Dos trabajadores uniformados de pardo (y con las infaltables franjas reflectantes) cortan ramas de árboles taras (tienen troncos delgados y copas ralas con hojas compuestas, dan unas vainas anaranjadas que, parece, se usan para curtir cuero) por encargo de la OTB, me dice uno de ellos, subido al árbol que mutila, para abrir paso a las luminarias y así (entiendo yo) hacer visibles a lo que, dice el trabajador, son "muchos maleantes". Usan machetes y son desprolijos: los lugares de corte corren con rajaduras hasta abajo. ¿Retoñarán bien esos árboles que están a una cuadra abajo de donde vivo?
Ayer domingo fue uno el rameador, justo al frente de donde, sentado bajo sombra, estoy ahora, que se metió con uno o dos de los cinco molles que hay ahí (de los que depende en parte mi bienestar) y con un tocón seco, usando también machete y también empujado, me dijo, por la OTB, que le dijo que hay que "limpiar la calle".
Entiendo que esa es la estética boliviana occidental (talvez boliviana a secas, talvez urbana y listo): espacio abierto para que los vigilantes (dotados de perros, de miradores elevados, de luces contaminantes y de cámaras excluyentes) por cuenta de los dueños vean a los aproximantes con anticipación suficiente como para disuadirlos de amenazar sus propiedades. Esto, uno; y dos, lugares modificados a gusto y capricho de los "dueños", con naturaleza controlada, disciplinada, usando para ello máquinas a combustible fósil y mano de obra contratada.
Lo exageradamente boliviano es la extensión de la uniformación, la compulsión universal por obedecer y la obediencia casi unánime. (Recuerdo la primera vez que unos ciclistas nos juntamos, hace 13 años, para salir en masa crítica. El segundo o tercer asunto, cochabambinamente propuesto: nuestro uniforme... Ay.)
Hace veinte años que me di cuenta de que es la familia pobre la que, con sus perros y su desvelo, muchas veces sin ser pagados, cuida en la cuadra la propiedad de los ricos. El virus de la propiedad privada, bolivianizado, hecho cuerpo, a partir del miedo socializado. La crueldad en el diseño urbano. Dios mío, líbranos del mal.
El dueño del lote donde vivo resiste hace unos años a la intención municipal de ampliar en 4 metros y medio el ancho de esta calle, que hace unas décadas era tan angosta como para sólo permitir el paso de gente a pie.
Hace unos meses en el lote frente a las taras atacadas hoy, a lo largo de 30 metros, bajaron a dos metros la altura de su seto vivo, que antes pasaba de los tres metros, por la misma razón vigilante patronal.
Ayer domingo fue uno el rameador, justo al frente de donde, sentado bajo sombra, estoy ahora, que se metió con uno o dos de los cinco molles que hay ahí (de los que depende en parte mi bienestar) y con un tocón seco, usando también machete y también empujado, me dijo, por la OTB, que le dijo que hay que "limpiar la calle".
Entiendo que esa es la estética boliviana occidental (talvez boliviana a secas, talvez urbana y listo): espacio abierto para que los vigilantes (dotados de perros, de miradores elevados, de luces contaminantes y de cámaras excluyentes) por cuenta de los dueños vean a los aproximantes con anticipación suficiente como para disuadirlos de amenazar sus propiedades. Esto, uno; y dos, lugares modificados a gusto y capricho de los "dueños", con naturaleza controlada, disciplinada, usando para ello máquinas a combustible fósil y mano de obra contratada.
Lo exageradamente boliviano es la extensión de la uniformación, la compulsión universal por obedecer y la obediencia casi unánime. (Recuerdo la primera vez que unos ciclistas nos juntamos, hace 13 años, para salir en masa crítica. El segundo o tercer asunto, cochabambinamente propuesto: nuestro uniforme... Ay.)
Hace veinte años que me di cuenta de que es la familia pobre la que, con sus perros y su desvelo, muchas veces sin ser pagados, cuida en la cuadra la propiedad de los ricos. El virus de la propiedad privada, bolivianizado, hecho cuerpo, a partir del miedo socializado. La crueldad en el diseño urbano. Dios mío, líbranos del mal.
El dueño del lote donde vivo resiste hace unos años a la intención municipal de ampliar en 4 metros y medio el ancho de esta calle, que hace unas décadas era tan angosta como para sólo permitir el paso de gente a pie.
Hace unos meses en el lote frente a las taras atacadas hoy, a lo largo de 30 metros, bajaron a dos metros la altura de su seto vivo, que antes pasaba de los tres metros, por la misma razón vigilante patronal.
Illataco, 6 de marzo 2023
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