Ecología, sistemas, mentes
Gregory Bateson fue uno
de los pensadores más destacados, profundos y complejos que nos dio el siglo
XX. Hijo de un distinguido genetista británico, cualquier intento de clasificar
su actividad profesional resulta insuficiente: fue biólogo, antropólogo,
lingüista, epistemólogo, y cientista social, con destacados aportes en el campo
de la psiquiatría (teoría del “doble vínculo”) y
muy especialmente en el de la cibernética y la teoría de los sistemas. Sí, fue
todo eso, pero mucho más. O, tal vez, “mucho mejor”. Pues su tarea principal, a
lo largo de su vida, no fue tanto la acumulación o simple sumatoria de esos
saberes como la búsqueda de sus interconexiones, de su integración armónica en
un todo más rico y más “veraz” (es decir, más capaz de dar cuenta de nuestra
realidad) que las visiones parceladas que nos imponen las disciplinas científicas,
en su hiperespecialización, por separado. Este afán incansable de integración
epistémica, al que este moderno hombre del Renacimiento
dedicó su vida, revela, en el sentido más cabal del término, una profunda
concepción ecológica.
Gregory
Bateson, en su casa de Ben Lomond, California, 1975
¿Qué es la ecología, según Bateson? A lo
largo de sus escritos podemos apreciar diferentes aproximaciones a este
concepto central para el autor, desde varias disciplinas (biología,
psiquiatría, antropología, etc). Más concretamente, en su artículo “Patologías
de la epistemología”, Bateson define la ecología, en su sentido más amplio,
como “el estudio de la interacción y la supervivencia de las ideas y programas
(es decir, diferencias, complejos de diferencias, etcétera) en circuitos.”
(Bateson, 516).
Resulta evidente la influencia de la teoría
de los sistemas[1] y de la cibernética
en esta concepción. Así, nos encontramos con una descripción de la realidad (o
de la naturaleza, si se quiere), como una serie de sistemas o circuitos de gran
complejidad, ordenados de modo tal que unos contienen a otros (es decir,
constituyen sus contextos, al punto de establecerse una jerarquía de
contextos[2]), donde todos desarrollan dependencias y determinismos mutuos,
por medio de relaciones no necesariamente lineales, y juega un papel de primer
orden el fenómeno de la retroalimentación;
todo ello con el objetivo último de la supervivencia, de la conservación,
lograda a través del mantenimiento de los equilibrios u homeostasis.
Debemos destacar algunos elementos de los
mencionados. En primer lugar, la importancia del contexto: Bateson
señala que es éste lo que otorga sentido a los diferentes contenidos y, en
consecuencia, desgajar los contenidos de sus contextos sólo puede llevar a
malentendidos y en última instancia a la introducción de desequilibrios en los
sistemas, a desequilibrios ecológicos, que atentan contra su
supervivencia. Así como una letra sólo es comprensible en el contexto de una
palabra y ésta a su vez en el de una frase, y ésta en una situación de
enunciación y una relación entre personas comunicantes, también un individuo
sólo puede ser comprendido cabalmente en el contexto de una sociedad y ésta en
el de un ecosistema determinado.
En segundo lugar, debemos tener claro que estos
circuitos funcionan a través de la transmisión de información,
que se expresa por medio de la comunicación de diferencias. Dichas diferencias
no son otra cosa que ideas. Es importante señalar aquí (especialmente en lo
referido a humanos) que incluso la ausencia de mensaje puede resultar en
información a ser decodificada y provocadora de cambios en otras partes de los
sistemas. Bateson pone el ejemplo de una declaración de impuestos que no se
realiza; esto probablemente genere una reacción en las autoridades competentes
hacia el presunto evasor. Tal constatación se encuentra íntimamente ligada a
uno de los axiomas de la teoría de la comunicación humana tal como la formulan
Watzlawicz, Beavin y Jackson: es imposible no comunicar, puesto que es
imposible no tener una conducta.
En este sentido, se desprende que en esta
concepción, el principal objeto de estudio son las relaciones entre los
elementos de los sistemas, y no los elementos en sí. De hecho, Bateson
cuestiona la existencia misma de elementos u objetos en sí, como “recortados”
de la realidad circundante. Sin dudas tales recortes no existen en la
naturaleza, ya que la norma es la interconexión: ¿cómo podemos establecer dónde
comienza una cosa y dónde termina otra?
