Por
Manuel de la Tierra
¿Unidad por la unidad? –ciertamente no. Pues no
debiera, creo, ser nuestro el fetiche del número, de la “organización única del
anarquismo”, de las grandes y pomposas siglas, de las miles de banderas en las marchas.
La unidad que proponemos es la unidad para la acción, no es la unidad para que
nuestra organización sea más numerosa. Nos unimos para hacer, no para parecer.
Y ese hacer está condicionado por los intereses de cada grupo particular.
Podemos agruparnos para auto-educarnos, para difundir la propaganda anárquica,
para crear situaciones de tensión, para levantar instancias de economía no
capitalista, para generar, en fin, una gama muy diversa de expresiones. Eso es lo
urgente: hacer.
¿Qué es un grupo de afinidad? Básicamente es un tipo
de organización que ha sido rescatado y utilizado con prolijidad desde el
anarquismo. Es el núcleo, en ocasiones la unidad política primera tras el
individuo, la coordinación elemental. Puede estar compuesto a partir de 2
personas y hasta donde alcancen los afines, o hasta donde cada grupo quiera
llegar. Es una organización horizontal, sin jerarquías: así se relacionan sus
miembros y así toman sus decisiones. Desde un prisma libertario puede estar orientado
a satisfacer diversos intereses (difusión, cultura, economía, etcétera). Aunque
en este punto quisiéramos agregar una necesaria crítica elaborada por algunos compas
de Iberia, de la FIJA, al respecto:
“Creemos que es necesario diferenciar grupos de
afinidad y grupos que abogan por luchas parciales. Pues mientras éstos se
centran en un único campo de actuación, aquellos, los grupos de afinidad,
encuentran en el antiautoritarismo su campo de batalla. La afinidad no es una
cercanía a la hora de encontrar un campo o problema concreto, sino a la hora de
analizar el autoritarismo y enfrentarse a él. Desde nuestro punto de vista, no
nos parecen eficaces las propuestas parciales, una organización anarquista
debe, en nuestra opinión, tender a eliminar todas las manifestaciones de la
autoridad y no sólo aquellas que en contextos adecuados aparezcan como más
agresivas o incluso socialmente aceptadas (presismo, veganismo, okupación,
etc.)”
Un grupo de afinidad por no permitir burocracias y jerarquías
en su interior y por ser primordialmente autónomo, puede actuar de forma muy
dinámica pues sus componentes no están obligados a esperar órdenes ajenas, a
menos que previamente se hayan concertado acciones coordinadas.
Allí cada personalidad aporta al colectivo permitiendo
la creación de un acervo de experiencias y saberes muy diversos y complejos, disponibles
de forma sistematizada o informal, para el momento de planificar y actuar.
Debe existir la confianza plena y dado que es un grupo
autónomo, y no un partido o un aparato “político-militar”, no ha de existir compartimentaciones
de conocimientos. Todos deben estar informados de aquellas cosas que afectan a
todos. Claramente la diversidad de saberes es algo que en un primer momento
está fuera de nuestras capacidades de control y es hasta un beneficio para un
colectivo, pero no hay que dejar espacio para que esa diversidad se traduzca en
relaciones de dependencia, y por extensión, de dominio.
Los grupos anarquistas, los grupos de afines, no deben
dar lugar a jerarquías, ni a mandones, y si bien es cierto que en muchas ocasiones
la diversidad de temperamentos (Lo que se traduce en la facilidad o dificultad
de “hablar” en público, por ejemplo) decantan en una especie de “protagonismo”
de algunos compañeros sobre otros, tanto estos como aquellos deben hacer todo
lo posible para conjurar dicha situación, dado que allí está presente el germen
de la jerarquía, hoy en estado pasivo, pero quien sabe mañana.
Por lo anterior es importante que cada individuo del
grupo sea plenamente activo, según sus capacidades y ánimos, y permanentemente crítico
de las características, relaciones creadas y acciones desarrolladas en la
organización. Insistimos, no hay que fetichizar nuestras instancias de
coordinación. No vale aquí el tiempo de vida de la sigla, ni la nostalgia por
los tiempos idos, no vale cuando ya la organización no nos sirve y no nos
sentimos plenos en su interior.
Las decisiones que se tomen dentro de la organización,
creo, deben utilizar al mínimo la democracia. Aun entendiendo que aquella es
útil en ciertas ocasiones para resolver algunos asuntos, es plausible razonar
que la misma no deja de responder a la tiranía de la mayoría sobre las
minorías. El número no garantiza nada. 99 pueden votar en favor de que la
tierra es cuadrada, 1 puede decir lo contrario ¿Quién está en lo correcto?.
Demás está decir que quien esté en contra de la decisión de la mayoría del
grupo, no tiene porqué secundar a los mismos. Si las diferencias son muy graves
es porque la afinidad ya no existe, y el vínculo con la organización puede
voluntariamente desaparecer.
Hay quienes proponen trabajar con la idea del
consenso, es decir, en lugar de hacer competir opciones por votos, se genera
una informada y participativa discusión en que se llega a un acuerdo común.
