Rafael
Barrett
A raíz de los sangrientos sucesos del primero de
mayo, en Buenos Aires, el jefe de policía elevó al ministro un curioso informe,
pidiendo reformas legales para reprimir el anarquismo, el socialismo y otras
doctrinas que fueron juzgadas por el autor de acuerdo con su puesto, aunque no
con la verdad. No puede haber a los ojos de un funcionario opinión tan
abominable como la de que su función es inútil. Ahora el Poder Ejecutivo
presenta al Congreso un proyecto de ley contra la inmigración
"malsana". Se trata de impedir que desembarquen los idiotas, locos,
epilépticos, tuberculosos, polígamos, rameras y anarquistas, sean inmigrantes,
sean "simples pasajeros". Lo urgente es librarse de los anarquistas.
El Poder Ejecutivo no disimula cuanto le inquietan "los que se introducen
en este hospitalario país para dificultar el funcionamiento de las
instituciones sobre que reposa nuestra vida de nación civilizada".
Es una suerte que M. Anatole France haya llegado a la Argentina antes de que
estuviera en vigencia la ley, porque no le hubieran dejado bajar del vapor. La
obra de France es un curso de nihilismo, y si el señor Falcón la ha leído,
habrá colocado al maestro en la columna malsana de las rameras y de los
epilépticos. No conozco más formidable enemigo de las instituciones que el
padre de "Crainquebille". ¿Ravachol era anarquista? También lo fueron
los ascetas, San Francisco de Asís; también lo es Tolstoi. El anarquismo es una
teoría filosófica. ¿Ha tomado el Poder Ejecutivo un diccionario para enterarse?
Anarquista es el que cree posible vivir sin el principio de autoridad. Hay
organismos esencialmente anarquistas, por ejemplo la ciencia moderna, cuyos
progresos son enormes desde que se ha sustituido el criterio autoritario por el
de la verificación experimental. ¿Que la sociedad de hoy no está preparada para
constituirse anárquicamente? Es muy probable. Discútase, examínese. ¿Qué tiene
que ver todo esto con la inmigración malsana?
Protesto contra la teoría temible de perseguir a
los que construyen un sistema de ideas, clasificándolos entre los polígamos y
los idiotas. No sé si Vaillant o Henry dijo que la lectura de Spencer le había
inducido al atentado. ¿Qué nos importa? Muchos ladrones profesan el
capitalismo. Muchos asesinos adoran a Dios. Aun hay quien se figura que la idea
abstracta conduce al crimen. No: no es el metafísico libertario el que lanza la
bomba, sino el gorila de los bosques prehistóricos. ¿Y con qué derecho nos
opondríamos a que una inmensa clase de hombres que trabajan y sufren se apropie
las ideas que le convienen? El Poder Ejecutivo tiene su sociología; ¿por qué no
han de tener los obreros la suya?
Volvemos a lo de siempre: a la pretensión de matar
las ideas, como si jamás se hubiera conseguido, con poderes incomparablemente
mayores que los del señor Falcón, matar una sola. Se dificultará el
funcionamiento de las instituciones sobre que reposa la vida de la nación
civilizada, sí; por dicha no hay otro remedio. ¿Qué sería de la nación, si no
cambiasen las instituciones? Ese cambio es la vida; la inmovilidad que ansia el
Poder Ejecutivo es la muerte. ¿De dónde vinieron las instituciones actuales,
sino de la derrota de las instituciones viejas? ¿De dónde viene el orden
presente, sino del desorden de un minuto genial? ¿Quisiera el señor Falcón que
el tiempo hubiera pasado en vano, y que la Argentina fuera una colonia turca, y los jefes de
policía grandes eunucos? La cultura occidental no ha concluido su viaje y es
notoria necedad ir a detenerla en la dársena. Por favor, permita el Poder
Ejecutivo que siga girando el mundo, y no se obstine en emitir juicios finales.
Tenga un poco de modestia, y, recordando las enseñanzas de la historia, admita
que las instituciones de 1909 no sean definitivas. No se asuste tanto del
anarquismo; consuélese con la certidumbre de que los anarquistas parecerán
algún día anticuados y demasiado tímidos. ¡ Sólo la vida es joven!
Publicado en (1910) Moralidades Actuales. Montevideo. G.M.
Bertani Editor.
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