Supongamos que soy ciego y empleo un bastón
blanco. Camino golpeando el suelo con él, tap, tap, tap. ¿Dónde empiezo Yo?
¿Está mi sistema mental limitado por el mango del bastón? ¿Está limitado por mi
piel? ¿Comienza en algún lugar situado a la mitad del bastón? Pero estas
preguntas carecen de sentido. El bastón es una vía a lo largo de la cual se
transmiten transformaciones de diferencia. La manera de delinear el sistema es
trazar la línea fronteriza sin cortar ninguna de las vías y sin dejar cosas sin
explicar. Si lo que uno trata de explicar es determinada conducta, por ejemplo,
la locomoción del ciego, entonces será necesario tomar en cuenta la calle, el
bastón, el hombre; la calle, el bastón, y así sucesivamente una y otra vez,.
Pero cuando el ciego se sienta a almorzar, el bastón y sus mensajes carecerán
de pertinencia, si lo que queremos comprender es su ingestión de comida.
(Bateson, 489-490)[3]
Enfocar este problema de una forma “materialista”
no sólo resulta estéril, sino que es un camino seguro hacia errores
epistemológicos y a la postre errores de acción basados en los primeros. El
enfoque propuesto por el autor es, precisamente, uno basado en las relaciones
antes que en la materia.[4]
En tercer lugar, tenemos la cuestión de la supervivencia
como “fin” supremo de todos los sistemas. Este es el estado de constancia (homeostasis) último que se
debe mantener, en función del cual se suceden cambios y ajustes reversibles en
las variables, y, en un orden de cosas ideal, se mantienen autorregulados y
corregidos los subsistemas con capacidades regenerativas. Son éste tipo de
subsistemas las mayores amenazas a la supervivencia del sistema general, puesto
que podrían ingresar en procesos de retroalimentación
positiva o crecimiento
exponencial, y escapar así a la regulación del sistema general, llevándolo
probablemente al colapso, como se analizará más adelante. Este es quizá el
aspecto más delicado de la problemática ecológica, ya que para su
supervivencia, el sistema no puede prescindir de los subsistemas regenerativos.
Para ello, aquél posee cierto rango de flexibilidad, un umbral potencial (es
decir, disponible pero no utilizado) dentro del cual ajustar las variables para
hacer frente a los cambios.
La ecología se trata, por lo tanto y en última
instancia, de algo conservador: la tendencia constante de los sistemas
(lo invariable en ellos) es hacia la autoconservación. Como vimos, esto no
significa ausencia de cambios, sino todo lo contrario: sólo cambiando es
posible conservar, sólo a través de permanentes reajustes internos un sistema
puede mantenerse existiendo. En palabras de Bateson, “todo cambio biológico es
conservador”.
Ahora bien, uno de los conceptos más ricos e
interesantes que encontramos en este autor es el de una ecología de las ideas,
o una ecología de la mente. Pero, ¿qué es la mente para Bateson?
Como fue señalado más arriba, él ensancha
bastante la definición tradicional de lo que es una idea, estableciendo que
“una diferencia es una idea”, y que a su vez la diferencia debe ser considerada
como la unidad de información y de “insumo psicológico” (p. 514). De esto se
desprende que cualquier sistema capaz de trasmitir diferencias está formulando
ideas, y por ende está pensando y comunicando a través de las
relaciones establecidas con otros sistemas.[5]
La concepción de mente para Bateson se deriva
necesariamente de este planteo.[6] Así, “mente” y “sistema cibernético” serían sinónimos:
cualquier unidad que complete el procesamiento de información y funcione a
través de ensayo y error.[7]
De esta manera, el concepto de mente se ve
súbitamente ampliado, y es necesario repensarlo en sus alcances. Un primer
señalamiento es que existen jerarquías de mentes correspondientes a las
jerarquías sistémicas (y contextuales) apuntadas con anterioridad. No sólo los
humanos poseeríamos mentes, sino que dentro y fuera nuestro también podríamos
reconocer otras mentes, auténtica propiedad emergente
de un sistema de relaciones complejas. Naturalmente, en el ecosistema global se
manifestaría una Mente igualmente global e inmanente, en la cual se subsumen
todas las demás mentes individuales que constituyen sus subsistemas. Mente que
Bateson llega a equiparar con Dios, formulando en términos científicos, a mi
juicio, lo que antiguas creencias panteístas formularon en términos religiosos,
o autores como Spinoza
pensaron en términos filosóficos.[8]
Un segundo señalamiento es el de una nueva
dilución del papel y la importancia de la conciencia o la voluntad (o de la
razón, si se quiere), en sentido inverso al introducido por el psicoanálisis,
es decir, hacia el “mundo exterior”, en lo que bien podríamos considerar un
nuevo golpe al narcisismo humano: un “golpe ecológico”.[9] Poder asumir esto y actuar en consecuencia, como veremos,
resulta crucial para la supervivencia de nuestra especie como subsistema de un
sistema ecológico global.
