En este año que se va, un puñado de discípulos de
Iván Illich y decenas de sus lectores han conmemorado los 10 años del
fallecimiento de su otrora maestro. Reunidos en Cuernavaca del 13 al 15
de diciembre, comentaron y profundizaron la obra que el sacerdote austriaco
publicó a través del Centro Intercultural de Documentación (Cidoc) en
los años 70. Dichos textos, anticiparon la inviabilidad de un sistema
político-económico orientado a la acumulación infinita y egoísta de capital.
Hoy las reflexiones de Illich parecen una profecía, sin embargo ¿qué
estamos haciendo hoy para enderezar el rumbo de nuestro camino hacia un mundo
donde quepan todos los mundos?.
Peripecias de la vida
Illich nació en Viena por el año de 1926.
Su madre tenía ascendencia judía y su padre era católico de origen dálmata
(actualmente Croacia). Desde niño se benefició de su atmósfera intercultural y
de forma prematura comenzó a dominar varios idiomas (a lo largo de su vida
llegó a hablar 8 fluidamente). Para 1938, tras la anexión alemana de Austria,
la situación de Illich se complicó por su parentesco judío, por lo que
se vio obligado a migrar a Italia, donde vivió principalmente entre Florencia
y Roma.
En Italia estudió química y posteriormente
teología en la Universidad Gregoriana de Roma, donde se formó como
sacerdote. Fue postulado para ser cardenal, sin embargo se negó a encumbrarse
en la jerarquía católica y optó por continuar sus estudios en Estados Unidos.
Aunque su objetivo era estudiar en la Universidad de Princeton, su
llegada a Nueva York le hizo conocer la discriminación que padecían varias
comunidades católicas, en particular los puertorriqueños, motivo por el cual
decidió quedarse en la Gran Manzana, con la intención de apoyar la integración
social de los latinoamericanos.
Su contacto con las minorías hispanohablantes
lo llevó a abandonar Estados Unidos y vivir en Puerto Rico, país
donde rápidamente fue nombrado vicerrector de la Universidad Católica de
Ponce. Desde ahí forjaría las bases de su famosa crítica a la
escolarización.
Braulio Hornedo,
discípulo de Illich y promotor de sus ideas, asegura que Illich tuvo un
duro y marcante choque ideológico en la isla caribeña: “Durante las
elecciones presidenciales, un candidato promovió el control de la natalidad. La
jerarquía católica puertorriqueña rechazó abiertamente este programa, pero
Illich tuvo el atrevimiento de apoyarlo. Este hecho acarreó un conflicto
político que lo obligó a abandonar la isla.”
Viaje Iniciático
Al dejar Puerto Rico, Illich decidió abandonar la
vida laboral para realizar un viaje liberatorio, a pie y con escasos recursos
por América Latina. Recorrió Argentina, Paraguay, Uruguay y Bolivia,
intentó cruzar la cordillera de los Andes, pero no lo consiguió, pues sufrió un
desmayo de dos días por mal de altura e insolación. En esas condiciones fue
ayudado por una familia humilde de campesinos indígenas que cuidaron de él.
Aquella anécdota se convertiría en el recuerdo más trascendente de su viaje y,
según palabras de Braulio Hornedo, “en el accidente de los Andes,
Iván conoció directamente la riqueza de la pobreza. Observó que la cultura de
solidaridad de las comunidades campesinas era mayor que en las ciudades.
Gracias a esta experiencia vislumbró la necesidad de que estas culturas
marcadamente diferentes dialogaran en igualdad de condiciones.”
Para 1961, el obispo dela Diócesis de
Cuernavaca, Sergio Méndez Arceo, conocido por sus ideas socialistas
y apego a la Teología de la Liberación, invitó a Illich a radicar
en la ciudad de la eterna primavera. Desde ahí Illich se separó definitivamente
de la Iglesia católica, institución que llegó a considerar una mafia
mercantilista similar a cualquier empresa.
Debate intercultural
En 1966, Iván Illich y otros intelectuales
fundaron el Centro Intercultural de Documentación (CIDOC), sitio que fue
concebido originalmente para preparar a misioneros gringos en México, pero que,
paulatinamente, ganó prestigio por sus reveladoras críticas a las instituciones
más representativas del llamado “progreso”.
Desde Cuernavaca, Illich encabezaría una dura
crítica a la escuelas, al afirmar que se habían convertido en la religión
secular de nuestro tiempo. “Ahí se doma al hombre para convertirle en un ser
de provecho. El valor del hombre se mide por el número de horas de clases
visitadas. Los exámenes y los diplomas son los únicos carnés de identidad que
conoce esta sociedad. La entrada en clase anuncia la integración en la
maquinaria de producción y consumo que nos espera, de ahí que la proscripción
de nuestra economía inhumana, sólo se pueda conseguir negando el tributo de
obediencia a la escuela obligatoria”.
