El eucalipto es una especie forestal que recorre la novela MUERTA CIUDAD
VIVA,
de Claudio Ferrufino; acompaña al protagonista en su recorrido etilo-erótico
por la ciudad y valle de Cochabamba.
Introducida en el país a fines del S. XIX desde Australia durante el auge
minero, se ha adaptado a los ecosistemas del país, más allá de los impactos ambientales
que provoca, sobre la humedad y fertilidad del suelo. El eucalipto (Eucalyptus
L'Hér) es definido por la Guía de Árboles de Bolivia,
como
“Árboles grandes o arbustos, con corteza exfoliante que se desprende en
láminas; hojas alternas o subopuestas, lanceoladas o falcadas y asimétricas,
glabras rara vez pilosas, pecioladas o subsésiles, generalmente con puntos
translúcidos. Flores pequeñas en umbelas o cabezuelas, a veces en panículas
axilares, pediceladas o subsésiles; el cáliz lobulado caliptriforme, con una
tapa o capuchón que resulta de la unión de pétalos y sépalos. Fruto un pixidio.
Género australiano y de la
región malaya, con más de 1000 especies” (Killeen,
García & Beck, 1993:581).
Las formas de sus hojas y proximidad con el poeta, reafirman a Ron
Loewisohn su conexión con esta especie:
Aquí están los eucaliptos
con sus hojas que gotean;
en la luz gris azulada de la madrugada
están juntos en la arboleda
como
nueve hermanos de pelo oscuro y piel suave
hermanos. -Parecen así (extrañamente)
relacionados conmigo.
En Bolivia, son tres las especies cultivadas mas importantes, de ellas, en
Cochabamba se planta la E. camaldulensis Dehnh (Killeen, García &
Beck, 1993:581), y a lo largo del S XX ha formado parte del
escenario paisajístico valluno. Es altamente probable que el escritor Claudio
Ferrufino disfrutaba de esta especie.
Para el protagonista de Muerta ciudad viva, su “espíritu rural,
primigenio, campesino” está conectado con el eucalipto, su “susurro” y su
“aroma”; de ahí que busque su “sombra, cuando tiene problemas, depresión o
ansias” (112). El fresco olor mentolado del eucalipto seduce a Claudio, a
traves de su personaje. En un viaje a Oruro, por tren, atravesando “parajes
memorables…, a pesar de las ventanillas cerradas, el aroma de eucalipto llenaba
los dos vagones de que se componía la máquina” (53). En otra escena, luego de
una violenta pelea de borrachera, toma un taxi, para hallarse “echado entre
eucaliptos, a la vera de la senda de tierra cerca del canal grande de riego. El
sol agrada. La sombra acoge. Las hojas de eucalipto silban una monótona pero
sublime canción. Y las pepitas de molle rojo alrededor hablan de asuntos dulces
de infancia” (14). La asociación de este árbol mirtáceo, con el placer y el bucolismo
valluno, es evidente.
En uno de los recorridos hacia su casa, camina “al lado de las canchas
auxiliares de fútbol”, donde solía jugar, “antes de encontrar las preferencias
del trago y del culo” (140). El lugar “olía a eucalipto”, provocándole una
“extraña sensación”. Efectivamente, en la década del 60’-70’s’ hubo un arbolado
en los límites de este espacio deportivo conexo al stadium departamental, donde
el eucalipto destacaba.
Otro momento de incursión en bicicleta al entorno rural valluno, por el
camino de Condebamba: visualiza “eucaliptos jóvenes, de tonos grises, (que)
lucen gotitas de rocío” (109). La juventud del arbolado que observa Claudio
evidencia la posibilidad que sean rebrotes. No olvidar que el negocio de los
“callapos” se extendió luego de la reforma agraria, talando arboles de
eucalipto para troncas y leña, que luego rebrotan.