Crisis ecológica antropogénica
Como fue mencionado, la amenaza interna más grave
para la supervivencia de un sistema (es decir, para su estado de constancia) es
la capacidad regenerativa de algunos de sus subsistemas, cuando fallan los
mecanismos de regulación que mantiene a dicha capacidad dentro de un umbral
seguro de cambio (dentro de ciertos límites de flexibilidad).
Un subsistema regenerativo que escape a la
regulación entra pronto en una curva
de crecimiento exponencial, que puede conducir, a partir de cierto punto,
al colapso de todo el sistema (y, eventualmente, a su reacomodamiento en el
logro de un nuevo equilibrio luego de un período de crisis). En este sentido,
una curva exponencial constituye uno de los casos más típicos de desequilibrio
que pueden sufrir los sistemas. Recordemos que para Bateson la patología se
define como la pérdida del equilibrio sistémico; por lo tanto, estaríamos
hablando aquí de procesos patológicos a nivel ecológico.
Esto revela un aspecto de la concepción ecológica
de Bateson que el autor se preocupó en enfatizar: la unidad de supervivencia no
es nunca un individuo, o una familia, o una especie, por sí solos, como
preconizaba Darwin en el siglo XIX, sino el organismo más el ambiente:
“el organismo que destruye su ambiente se destruye también a sí mismo”
(Bateson, 516). Así, el autor identifica la unidad de supervivencia evolutiva
con la unidad de mente antes planteada.
Ahora bien, si aceptamos el punto de vista
cibernético veremos que posee implicaciones muy graves para los seres humanos
o, para ser más exactos, para la civilización industrial contemporánea. Si consideramos
a las sociedades humanas como subsistemas contenidos dentro del sistema mayor
planetario (es decir, el ecosistema global), llegamos muy pronto a la
conclusión de que nosotros somos una de sus variables: una de las
tantas que pueden ser perfectamente modificadas (y eventualmente suprimidas) en
aras de la supervivencia del sistema global.
Por otro lado, somos un subsistema regenerativo
que hace ya cierto tiempo ha entrado en una curva de crecimiento
exponencial, de la cual la explosión demográfica (junto con la producción
de bienes) es quizás el aspecto más visible. Esto lleva necesariamente a una
sobreexplotación de los recursos naturales, en la persecución (vana, en última
instancia) del sostén de dicho crecimiento (puesto que no se puede crecer
infinitamente en un planeta finito). La consecuencia más clara, desde un punto
de vista ecológico, es la destrucción, por parte de los humanos, de otros
subsistemas (llamados, quizás de manera no del todo rigurosa, “naturales”).
Desde luego, la nuestra no
es la primera civilización a lo largo de la historia que ha entrado en un proceso
de tales características. Sin embargo, la diferencia más notable respecto a
situaciones similares del pasado es, como Bateson apunta, nuestra abrumadora
capacidad tecnológica para producir a una escala nunca antes experimentada, y
concomitantemente, para destruir -y destruirnos.
