Que un
advenedizo construya una casa, con el dinero rápidamente ganado en honradas y
secretas operaciones comerciales, está bien. Que construya una de esas lúgubres
y sangrientas y vulgares masas de ladrillo; con agujeros enrejados y techo de
teja, está menos bien. Pero lo que hace estremecer es que os declare: «Ahora
voy a arrancar todos los árboles en torno para que la propiedad quede
linda».Sí, es necesario que se vea limpia, desnuda, con sus insolentes colores
que profanan la suavidad de los matices campestres, la fachada reluciente y
tonta. Es necesario que se diga: «Esta es la casa nueva de Fulano, de ese que
ahora está tan rico». Es necesario que pueda contemplarse sin obstáculos el
monumento a la actividad de Fulano. Los árboles sobran; «quitan la vista». Y
hay algo más que en vanidad en el afán de pelar el suelo; hay odio, odio a los
árboles.
¿Es
posible? ¿Odio a los seres que, inmóviles, con los nobles brazos siempre
abiertos, nos ofrecen sin cansarse jamás la caricia de su sombra, la fecundidad
silenciosa de sus frutos, la poesía múltiple y exquisita que elevan al cielo?
Se asegura que existen plantas dañosas. Tal vez, mas no por eso las debemos
odiar. Nuestro odio las condena. Nuestro amor quizás las transformaría y las
redimiría.
Oíd a
un personaje de Víctor Hugo: «vio gentes del país muy
ocupadas en arrancar ortigas; miró el montón de plantas desarraigadas y ya
secas, y dijo: -Esto está muerto. Esto hubiera sido sin embargo algo bueno si
de ello hubieran sabido servirse. Cuando la ortiga es joven, su hoja es una excelente
legumbre; cuando envejece, tiene filamentos y fibras como el cáñamo y el lino.
La tela de ortiga vale tanto como la tela de cáñamo. Es por lo demás la ortiga
un excelente pasto que se puede segar dos veces. ¿Y qué necesita la ortiga?
Poca tierra, ningún cuidado, ningún cultivo... Con un poco de trabajo que se
tomara, la ortiga sería útil; se la descuida y se vuelve dañosa. Entonces se la
mata». «¡Cuántos hombres se asemejan a la ortiga!» -Y añadió después de una
pausa-: «Mis amigos, tened esto: no hay malas hierbas ni hombres malos. Sólo
hay malos cultivadores».
¡Ay!
No se trata de cultivar, sino de perdonar a los árboles. ¿Cómo aplacar a los
asesinos? No hay sitio de la república, de los que he recorrido, en que no haya
visto funcionar el hacha estúpida del propietario. Hasta los que nada tienen
destruyen las plantas. Alrededor de los ranchos se extiende un árido yermo cada
año mayor, que da miedo y tristeza. Según el adagio árabe, una de las tres
misiones de cada hombre en este mundo es plantar un árbol. Aquí el hijo arranca
lo que el padre plantó. Y no es por ganar dinero; no aludo a los que explotan
las maderas.Sería una explicación, un mérito; hemos llegado a considerar la
codicia como una virtud. Aludo a los que gastan dinero en arrasar el país.
Obedecen a un odio desinteresado. Y la inquietud aumenta cuando se nota que las
únicas mejoras que se hacen en las plazas de la capital consisten en arrancar,
arrancar y arrancar árboles.
Odio
doblemente feroz en una comarca donde el verano dura ocho meses. Se prefiere el
sol abrasador a la dulce presencia del árbol. Se diría que los hombres no son
ya capaces de sentir, de imaginar la vida en los troncos venerables, que
tiemblan bajo el hierro y se desploman con lastimero fragor. Se diría que no
comprenden que también la savia es sangre y que sus víctimas se engendraron en
el amor y en la luz. Parece que las gentes viven esclavizadas por un vago
terror y que temen que el bosque proteja facinerosos y anime fantasmas. Detrás
del árbol adivinan la muerte. O bien, obsesionados por un dolor sin forma,
quieren copiar en torno suyo el desolado desierto de sus almas.Y entonces, en
la nuestra la irritación se cambia en piedad. Muy desesperado, muy hondo ha de
ser el mal de los que, en resignado mutismo, perdieron el cariño primero, el
cariño fundamental que hasta las bestias sienten, el santo cariño a la tierra y
a los árboles.
http://www.martincrespo.net/laenamorada/laenamorada/El_Odio_a_los_Arboles.html
Texto escrito por Rafael Barrett en 1907.
Fragmento de la película LA ENAMORADA
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