Cesareo Capriles
El caso del agregado militar de la
legación chilena, nos induce a reflexionar sobre los peligros que entraña aun
la libre manifestación del pensamiento; peligros reales que nos dan la triste
convicción de que el siglo veinte ha arrastrado, todavía, entre otras muchas
taras, el espíritu inquisitorial de la edad media. ¡Sí, penoso es confesarlo;
pero los mismos civilizados que se horrorizan a la sola idea de lo que fueron
los autos de fe, están dispuestos a quemar a los que no piensan patrióticamente!
Hoy se puede hablar y se puede escribir
contra todas las creencias religiosas, sin que se extrañe nadie; y si por
excepción se desmanda un fanático, los mismos creyentes lo repudian, porque ya
se sabe que el único medio de defender los dogmas es el razonamiento. Al herético
se le ataca hablando o escribiendo; pero no se lo mata.
¿Por qué, pues, no se puede hablar contra
la patria? ¿Hay alguna razón para que quien no cree en ella subordine su
pensamiento al de los que en ella creen? ¿Acaso será cuestión de número, y los
noventa y nueve mil novecientos noventa y nueve cerebros patriotas tienen
derecho a oponerse al funcionamiento de un cerebro que no piensa
patrióticamente, dado que la proporción sea de uno por cien mil o más?
En el campo de las ideas: dios,
religión, patria, ciencia, &, &, son conceptos de igual valor y siempre
habrá cerebros que admitan unos y rechacen otros, sin que ninguna fuerza sea
capaz de hacerlos admitir o rechazar aquellos que no se subordinen al proceso
de su organización, que ha sido determinada por muchos factores: fisiológicos,
psicológicos, educativos &. &.
¿Por qué, pues, se arroga esa inmensa
mayoría de patriotas el derecho a aplastar a quien no acepta la idea de patria,
cuando precisamente para cimentarla nos hablan siempre de Derecho y Libertad? I
a este propósito, bueno será hacer notar que quienes no conceden derecho a que
se piense contra la patria, son los mismos que en todos los países no quieren
que se despierten en las grandes masas, los sentimientos de confraternidad a
través de las fronteras.
Y aparejada a la intangibilidad de las
patrias, nos presentan la intangibilidad de los ejércitos. Decir de estos lo
que el Rector de la Universidad de La Paz ha dicho del ejército chileno: “payasos
prusianos” y “ejércitos aguerridos en el crimen”, es exponerse a que salte la
opinión pública airada en demasía y un oficial pundonoroso rete a duelo, aunque
esté en la conciencia humana que el fin de los ejércitos es el asesinato
colectivo y que el uniforme militar se aproxima más a lo ridículo cuanto más
nos alejamos de los tiempos en que las plumas y colas de caballo engalanaban a
los hombres.
A quien piense contra la patria no se le
debe combatir sino con razones, y a quien hable contra los ejércitos no se le
debe desafiar, a menos de que patriotas y militares sean siempre los tiranos
del pensamiento; y, también, porque ¿Quién sabe! Si sin estos dos últimos
ídolos la humanidad sería menos infeliz.
(Publicado en la Revista Arte y Trabajo; Cochabamba, Año 2, No 37;
Mayo, 1922)