Sin embargo, no se trata sólo, ni en primer
lugar, de un problema tecnológico. El problema básico que Bateson denuncia es
en principio mental. Al analizar los problemas que trae la conciencia
humana cuando es guiada por el propósito, el autor encuentra que las personas
se forman juicios acerca de la realidad que entran en contradicción con los
postulados ecológicos, es decir, con el funcionamiento de la realidad misma, de
las redes sistémicas en las que se hayan inmersas. La conciencia selecciona y
reordena los datos que recibe del ambiente, y establece líneas causales
desconectadas de los circuitos globales.[10] El fruto de este procedimiento es una visión distorsionada,
una “falta de sabiduría”, a decir de Bateson (entendiendo sabiduría como la
acción guiada por un conocimiento y un sentido sistémico global), y aquí es
donde la conjunción de esta falta de sabiduría con la tecnología moderna
conduce a resultados catastróficos.
Es en este sentido que varios autores señalan a
la Revolución científica del siglo XVII y la industrial del XVIII como los
puntos de partida de una serie de cambios a nivel de las ideas y las
capacidades (re)productivas de la sociedad, que llevaron a un nivel nunca antes
visto la desconexión ecológica entre la mente humana individual y la “mente
total”.
Como señala Fritjof
Capra, para que la forma depredadora actual de explotación de los recursos
naturales fuera posible hubo de aparecer una nueva forma de relacionarse con la
naturaleza a principios de la época moderna, la cual pasaba de verla como un
ser vivo digno de respeto a verla como una máquina, un objeto pasible de ser
brutalmente diseccionado, para conocerlo y para lucrar con él.[11]
La culminación de este proceso se dio con la
revolución industrial, y con dos de sus más trascendentales consecuencias: una,
la de trasladar definitivamente el centro económico de las sociedades (y, por
lo tanto, el centro de todo lo demás) del campo a la ciudad. El industrialismo
introdujo así una segmentación en compartimentos estancos entre las diversas
etapas de la producción, y con ello una (anti)cosmovisión del ser humano como
un ser por fuera y por encima de la naturaleza, como su amo absoluto e
irresponsable, disociado y diferente de ella, y la creencia de efectivamente
haberla sometido a sus designios. Otra, íntimamente relacionada con la primera,
la arrogancia producto del asombroso dominio tecnológico que el hombre parecía
desplegar frente al ambiente que le rodeaba, dominio tanto material como
intelectual, ya que los descubrimientos y avances científicos iban a la par de
la técnica. En una palabra, el industrialismo produjo alienación, una
alienación nunca antes vista, entre el trabajador y el producto de su trabajo,
sí, pero fundamentalmente entre el ser humano y el resto del universo: “el
hombre occidental se vio a sí mismo como un autócrata con poder absoluto sobre
un universo que estaba hecho de física y de química” (Bateson, 468). O, como
expresa Ralph
Metzner, la especie humana se volvió autista, ciega y sorda a la presencia
de su madre: el ecosistema planetario.[12]
Si ponemos a Dios afuera y lo colocamos frente a
frente con su creación, y si tenemos la idea de haber sido criados a su imagen,
nos veremos lógica y naturalmente a nosotros mismos como externos a, y
enfrentados con, las cosas que nos rodean. Y en la medida en que nos arroguemos
la totalidad de la mente, veremos al mundo circundante como desprovisto de
mente, y por consiguiente, sin derecho a ser tomado en cuenta moral o
éticamente. Sentiremos que el ambiente nos pertenece para explotarlo. Nuestra
unidad de supervivencia estará dada por cada uno de nosotros y su gente, o por
los miembros de la misma especie, enfrentados con el ambiente de otras unidades
sociales, otras razas y los brutos y los vegetales.
Quien estima así su relación con la naturaleza y posee
además una tecnología avanzada tiene la misma probabilidad de sobrevivir
que una bola de nieve en medio del infierno. Tal individuo morirá, sea por obra
de los subproductos tóxicos de su propio odio o, simplemente, por el exceso de
población y la sobreexplotación de los recursos. Las materias primas del mundo
son finitas. (Bateson, 492)
Bateson califica esta forma antiecológica
de ver el mundo como una “arrogante filosofía científica”, que, por demás, se
encuentra obsoleta. Sin embargo, cabría preguntarnos si dicha obsolescencia, a
esta altura bastante obvia en un sentido epistemológico, es tal a un nivel
popular y mediático, y político-económico. Es decir, ¿por qué, si esa filosofía
muestra sus errores y horrores, y se revela como el núcleo ideológico que
justifica nuestras curvas de crecimiento exponencial (y por ende nuestra autodestrucción),
no hay un cambio correspondiente a nivel de la actitud colectiva social? ¿O la
empieza a haber…?
