Elisée Reclus
Todo lo que puede ser dicho acerca del sufragio puede ser resumido en una frase: Votar significa entregar tu propio poder.
Elegir un señor, o muchos señores, sea por largo o corto plazo, significa entregar a otra persona la propia libertad.
Llamado monarca absoluto, rey constitucional o simplemente presidente, el candidato que llevamos al trono, al gobierno o al parlamento siempre será nuestro señor. Son personas que colocamos «arriba» de todas las leyes, ya que son ellas que las hacen, cabiéndoles, además, a ellos mismos la tarea de verificar si están siendo obedecidas.
Votar es una idiotez.
Es tan tonto como creer que hombres y mujeres comunes y corrientes como nosotros sean capaces, de un momento a otro, en un parpadear de ojos, adquirir todo el conocimiento y la comprensión acerca de todo. Y es exactamente eso lo que sucede. Las personas que elegimos son obligadas a legislar acerca de todo lo que pasa en la faz de la tierra; acerca de cómo una caja de fósforos debe o no ser hecha, o aún si el país debe o no guerrear; cómo mejorar la agricultura, o cuál debe ser la mejor manera para matar algunos árabes o negros. Es muy probable que se crea que la inteligencia de estas personas crezca en la misma proporción en que aumenta la variedad de los asuntos con los cuales ellas son obligadas a tratar. Sin embargo, la historia y la experiencia nos demuestran todo lo contrario.
El poder ejerce una influencia enloquecedora sobre quien lo detenta y los parlamentos sólo diseminan la infelicidad.
En sus sesiones acaba siempre prevaleciendo la voluntad de aquellos que están, moral e intelectualmente, abajo de la media.
Votar significa formar traidores, fomentar el peor tipo de deslealtad.
Ciertamente los electores creen en la honestidad de los candidatos y esto perdura mientras dura el fervor y la pasión por la disputa.
Cada día tiene su mañana. De la misma forma que las condiciones se modifican, el hombre también se modifica. Hoy su candidato hace una reverencia en su presencia; mañana lo mirará despectivamente. Aquel que vivía pidiendo votos se transforma en su señor.
¿Cómo puede un trabajador, que usted colocó en la clase dirigente, ser lo que era antes si ahora habla de igual a igual con los opresores? Note la suficiencia tan evidente con que se expresa cada uno de ellos después que visitan un importante industrial o al presidente en su corte.
La atmósfera del gobierno no es de armonía pero sí de corrupción. Si uno de nosotros fuese enviado a un lugar tan sucio no sería sorprendente que regresásemos en condiciones deplorables.
Por eso, no abandone su libertad.
¡No vote!
En vez de entregar a los otros la defensa de sus propios intereses, ¡decídase! En vez de intentar escoger mentores que guíen sus acciones futuras, ¡sea su propio conductor! Y haga eso ¡ahora! Los hombres y mujeres convencidos no esperan mucho por una oportunidad.
Colocar en los hombros de los otros la responsabilidad por sus acciones es cobardía.
¡No vote! Nuestra elección anarquismo, apoyo mutuo y autogestión.
Llamado monarca absoluto, rey constitucional o simplemente presidente, el candidato que llevamos al trono, al gobierno o al parlamento siempre será nuestro señor. Son personas que colocamos «arriba» de todas las leyes, ya que son ellas que las hacen, cabiéndoles, además, a ellos mismos la tarea de verificar si están siendo obedecidas.
Votar es una idiotez.
Es tan tonto como creer que hombres y mujeres comunes y corrientes como nosotros sean capaces, de un momento a otro, en un parpadear de ojos, adquirir todo el conocimiento y la comprensión acerca de todo. Y es exactamente eso lo que sucede. Las personas que elegimos son obligadas a legislar acerca de todo lo que pasa en la faz de la tierra; acerca de cómo una caja de fósforos debe o no ser hecha, o aún si el país debe o no guerrear; cómo mejorar la agricultura, o cuál debe ser la mejor manera para matar algunos árabes o negros. Es muy probable que se crea que la inteligencia de estas personas crezca en la misma proporción en que aumenta la variedad de los asuntos con los cuales ellas son obligadas a tratar. Sin embargo, la historia y la experiencia nos demuestran todo lo contrario.
El poder ejerce una influencia enloquecedora sobre quien lo detenta y los parlamentos sólo diseminan la infelicidad.
En sus sesiones acaba siempre prevaleciendo la voluntad de aquellos que están, moral e intelectualmente, abajo de la media.
Votar significa formar traidores, fomentar el peor tipo de deslealtad.
Ciertamente los electores creen en la honestidad de los candidatos y esto perdura mientras dura el fervor y la pasión por la disputa.
Cada día tiene su mañana. De la misma forma que las condiciones se modifican, el hombre también se modifica. Hoy su candidato hace una reverencia en su presencia; mañana lo mirará despectivamente. Aquel que vivía pidiendo votos se transforma en su señor.
¿Cómo puede un trabajador, que usted colocó en la clase dirigente, ser lo que era antes si ahora habla de igual a igual con los opresores? Note la suficiencia tan evidente con que se expresa cada uno de ellos después que visitan un importante industrial o al presidente en su corte.
La atmósfera del gobierno no es de armonía pero sí de corrupción. Si uno de nosotros fuese enviado a un lugar tan sucio no sería sorprendente que regresásemos en condiciones deplorables.
Por eso, no abandone su libertad.
¡No vote!
En vez de entregar a los otros la defensa de sus propios intereses, ¡decídase! En vez de intentar escoger mentores que guíen sus acciones futuras, ¡sea su propio conductor! Y haga eso ¡ahora! Los hombres y mujeres convencidos no esperan mucho por una oportunidad.
Colocar en los hombros de los otros la responsabilidad por sus acciones es cobardía.
¡No vote! Nuestra elección anarquismo, apoyo mutuo y autogestión.
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