Poco antes de salir la Columna Durruti para Zaragoza vía Lérida, fue cuando Buenaventura Durruti, que se encontraba discutiendo con un delegado del Sindicato Metalúrgico sobre una cuestión de blindaje de camiones, recibió al periodista del “Toronto Star”, el canadiense Van Passen, que publicaría un reportaje bajo el título: «Dos millones de anarquistas luchan por la revolución», que apareció publicado el 18 de agosto de 1936, aunque el periodista simulaba haber hecho la entrevista en el frente de Aragón («A lo lejos se oye el estruendo de un cañón», escribía en la entradilla de su trabajo). En el mismo comienza inmediatamente por poner a Durruti ante el lector:
“Es un hombre alto y fuerte, moreno, bien afeitado, de rasgos morunos,
hijo de humildes campesinos. Su voz aguda, casi gutural”.
–“El pueblo español quiere la Revolución –comenzaría diciéndole
Durruti a Van Passen– y está en trance de hacerla, a lo cual se oponen los
fascistas. Este es el planteamiento general. En tales condiciones, no hay más
que dos caminos: o la victoria de los trabajadores, es decir, la libertad, o el
triunfo de los facciosos, que significa la tiranía.”
Van Passen le preguntó si él consideraba ya aplastados a los militares
rebeldes:
–“No, todavía no los hemos vencido” contestó francamente. Y agregó:
“Ellos tienen Zaragoza y Pamplona. Ahí
es donde están los arsenales y las fábricas de municiones. Tenemos que tomar
Zaragoza y después saldremos al encuentro de las tropas compuestas de
Legionarios Extranjeros, que ascienden desde el Sur, mandadas por el general
Franco. Dentro de dos o tres semanas nos encontraremos entregados en batallas
decisivas.”
–“¿Dos o tres semanas?” preguntó intrigado el periodista.
–“Dos o tres semanas o quizá un mes” –afirmó Durruti–. “La lucha se
prolongará como mínimo todo el mes de agosto. El pueblo obrero está armado. En
esta contienda el Ejército no cuenta. Hay dos campos: los hombres que luchan
por la libertad y los que luchan por aplastarla. Todos los trabajadores de
España saben que si triunfa el fascismo vendrá el hambre y la esclavitud. Pero
los fascistas también saben lo que les espera si pierden. Por eso esta lucha es
implacable. Para nosotros de lo que se trata es de aplastar al fascismo, de
manera que no pueda levantar jamás la cabeza en España. Estamos decididos a
terminar de una vez por todas con él, y esto a pesar del Gobierno...”
–“¿Por qué dice usted a pesar del Gobierno? ¿Acaso no está este
Gobierno luchando contra la rebelión fascista?” preguntó el periodista sorprendido.
–“Ningún Gobierno en el mundo pelea contra el fascismo hasta
suprimirlo” –respondió Durruti–. “Cuando la burguesía ve que el poder se le
escapa de las manos, recurre al fascismo para mantener el poder de sus
privilegios. Y esto es lo que ocurre en España. Si el Gobierno republicano
hubiera deseado terminar con los elementos fascistas, hace ya mucho tiempo que
hubiera podido hacerlo. Y en lugar de eso, temporizó, transigió y malgastó su
tiempo buscando compromisos y acuerdos con ellos. Aún en estos momentos, hay
miembros del Gobierno que desean tomar medidas muy moderadas contra los
fascistas. ¡Quién sabe –dijo Durruti, riendo– si aún el Gobierno espera
utilizar las fuerzas rebeldes para aplastar el movimiento revolucionario
desencadenado por los obreros!”
–“¿Entonces –preguntó Van Passen– usted ve dificultades aun después
que los rebeldes sean vencidos?”
–“Efectivamente. Habrá resistencia por parte de la burguesía, que no
aceptará someterse a la revolución que nosotros mantendremos en toda su fuerza,
–contestó Durruti–.”
El periodista le señaló la contradicción en que se encontraba la
revolución que mantenían los anarquistas:
–“Largo Caballero e Indalecio Prieto han afirmado que la misión del
Frente Popular es salvar la República y restaurar el orden burgués. Y usted,
Durruti, usted me dice que el pueblo quiere llevar la revolución lo más lejos
posible. ¿Cómo interpretar esta contradicción?”