Aquí podríamos mencionar, por ejemplo, la fuerza
que posee el progreso (sinónimo de crecimiento exponencial) como ideología, al
cual autores como John
Michael Greer lo califican de religión civil, en su triple vertiente:
progreso moral, científico-tecnológico, y económico. Quizás podríamos ensayar
una respuesta al decir que un sistema que ha entrado en semejante bucle de
retroalimentación positiva no tiene más solución que un colapso y un
reacomodamiento de sus variables en un nuevo equilibrio. En tal sentido,
nuestros esfuerzos deberían enfocarse a capear el temporal de la forma más
digna posible. Estrategias como la que propugna el movimiento decrecentista,
por ejemplo, podrían estar aportando alternativas válidas.
Bateson, en fin, realiza un llamado a tomar
conciencia de estos problemas mentales que afectan a nuestra civilización, al
señalar, precisamente, una “crisis en la ecología de la mente”: “si mi
concepción es acertada, es preciso reestructurar todo nuestro modo de pensar
sobre nosotros mismos y sobre las otras personas”. El abandono de la arrogancia
se vuelve perentorio en nuestras relaciones sistémicas, no como una virtud
moral, sino como una exigencia de supervivencia.
Conclusión
Hoy estamos viviendo las consecuencias materiales
de haber llevado nuestra fe en el progreso hasta sus últimas consecuencias. La
naturaleza nos va haciendo notar nuestra arrogancia, y ya nos empieza a privar
de recursos otrora abundantes, llevando a un mundo superpoblado al borde de un
colapso global. La concepción ecológica que propugnaba Bateson adquiere así
tintes de un milenario retorno de un saber subterráneo, de un saber sometido
(a decir de Michel Foucault), que ensaya una respuesta a la crisis actual y
futura del capitalismo, cuestionando las bases filosóficas sobre las que se ha
asentado nuestra civilización industrial y moderna.
La concepción de ecología según Bateson resulta
de un potencial riquísimo para comprender los problemas mayores que afectan al
mundo actual. Además, por su profundidad teórica y su carácter revolucionario
ofrece nuevas perspectivas para el abordaje transdisciplinario de diversas
cuestiones. Es una herramienta poderosa para ser utilizada como un cuerpo de
conocimientos que sirva de nexo entre todos los demás, integrándolos de una
forma sistemática, y poniéndolos en relación al revelar su interdependencia:
aquello que conecta y devela las estructuras y lógicas de funcionamiento
comunes a fenómenos tan aparentemente dispares como, por ejemplo, el cambio
climático, las formas de organización social y el surgimiento de ciertas ideas
en las mentes de las personas. Se trata, en fin, de restaurar una visión
integradora y sintética allí donde, por demasiado tiempo, ha imperado una
concepción atomizadora de la realidad.
Bibliografía
Bateson,
G. (1985). Pasos
hacia una ecología de la mente. Buenos Aires: Carlos Lohlé.
Capra,
F. El punto crucial, recuperado desde http://pioneros.puj.edu.co/lecturas/iniciados/Maquina%20del%20Mundo%20Newtoniano.pdf
Greer, J. M. (2013, Abril 24), The God With Three Heads
[entrada de blog], recuperado desde http://thearchdruidreport.blogspot.com.es/2013/04/the-god-with-three-heads.html
Metzner, R. (1993). The Split Between Spirit and Nature in European
Consciousness, recuperado desde http://trumpeter.athabascau.ca/index.php/trumpet/article/view/407/658
Watzlawicz, P., Beavin, J.H., y Jackson, D.D. (1981). Teoría de la comunicación
humana.
Barcelona: Herder.
[1] Véase también, para mayor profundidad, Teoría
General de los Sistemas, de Ludwig Von Bertalanffy
[2] “De especial interés al respecto es la relación entre el contexto
y su contenido. Un fonema existe como tal sólo en combinación con otros
fonemas que constituyen una palabra. La palabra es el contexto del
fonema. Pero la palabra sólo existe como tal —sólo tiene “significado”— dentro
del contexto de la elocución, la que sólo tiene sentido, a su vez, en una
relación.