Esto claramente es un avance, sin embargo hay que tener cuidado con anular
nuestras voluntades por una unión forzada. La discusión se debe hacer y
sobretodo porque con ella es posible llegar a conocimientos mas complejos de la
situación en tanto se incluyen mas perspectivas sobre el mismo problema, pero
si después de “agotar” el debate no hay acuerdo ¿Cuál es el problema?. El grupo
debe fomentar la crítica y la coincidencia de intereses en lugar de la
anulación de las voces contrarias. Y si bien el consenso no quiere decir
acuerdo total y armónico, y se constituye como una salida deseable, aquel método
también debe tratarse con cuidado. El grupo no debe absorber al individuo, debe
proyectarlo, y si eso no se da, hay que marginarse de la decisión de las
mayorías, y si las diferencias son irreconciliables y la convivencia posterior
imposible, no tenemos por qué seguir ahí. No hay que sacralizar a la
organización.
Las formas en que se distribuyen las responsabilidades
dentro del grupo dependerán exclusivamente de la voluntad de sus componentes. Serán
ellos quienes decidirán si les sirve más dividirse todas las funciones o solo
algunas o ninguna. Pero hay que tener presente que generalmente delegar en otros
las responsabilidades, puede inhibir la actividad de los demás en torno al tema
particular del que se encargará el primero. La delegación puede ser
operativamente útil, pero es un peligro cuando una responsabilidad específica
permanece permanentemente en manos de alguien, o cuando se generan relaciones
de dependencia, o bien cuando delegar en otro se traduce en desentenderse de
aquel tema.
Así como en muchas ocasiones aunar fuerzas individuales
en esfuerzos colectivos ayuda a proyectar nuestras energías, lo que se supone se
podría dar con la creación de un grupo de afinidad, de igual forma en ciertos
momentos nos puede ser de utilidad mancomunarnos con otros nodos de actividad
anárquica, con otros grupos de afines, o bien con entidades organizadas de
forma distinta a la nuestra (coordinadora, sindicato, asambleas, escuelas libres,
cooperativas). Lo importante es nuevamente que aquella unidad sea real y sobretodo
útil, y que no nos anule, analizar si para los objetivos que nos estamos
fijando podemos efectivamente o no lograr más y mejores cosas unidos, que
permaneciendo aislados. Y es que, una vez mas se presenta necesario destacar y
problematizar el hecho de que no todas las actividades se ven beneficiadas con
la unión.
La propaganda impresa, por ejemplo, se beneficia del
aislamiento en tanto aquel obliga a ejercer más energías en cada proyecto y sobre
todo porque la atomización posibilita la generación de iniciativas editoriales
muy diversas (en características de soporte y en diversidad de intereses) y en
distintos puntos espaciales. La fusión de múltiples expresiones impresas, creo,
resta –entre otras cosas- la “riqueza” de la diversidad.
En otras ocasiones ese mismo aislamiento nos
imposibilita para coordinar campañas o para elaborar acciones que requieren más
voluntades y recursos, o que están pensadas para desarrollarse mas allá de los
espacios territoriales en que nos desenvolvemos cotidianamente. En fin, es un
tema complejo. Lo importante es ser sumamente críticos de las ventajas y
dificultades que nos puede presentar la coordinación con otros grupos, entendiendo
que para cierto tipo de actividades la unión es útil, y para otras no.
Indudablemente hay diversas formas de organizarse,
esta es solo una de ellas. Cada cual tiene sus ventajas y desventajas. Los
grupos de afinidad no son la última panacea, pero vaya que nos pueden servir para
la difusión y concreción de discursos y prácticas libertarias. Y por supuesto,
no son excluyentes de la actividad individual o de la participación en otras
instancias organizativas.
Por último, una breve “arenga”. Los grupos de afinidad
no solo pueden ser espacios operativos, pues también –y tal vez con mayor prioridad-
constituyen nodos de relaciones anárquicas, de encuentros en libertad y sin coerción.
En los grupos, por muy minúsculos que sean, germinan las realidades nuevas que
buscamos. Formas de sociabilidad, cultura, economía y política libertaria se difundirán
y expresarán en cada grupo que pueda surgir en todos los pueblos y barrios a lo
largo y ancho de esta región y de otras. Si es nuestra la voluntad de expandir
la idea, sus contenidos y sus prácticas, sin duda, hay mucho por hacer•
Algunos textos de referencia:
Willful Disobedience, “Desarrollar relaciones de afinidad”;
Notes from Nowhere, “Grupos de afinidad”;Federación Ibérica de Juventudes Libertarias, “Los grupos de afinidad anarquista”;
Manuel Lagos, ’Viva la Anarquía’: Sociabilidad, vida y prácticas culturales anarquistas. Santiago, Valparaíso, 1890-1927”, Tesis Magíster en Historia, USACH, 2009; Dolores del Rio,
“Organizándose para la acción”, El Libertario, Caracas, septiembre 2011
FUENTE: El Surco; periódico mensual anarquista. Año 3 • Nº 32 • Santiago,
región chilena - Enero-Febrero 2012. Pp 6.
LOS SOLIDARIOS, famoso grupo de afinidad conformado por Buenaventura Durruti, Joan García Oliver, Francisco Ascaso, entre otros; eran militantes anarcosindicalistas españoles que previo a la guerra civil realizaron acciones directa de expropiación de bancos, atentados a políticos.
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