“¿Se desprende de esto que rechazo toda
autoridad? Lejos de mí ese pensamiento. Cuando se trata de zapatos, prefiero la
autoridad del zapatero; si se trata de una casa, de un canal o de un
ferrocarril, consulto la del arquitecto o del ingeniero. Para esta o la otra,
ciencia especial me dirijo a tal o cual sabio. Pero no dejo que se impongan a
mí ni el zapatero, ni el arquitecto ni el sabio. Les escucho libremente y con
todo el respeto que merecen su inteligencia, su carácter, su saber, pero me
reservo mi derecho incontestable de crítica y de control. No me contento con
consultar una sola autoridad especialista, consulto varias; comparo sus
opiniones, y elijo la que me parece más justa. Pero no reconozco autoridad
infalible, ni aun en cuestiones especiales; por consiguiente, no obstante el
respeto que pueda tener hacia la honestidad y la sinceridad de tal o cual
individuo, no tengo fe absoluta en nadie. Una fe semejante sería fatal a mi
razón, la libertad y al éxito mismo de mis empresas; me transformaría inmediatamente
en un esclavo estúpido y en un instrumento de la voluntad y de los intereses
ajenos.
Si me inclino ante la autoridad de los especialistas si me declaro dispuesto a seguir, en una cierta medida durante todo el tiempo que me parezca necesario sus indicaciones y aun su dirección, es porque esa autoridad no me es impuesta por nadie, ni por los hombres ni por Dios. De otro modo la rechazaría con honor y enviaría al diablo sus consejos, su dirección y su ciencia, seguro de que me harían pagar con la pérdida de mi libertad y de mi dignidad los fragmentos de verdad humana, envueltos en muchas mentiras, que podrían darme.
Me inclino ante la autoridad de los hombres especiales porque me es impuesta por la propia razón. Tengo conciencia de no poder abarcar en todos sus detalles y en sus desenvolvimientos positivos más que una pequeña parte de la ciencia humana. La más grande inteligencia no podría abarcar el todo. De donde resulta para la ciencia tanto como para la industria, la necesidad de la división y de la asociación del trabajo. Yo recibo y doy, tal es la vida humana. Cada uno es autoridad dirigente y cada uno es dirigido a su vez. Por tanto no hay autoridad fija y constante, sino un cambio continuo de autoridad y de subordinación mutuas, pasajeras y sobre todo voluntarias.
Esa misma razón me impide, pues, reconocer una autoridad fija, constante y universal, porque no hay hombre universal, hombre que sea capaz de abarcar con esa riqueza de detalles (sin la cual la aplicación de la ciencia a la vida no es posible), todas las ciencias, todas las ramas de la vida social. Y si una tal universalidad pudiera realizarse en un solo hombre, quisiera prevalerse de ella para imponemos su autoridad, habría que expulsar a ese hombre de la sociedad, porque su autoridad reduciría inevitablemente a todos los demás a la esclavitud y a la imbecilidad. No pienso que la sociedad deba maltratar a los hombres de genio como ha hecho hasta el presente. Pero no pienso tampoco que deba engordarlos demasiado, ni concederles sobre todo privilegios o derechos exclusivos de ninguna especie; y esto por tres razones: primero, porque sucedería a menudo que se tomaría a un charlatán por un hombre de genio; luego, porque, por este sistema de privilegios, podría transformar en un charlatán a un hombre de genio, desmoralizarlo y embrutecerlo, y en fin, porque se daría uno a sí mismo un déspota.”
Fuente: Bakunin, Mijail (1882/ ) Dios y el Estado. La Plata: Utopía
Libertaria. Pp.
31-32.
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