La jerarquía de contextos dentro de contextos es
universal en el aspecto comunicacional (o “émico”) de los fenómenos y lleva
siempre al hombre de ciencia a buscar la explicación en unidades cada vez más
amplias. En la física puede (quizá) ser verdad que la explicación de lo
macroscópico deba buscarse en lo microscópico. En la cibernética suele ser
verdad lo opuesto: sin contexto no hay comunicación.” (Bateson, 432)
[3] El mismo ejemplo fue utilizado por el autor en otras
oportunidades: “Los contextos tienen realidad comunicacional sólo en la medida
en que son efectivos en cuanto mensajes, es decir, en la medida en que están
representados o reflejados (correcta o distorsionadamente) en distintas partes
del sistema comunicacional que estamos estudiando; y este sistema no es el
individuo físico sino una amplia red de vías de mensajes. Algunas de estas vías
acontece que están situadas fuera del individuo físico; otras, dentro de
él, pero las características del sistema de ningún modo dependen de
ninguna línea fronteriza que podamos superponer al mapa comunicacional. No
tiene comunicacionalmente sentido preguntar si el bastón blanco de un ciego o
el microscopio del científico son “partes” del hombre que los utiliza. Tanto el
bastón como el microscopio son vías importantes de comunicación, y como tales
son parte de la red que nos interesa, pero ninguna línea divisoria, situada por
ejemplo, a mitad del bastón, puede ser pertinente en una descripción de la
topología de esta red.” (Bateson, 280)
[4] “…El contenido de la cibernética no son los
sucesos y los objetos, sino la información portada por sucesos y objetos.
Consideramos los objetos o sucesos sólo como propuestas de hechos, mensajes,
perceptos y cosas semejantes” (Bateson, 431).
[5] “Sostendré ante ustedes, ahora, que la palabra “idea”, en su
sentido más elemental, es sinónimo de “diferencia”. En la Crítica del
juicio, Kant, si lo he entendido correctamente, afirma que el acto estético
más elemental es la selección de un hecha. Argumenta que en un trozo de tiza
existe un número infinito de hechos potenciales. La Ding an sich [la
cosa en sí], el trozo de tiza, no puede entrar nunca en un proceso de
comunicación o mental debido a su infinitud. Los receptores sensoriales no
pueden aceptarla; la filtran y la excluyen. Lo que hacen es elegir y extraer
del trozo de tiza ciertos hechos, los cuales, luego, empleando una
terminología moderna, se convierten en información.
Opino que el aserto de Kant puede modificarse
diciendo que existe un número infinito de diferencias alrededor de y
dentro del trozo de tiza. Hay diferencias entre la tiza y el resto del
universo, entre la tiza y el sol y la luna. Y dentro del trozo de tiza, para
cada molécula existe un número infinito, de diferencias entre su localización y
las localizaciones en las que pudo encontrarse. De esta infinitud,
elegimos un número muy limitado, que se convierte en información. De hecho, lo
que entendemos por información —la unidad elemental de informaciones una diferencia
que hace una diferencia, y está en condiciones de hacer una diferencia
porque las vías nerviosas por las que transita y en las que es continuamente
transformada están, por su cuenta, provistas de energía. Las vías están prontas
para ponerse en actividad. Podemos decir que la pregunta está ya implícita en
ellas.
Existe, empero, un contraste importante entre la
mayoría de las vías de información que están dentro del cuerpo y la mayoría de
las que están fuera de él. Las diferencias entre el papel y la madera se
transforman primeramente en diferencias en la propagación de la luz o del
sonido, y bajo esa forma se desplazan hacia mis órganos sensoriales terminales.
La primera parte de su desplazamiento es energizada de la manera común dentro
de las ciencias exactas, “desde atrás”. Pero cuando las diferencias entran en
mi cuerpo activando un órgano terminal, este tipo de desplazamiento es
reemplazado por un desplazamiento energizado en cada una de sus etapas por la
energía metabólica latente en el protoplasma que recibe la diferencia,
la recrea o transforma y la entrega a otro.
Cuando golpeo la cabeza de un clavo con un
martillo, un impulso se transmite a la punta. Pero es un error semántico, una
metáfora descarriadora, decir que lo que se desplaza por un axón es un
“impulso”. Se lo podría llamar correctamente “noticias sobre una diferencia”.”
