que han quemado las casas… ¿qué va a ser de
nosotras, Virgen Santísima de las Mercedes?” (pp. 263). Segunda escena, Ese
mismo día, cae malherido Luis, el amigo de Juanito. Doña Martina, amiga beata
de la señora Teresa, le cuenta a Juanito la gravedad de la situación: “Dice que
su herida es muy grave… que si vive será un milagro. Ahí tengo encendido un
cirio bendito a Nuestra Señora de las Mercedes, y no me canso de encomendarle,
aunque no soy más que una indigna pecadora” (pp. 326). Tercera escena, Doña Genoveva y don Anselmo, cuidan al
moribundo Carlos, padre de Juanito; esta, frente a la oposición de aquel, para
ir a descansar, le dice: “! Lo que va a resultar de tus caprichos –¡ya se ve
que eres vizcaíno!–…, es que en lugar de uno tendré que velar a dos, y entonces
yo no respondo de mí, y… ¡la Virgen de las Mercedes tenga piedad de todos
nosotros! (pp. 333). En los tres casos son mujeres del valle quienes llaman el
nombre de la virgen por ayuda a sus temores y pesares, retratando, sin duda, la
tradicional religiosidad de las mujeres en la colonia. Más aún, este
sentimiento atraviesa a cholas del mercado, mestizos rurales o criollos.
IMAGEN: Iglesia de la Merced (1966) y plano.