Asimismo, Illich fue de los primeros
críticos en denunciar qué se escondía detrás de la sofisticada propaganda
estadounidense conocida como Alianza para el Progreso, lanzada en
1961 por el presidente John F. Kennedy, con la supuesta finalidad
de ayudar a los países latinoamericanos a salir del subdesarrollo. Desde
su óptica, el subdesarrollo era un pretexto para intervenir económicamente en
la región y despertar un mayor apetito consumista que terminaría por beneficiar
a los gringos.
La producción del CIDOC comenzó a atraer a
personalidades intelectuales de la talla de Erich Fromm, François
Mitterrand, Paul Goodman, Ramón Xirau, Gabriel Zaid, entre muchos otros.
Textos como La Sociedad Desescolarizada, Energía y equidad y Némesis médica
se transformaron rápidamente en obras de culto en diversos círculos académicos.
Jean Robert, arquitecto suizo que llegó a tener
una amistad muy cercana con Illich, relata su curioso descubrimiento del
CIDOC: “Estaba en Zúrich en 1968 cuando encontré un artículo extraordinario
en una revista francesa sobre el centro dirigido por Iván Illich, quien era
descrito como una mezcla extraña entre un sacerdote neoyorkino y un futbolista
boliviano. Un hombre que había establecido un centro de verdadero debate
intercultural que trataba de incluir en igualdad de circunstancias a países
pobres y ricos.”
Jean conoció el CIDOC en 1972, se estableció
en Cuernavaca y se involucró en sus discusiones hasta su disolución en
1976, cuando afirma Robert, fue cerrado por exceso de éxito. De igual manera,
Illich reconoció que el CIDOC había obtenido una fama muy peligrosa, pues
era considerada por el gobierno como una cuna de guerrilleros en plena Guerra
Sucia; por ello, cerrarlo era una forma de cuidar la vida de sus colaboradores.
Medio Ambiente y Decrecimiento
El pensamiento de Illich promovió la simplicidad
voluntaria e incitó a utilizar prioritariamente la energía personal que
obtenemos directamente del alimento, antes que otras fuentes energéticas
(petróleo), que al quedar liberadas generen inestabilidad en el medio ambiente.
Por tal motivo, Illich se transportaba esencialmente a pie o en bicicleta, sólo
en casos de fuerza mayor usaba transportes motorizados. De tal forma que sus
consideraciones energéticas fueron pioneras en la construcción de la idea de
“huella de carbono”, concepto que calcula la responsabilidad individual de
emisiones de gases de efecto invernadero y nos permite una crítica individual
sobre el peso directo de nuestras acciones sobre el entorno.
“El socialismo exige para la
realización de sus ideales un cierto nivel en el uso de la energía: no puede
venir a pie, ni en coche, sino sólo a velocidad de bicicleta”.
Hoy en día, el movimiento del decrecimiento que
promueve una disminución regular del consumo material y energético, evacuando
prioritariamente el material superfluo, en beneficio del crecimiento de las
relaciones humanas, encuentra entre sus precursores el pensamiento de Illich,
quien trató de construir una sociedad convivencial, consciente de su finitud y
de la importancia de replantearse lo realmente esencial en sus necesidades.
Resurge en sus ideas lo evidente. ¿Cómo pensar un crecimiento sostenible, en un
mundo finito? La contradicción está ahí, a pesar de que políticamente no sea
una idea popular. El concepto de decrecimiento busca que los pequeños
productores tomen más decisiones, ejerzan una democracia participativa y
reorganicen el mercado bajo con un criterio de comercio justo que permita el
aprovechamiento óptimo de los recursos y no propague la cultura del despilfarro
de la sociedad actual.
Últimos años
En 1977, Illich se convirtió en un
filósofo itinerante. Rechazó varias ofertas universitarias y se dedicó a peregrinar por diversos países,
principalmente Estados Unidos, México y Alemania.
A mediados de los años ochenta, un tumor
cancerígeno comenzó a crecer en su cara, al que él mismo bautizó burlonamente
como “la bola”. Aunque los médicos prácticamente lo desahuciaron, Illich aún
alcanzó a vivir casi veinte años más, resistiéndose a cualquier tratamiento
exterior, confió en la meditación y la yoga para establecer, según sus propias
palabras, una pacífica y estoica convivencialidad con la enfermedad.
Murió en 2002, en Bremen, Alemania.
Autor: Luis Gabriel Urquieta
Nativo del Valle de Anáhuac, apasionado por los documentales, la ficción,
el periodismo, la política ambiental y los viajes de mochila al hombro. Ha
optado por una vida basada en la simplicidad voluntaria desde la caótica Ciudad
de México. Desde hace años intenta movilizarse exclusivamente en bici a
dondequiera que vaya. Promueve la conciencia ambiental a través de
escritos, pláticas y acciones directas. Estudió Derecho en la UNAM. Actualmente
colabora en el Centro de Estudios Jurídicos y Ambientales (CEJA). Tiene una
gran atracción por Oaxaca, Brasil y el medio oriente
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