Guido de la Zerda Vega
Es
notorio que los proyectos de transformación académica o de cambio curricular,
-por mencionar los más atingentes- suelen mostrarse como los cambios que
amenazan el statu quo de los
profesores, peor aún si se plantean exámenes de admisión, selección y
evaluación dentro de la vieja usanza política universitaria.
La
transformación curricular ha significado –una modernidad mal entendida- reducción
de las carreras de cinco a cuatro años, remoción de horas y de profesores,
manteniendo lo viejo y añadiendo TICs como soluciones mágicas a los añejos
planes de estudio. Los alumnos, ahora con la transformación curricular tienen un
hartazgo de siete a ocho materias por semestre condenándoles a priori a un rendimiento dudoso, sino
al fracaso.
En
el caso de los exámenes, estos se han visto cuestionados por el manejo
discrecional y político que las facultades han hecho en su aplicación.
Sin
embargo, lo que me interesa enfatizar en estas notas es, que un examen de
titularización, aunque sea llevado con la mayor idoneidad y transparencia
posible, no resolverá por sí mismo el problema de la calidad académica. Titularizados
o no, por resoluciones o por los procedimientos establecidos en el reglamento
de la docencia, en el marco de la estructura vigente, no se resolverá el
problema académico y político, sólo se agudizará, y esa es y ha sido la crisis
de abril-agosto del año 2015.
La
discusión de fondo podría comenzar preguntándonos: ¿Por qué no se aplicó el
escalafón, una vez concluida la etapa de evaluación que titularizó a un
porcentaje importante de docentes? Se dice que han sido razones de tipo
económico, -podrían ser ciertas-, pero la que mejor calza con la práctica de las
corporaciones, son las explicaciones políticas: intereses creados de éstas y de
los grupos de poder, etc.
En
todo caso, mi objetivo es mostrar, -desde una visión más técnica y académica-,
cómo la vieja academia es el factor central que hace inviable la aplicación del
actual escalafón. Una primera constatación es que la estructura de la
Universidad Pública está diseñada para reproducir un proceso académico de
horas/aula, horas/pizarra, y no de horas/ investigación, en tanto el escalafón
exige un profesor o docente-investigador, que además de labores docentes, debe
realizar labores de investigación y/o interacción social, de producción
intelectual y/o cursos de perfeccionamiento y debe además participar en la vida
universitaria.
Un
profesor ordinario tiene derecho a 80 horas mes mínimo de clases, incluso puede
dar 124 horas, aunque se le reconozcan salarialmente sólo 112 horas. Si no
alcanzase esas 80 horas mínimas el docente está condicionado o debe inclinarse
a tareas de administración académica, ya sea de rector, decano, director, jefe
de carrera, administrativo de planta, o finalmente realizar tareas de
investigación precarias para completar sus horas, las cuales se le pagaran horas/simple,
es decir, la mitad del sueldo docente.
Con
esta estructura académica docente y de absolutización de la enseñanza/clase,
hasta “los académicos” terminan por sucumbir a la mala política universitaria de los grupos de poder encaramados en
las distintas facultades, aceptando el
oro y el moro, para alcanzar un salario digno. Y esta situación se ha
complicado aún más con el techo salarial fijado en la Ley Financial, la cual
impone que un científico y un político deben ganar lo mismo, en este caso, el
presidente de la república. Como van las cosas, estamos condenados a seguir el
camino de la política y no así de la ciencia, cerrando ineluctablemente el
desarrollo de una vida académica meritocrática.
Sin
embargo, debemos aventurarnos a plantear una posible solución al entuerto
universitario. Para comenzar debemos decidirnos qué camino tomar, el de una
universidad tradicional de enseñantes y aprendices, o el de una universidad de
docentes/investigadores, y por lo tanto, la vigencia de una pedagogía de la
investigación, o la implementación de un nuevo sistema de enseñanza y
aprendizaje basado en la investigación, y en cual no sólo el profesor, sino también
el alumno sea el otro actor y su mejor realización.
En
este esquema, el profesor no puede enseñar 80 horas mes pizarra, debe enseñar el
tiempo pertinente de manera que tenga horas reales para la investigación,
manteniendo un salario adecuado. Este problema, es también el del profesor de
escuela, que para alcanzar un sueldo aceptable debe enseñar en dos o más
escuelas, y por lo tanto, está imposibilitado de investigar o mínimamente leer
un libro.
Es
verdad, la crisis educativa pasa por un problema económico de fondo, pero
también es un problema de concepción y de visión educativa, en el cual nuestras
políticas educativas no dan pie con bola.