(Bateson, 483-484)
[6] “Retomemos la concepción de que la transformación de una
diferencia que recorre un circuito es una idea elemental. Si esto es correcto,
preguntémonos qué es una mente. Decimos que el mapa es diferente del
territorio. ¿Pero qué es el territorio? Operacionalmente, alguien salió con su
retina o con un instrumento de medición e hizo representaciones que luego se
dibujaron en el papel. Lo que hay en el papel del mapa es una representación de
lo que hubo en la representación retiniana del hombre que hizo el mapa; y a
medida que retrocedemos preguntando, nos topamos con una regresión al infinito,
con una serie de mapas. El territorio no aparece nunca en absoluto. El
territorio es Ding an sich, y no podemos hacer nada al respecto. El
proceso de la representación siempre lo filtrará, excluyéndolo, de manera que
el mundo mental es sólo mapas de mapas de mapas, al infinito.211 Todos los
“fenómenos” son, literalmente, “apariencias”.” (Bateson, 485)
[7] “El sistema cibernético elemental con sus mensajes en
circuito es, de hecho, la unidad más simple de la mente; y la transformación de
una diferencia que recorre un circuito es la idea elemental.” (Bateson, 490)
[8] “La epistemología cibernética que acabo de exponer a ustedes
podría sugerir un enfoque nuevo. La mente individual es inmanente, pero no sólo
en el cuerpo. Es inmanente también en las vías y mensajes que se dan fuera del
cuerpo; y existe una Mente más amplia de la que la mente individual es sólo un
subsistema. La Mente más amplia es comparable a Dios, y tal vez sea eso que
algunas personas llaman “Dios”, pero sigue siendo inmanente en el sistema
social total interconectado y en la ecología planetaria.” (Bateson, 492)
[9] “La psicología freudiana expandió hacia el interior el
concepto de mente, incluyendo en ella la totalidad del sistema comunicacional
que se encuentra dentro del cuerpo: lo autonómico, lo habitual y la amplia gama
de procesos inconscientes. Lo que yo sostengo expande la mente hacia el exterior.
Y ambos cambios reducen el ámbito de la personalidad consciente. Surge así la
necesidad de cierta forma de humildad, atemperada por la dignidad o alegría de
ser parte de un todo mucho más grande. Una parte —si ustedes quieren— de Dios.”
(Bateson, 492)
[10] “Nuestra selección consciente de datos no pondrá de
manifiesto circuitos íntegros, sino sólo arcos de circuitos, extraídos de su
matriz por medio de nuestra atención selectiva. Específicamente, es posible que
el intento de llevar a cabo un cambio en alguna variable dada, situada o en el
yo o en el ambiente, se efectúe sin comprender la red homeostática que rodea a
esa variable. ” (Bateson, 476)
[11] “El ‘espíritu de Bacon’ cambió profundamente la naturaleza y
el propósito de la búsqueda científica. Desde el tiempo de los antiguos los
objetos de la ciencia habían sido sabiduría, entendimiento del orden natural y
vivir en armonía con él. La ciencia se hacía ‘para la gloria de Dios’, o, como
dijeron los Chinos, para ‘seguir el orden natural’ y ‘fluir en la corriente del
Tao’. Estos eran yin o propósitos integradores; la actitud básica del
científico era ecológica, como diríamos en el lenguaje de hoy. En el siglo
diecisiete, esta actitud cambió a su opuesto polar; de yin a yang, de
integración a individualización. Desde Bacon, el objeto de la ciencia ha sido
el conocimiento que pueda usarse para dominar y controlar a la naturaleza, y
hoy en día tanto ciencia como tecnología se usan predominantemente para
propósitos que son profundamente antiecológicos.” (Capra)
[12] Los dos párrafos precedentes, así como los de la conclusión
(con ligeras modificaciones), fueron originalmente escritos en este
artículo de mi autoría
1 comentario:
Me he pasado 20 años estudiando la obra del maestro G.Bateson. Su obra sólo se comprende cuando se lee la totalidad de sus escritos. Gracias por difundir. Pero nunca será mejor que su propia voz. Saludos, amigo, desde mi espíritu y mi naturaleza.
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