De una de sus amadas, Eszter, recuerda que olía a eucalipto (116), y
esta lo compara con un eucalipto (113). En el periodo retratatado por la novela
(principios de los 80’s), el arbolado de eucalipto en el campus universitario
de San Simón era importante, particularmente entre las facultades de Derecho y
Humanidades, del cual hoy quedan algunos individuos. El estudiante apasionado
busca a Eszter, atraviesa “los eucaliptos de cincuenta metros (que) guardan
unas aves extrañas en sus copos” (83); parecen zancudas, aquellas que visitan
también la laguna Alalay como parte de su escala migratoria. Más aún, cuando se
entera que ha fallecido Eszter, para recordarla, toma el micro hacia Tiquipaya;
por las faldas de la cordillera, sospecho, recorre lugares que habían visitado.
Y, por supuesto, están ahí los eucaliptos, “que se inclinaban hacia la
izquierda”, debido al “soplo (que) bajaba de una quebrada casi al frente”
(121).
Con Silvia, otra novia, están en el río de Chocaya, desnudos, dentro “el
agua fría”. El joven realiza un acto pagano religioso: “remojé ramitas de
eucalipto azul para utilizarlas como hisopo. Yo te bendigo, coito” (131).
Similar a un cazador vigilante de su presa, el majestuoso árbol le sirve al
protagonista como lugar de acecho: “miro a Frances Mallotto desubicado desde un
eucalipto. Lo hago al sorber cerveza amarga, calculando los pasos para intentar
el ataque” (86). En determinado momento deja “el refugio del eucalipto” para
“encararla” (86).
La conjunción eucalipto, molle, agua, es distintiva del paisaje valluno; es
con esta vista donde el erotismo fluye: “copulan a orillas de un río seco,
apoyados en un molle, con un arroyo corriendo por la espalda, mitad metidos en
el agua, entre eucaliptos que bordean una herradura…” (149).
El eucalipto es parte de la fiesta rural en el valle. No solo como leña
en la fabricación de la chicha, sino también en la habilitación del
espacio festivo. En un matrimonio al cual asiste con sus amigos, observa que
“se habían cortado jóvenes eucaliptos para las columnatas que sostendrían la
carpa… (para) albergar a doscientas personas” (174).
En su periodo de caída en el alcoholismo y desdicha, el héroe trágico de la
novela, visita a un amigo, quien le pagaba tragos de cuando en cuando”, para
platicar sobre “los compañeros comunes, de Abel, de situaciones como la del
Jallalla. Aires
de eucalipto…” (188). Buscando a una de las novias, que había huido
luego de una violenta trifulca, “bajaba y entraba a los bosquecillos de
eucalipto, a los huertos frutales llamándola” (185). Aun en sus momentos de
alucinación alcohólica, el eucalipto se halla presente: “bajé, desmonté cerros
y esquivé árboles de tara que se veían solitarios entre molles y eucaliptos”
(168). Ahí, el eucalipto se torna sombrío: “las hojas afiladas de los
eucaliptos dan la sensación de árboles con cientos de puñales colgantes” (66).
En la última escena de la novela, convertido en aparapita, vemos que se
prepara “con agua hirviente y metanol, con raspaditos de naranja, un trago”
(206), mientras “los eucaliptos se despiden dialogando con la brisa (y) los
pájaros lo hacen con barullo. No voy todavía a dormir” (206).
IMAGEN: Eucaliptos. Eduardo Fernández
Ferrufino, Claudio (2013) Muerta ciudad viva. Santa
Cruz: Editorial El País. 206 pp.
Killeen, Timothy
J., García E., Emilia & Beck, Stephan G. (1993) Guía de arboles de
Bolivia. La Paz: Editorial del Instituto de Ecologia. 958
pp.
Loewisohn, Ron (1968), “The eucaliptus trees”. En Poetry.
Vol. 112. No 2. Pp. 105-106. Traduccion libre: C.C.
El protagonista
imagina a Eszter que “se reclina en un cuadro de maja boliviana, en marco de
eucaliptos y buses achacosos…” (201).
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