–“El antagonismo es evidente. Como demócratas burgueses, esos señores
no pueden tener otras ideas que las que profesan. Pero el pueblo, la clase
obrera, está cansado de que se le engañe. Los trabajadores saben lo que
quieren. Nosotros luchamos no por el pueblo sino con el pueblo, es decir, por
la revolución dentro de la revolución. Nosotros tenemos conciencia de que en
esta lucha estamos solos, y que no podemos contar nada más que con nosotros
mismos. Para nosotros no quiere decir nada que exista una Unión Soviética en
una parte del mundo, porque sabíamos de antemano cuál era su actitud en
relación a nuestra revolución. Para la Unión Soviética lo único que cuenta es
su tranquilidad. Para gozar de esa tranquilidad, Stalin sacrificó a los
trabajadores alemanes a la barbarie fascista. Antes fueron los obreros chinos,
que resultaron victimas de ese abandono. Nosotros estamos aleccionados, y
deseamos llevar nuestra revolución hacia adelante, porque la queremos para hoy
mismo y no, quizá, después de la próxima guerra europea. Nuestra actitud es un
ejemplo de que estamos dando a Hitler y a Mussolini más quebraderos de cabeza
que el Ejército Rojo, porque temen que sus pueblos, inspirándose en nosotros,
se contagien y terminen con el fascismo en Alemania y en Italia. Pero ese temor
también lo comparte Stalin, porque el triunfo de nuestra revolución tiene
necesariamente que repercutir en el pueblo ruso.”
Van Passen recapitula:
“Este es el hombre que representa a una organización sindical que
cuenta aproximadamente con dos millones de afiliados y sin cuya colaboración la
República no puede hacer nada, incluso en el supuesto de una victoria sobre los
sublevados. Yo quise conocer su pensamiento porque para comprender lo que está
sucediendo en España es preciso saber cómo piensan los trabajadores. Por esa
razón he interrogado a Durruti, porque por su importancia popular es un auténtico
y característico representante de esos trabajadores en armas. De sus respuestas
resulta claramente que Moscú no tiene ninguna influencia ni autoridad para
hablar en nombre de los trabajadores españoles. Según Durruti, ninguno de los
Estados europeos se siente atraído por el sentimiento libertario de la
revolución española, sino deseosos de estrangularla.”
–“¿Espera usted alguna ayuda de Francia o de Inglaterra, ahora que
Hitler y Mussolini han comenzado a ayudar a los militares rebeldes?” pregunté.
–“Yo no espero ninguna ayuda para una revolución libertaria de ningún
gobierno del mundo” respondió Durruti secamente. Y agregó: –“Puede ser que los
intereses en conflictos de imperialismos diferentes tengan alguna influencia en
nuestra lucha. Eso es posible. El general Franco está haciendo todo lo posible
para arrastrar a Europa a una guerra, y no dudará un instante en lanzar a
Alemania en contra nuestra. Pero, a fin de cuentas, yo no espero ayuda de
nadie, ni siquiera, en última instancia, de nuestro Gobierno.”
–“¿Pueden ustedes ganar solos?” pregunté directamente.
Durruti no respondió. Se tocó la barbilla, pensativamente. Sus ojos
brillaban. Y Van Passen insistió en la pregunta:
–“Aun cuando ustedes ganaran, iban a heredar montones de ruinas”, me
aventuré a interrumpir su silencio.
Durruti pareció salir de una profunda reflexión, y me contestó
suavemente, pero con firmeza:
–“Siempre hemos vivido en la miseria, y nos acomodaremos a ella por
algún tiempo. Pero no olvide que los obreros son los únicos productores de
riqueza. Somos nosotros, los obreros, los que hacemos marchar las máquinas en
las industrias, los que extraemos el carbón y los minerales de las minas, los
que construimos ciudades... ¿Por qué no vamos, pues, a construir y aún en
mejores condiciones para reemplazar lo destruido? Las ruinas no nos dan miedo.
Sabemos que no vamos a heredar nada más que ruinas, porque la burguesía tratará
de arruinar el mundo en la última fase de su historia. Pero –le repito– a
nosotros no nos dan miedo las ruinas, porque llevamos un mundo nuevo en
nuestros corazones”. Y luego agregó: “Ese mundo está creciendo en este
instante”.
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